Alonso de Covarrubias (¿Torrijos? ca. 1488- Toledo, 1570) fue un maestro cantero formado en el tardogótico con su maestro Antón de Egas. Con el tiempo fue incorporando a su repertorio las formas del llamado “plateresco” o “primer renacimiento español” aunque las estructuras, en su mayoría, siguieron siendo bastante tradicionales. Sin embargo, hacia la década de los cuarenta, las circunstancias van a propiciar un cambio en su forma de trabajar y se convertirá en el referente del foco toledano, para lo que nos centraremos en los principales hitos que marcaron esta evolución.

     En la segunda mitad de siglo XVI se produjo en el panorama hispánico un viraje hacia un estilo arquitectónico más depurado y clásico, abandonando el exceso ornamental que había prosperado hasta el momento. Se dice que tuvo en ello bastante que ver el príncipe Felipe quien, guiado por su preceptor Juan Calvete de la Estrella, fue educado en distintos saberes humanistas, llegando a caer en sus manos tratados de arquitectura como el de Vitruvio, Sagredo o Serlio.

Tercer y cuarto libros de arquitectura de Sebastiano Serlio traducidos al castellano por Francisco de Villalpando en 1552

     De este modo, el futuro Felipe II, destinado a dirigir un gran imperio, vio en el clasicismo romano el lenguaje apropiado para la representación del poder, y qué mejor lugar para llevarlo a la práctica que la ciudad imperial. Sin embargo, también hemos de tener en cuenta que era cuestión de tiempo que el estilo que estaba triunfando en Italia lo hiciese tarde o temprano en territorio hispano y, aunque en este caso el primer interesado fuese el monarca, no será un estilo únicamente vinculado a él sino que otras figuras poderosas con sede en la ciudad también recurrirán a éste.

     Así, Covarrubias, que ya se había afianzado como un importante maestro en la ciudad, siendo nombrado maestro mayor de la catedral primada a la muerte de su mentor en 1534, será además nombrado por Carlos I en 1537 arquitecto real para hacerse cargo de las obras de los Alcázares Reales. Para aquél entonces Alonso ya había demostrado conocimientos de la arquitectura “a la romana” en la iglesia de la Piedad de Guadalajara, donde habría sido influenciado con seguridad por la obra del maestro Lorenzo Vázquez y donde previamente había trabajado con Vasco de la Zarza en la iglesia del monasterio de San Bartolomé de Lupiana, lugar al que retornaría en 1535 para encargarse del claustro.

     Sin embargo, el viraje plenamente purista se produjo cuando empezó a trabajar junto a Francisco de Villalpando, un personaje muy erudito y fundamental en esta fase del Renacimiento hispánico a quien conoció en 1540 y que en 1552 publicaría la traducción del tratado de Serlio al castellano, cuyos modelos serán cada vez más evidentes en sus obras como se puede comprobar en la superposición de órdenes de los claustros de Santo Domingo de Ocaña o en el del patio del Hospital de San Juan Bautista, encargo del cardenal Tavera: la otra cara de la moneda del poder en Toledo.

     Se nota que el de Ocaña es un ejemplo más temprano por rasgos tradicionales como el uso de zapatas al igual que sucedía en el claustro de Lupiana, elemento que, sumado a la balaustrada empleada, recuerda a la forma en que habría trabajado Vasco de la Zarza en el Palacio de Polentinos [sobre este palacio ver post anterior aquí], quien también fue un importante teórico de la arquitectura y podría haberle aconsejado en su primera estancia en Lupiana. Entra además en juego un elemento la plena integración de los espejos en las enjutas en sustitución de los medallones que, por las fechas que manejamos, se ha considerado a Covarrubias su introductor en la arquitectura hispánica. Por otro lado, aunque las obras de San Juan Bautista se contratasen en fechas similares se prolongaron durante mucho tiempo, viendo aquí por tanto un desempeño más maduro y la incorporación de un almohadillado en la fachada como en los palacios florentinos aunque, en este caso, se limite únicamente a cubrir el perímetro de los vanos contribuyendo así a articular y dinamizar la estructura.

     La idea original que tuviese Covarrubias para el pórtico de la fachada no la conocemos, pues la lentitud de las obras la dejó inconclusa; la que se puede contemplar en la actualidad es de los años sesenta del siglo XVIII y salta a la vista su poca correspondencia con el proyecto inicial, denostando así una de las obras maestras del arquitecto.

     Apuntaba Chueca Goitia que al Hospital de San Juan Bautista le hubiese convenido una portada del tipo de la del Palacio Arzobispal de Toledo, coetánea y en evidente consonancia estilística: con guarniciones de dovelas almohadilladas rústicas, espejos convexos en las enjutas y alternancia de metopas y triglifos en el friso. En este caso va a destacar el empleo de columnas pareadas jónicas rematadas con la cruz del cardenal Tavera, una solución que no ha empleado previamente en Toledo, pero sí en la Catedral de Plasencia o en el Colegio Fonseca de Salamanca. Para la ejecución de esta obra, como en tantas otras, delegará en Hernán González de Lara (entre otros maestros), el más aventajado de sus seguidores.

     A finales de la década Covarrubias diseñó otra de sus grandes obras maestras: la Puerta Nueva de Bisagra. Sin embargo, sus obras no empezaron hasta más adelante. Aquí vemos a un Covarrubias lo suficientemente maduro para unir al discurso formal que ya domina un discurso simbólico, como es ese escudo imperial que recibirá al monarca cuando haga su entrada a la ciudad.

     Es muy interesante cómo en esta monumental puerta Covarrubias reinterpreta el modelo serliano y lo adapta de una manera original al limitado espacio con el que contaba (pues trabaja sobre un lugar acotado) añadiendo ese escudo imperial así como los torreones y los antepechos almohadillados, es decir, se permite romper el modelo para enfrentar una problemática particular. De esta manera se conservan las proporciones dadas para el arco y las columnas en el tratado aunque se juega con los elementos en un alarde manierista, dando como resultado una obra única e innovadora.

     Así, el foco toledano en general y el círculo de Covarrubias en particular, se convertirán en el referente en el que el resto de grupos regionales de maestros canteros se fijarán para actualizarse y emular o reinterpretar las formas que marcarán la pauta en la segunda mitad del siglo XVI como en el caso abulense o servirán de contrapunto a otras escuelas de marcada identidad como la jienense de Vandelvira o el caso granadino de Siloé.

BIBLIOGRAFÍA BÁSICA

CHUECA GOITIA, F., Arquitectura del siglo XVI, Ars Hispaniae, vol. XI, Editorial Plus Ultra, Madrid, 1953.

MARÍAS, F., La arquitectura del Renacimiento en Toledo (1541-1631) (4 tomos), CSIC, Madrid, 1985-86.

VV. AA., Arquitectura del Renacimiento en España 1488-1599, Cátedra, Madrid, 1989.

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