Hace ya algunos años, durante mis estudios de licenciatura, dentro de una asignatura en la que debíamos estudiar el ambiente artístico que llevó del neoclasicismo al romanticismo, nos hablaron de la existencia de una novela, que se convirtió en su momento en un auténtico fenómeno literario. Acuciado por la curiosidad, me acerqué a ella: Corina o Italia publicado en 1807 y obra de la escritora francesa Anne-Louise Germaine Necker, conocida más por su apellido de casada como Madame de Staël. Esta fue una mujer importantísima para entender el papel de los salones en el Paris pre-revolucionario, y tuvo un papel destacado en los sucesos de su momento y en la configuración de la cultura.
          En Corina o Italia, Madame de Staël, usa una historia de amor entre un joven y melancólico lord escocés, con una joven italiana, para dar a conocer algunas de las costumbres de las élites sociales del momento, como es el Grand Tour, de tal manera que la trama de la novela se mezcla con descripciones de los lugares a los que se solía acudir en este viaje, así como comentarios sobre las costumbres, gastronomía o arte.

M. L. E. Vigée-Lebrun, Madame de Staël. Foto: wikipedia.

          El Grand Tour era un viaje iniciático, que se emprendía por parte de jóvenes, especialmente británicos, antes de asumir responsabilidades y formar una familia. Usualmente este viaje tenía como destino Italia, en algunos casos, se prolongaba más al sur y al este. Los jóvenes recibían en este viaje un conocimiento de las antigüedades y obras de arte que habían configurado la tradición clásica y el Renacimiento, de tal manera que muchos aprovechaban para hacerse con réplicas o con originales en Italia que acababan en sus mansiones en Gran Bretaña. Este viaje y su influencia en el gusto de las élites sociales, es fundamental para entender fenómenos como el Neoclasicismo y también el desarrollo del Romanticismo, así como para crear, desde postulados de la Ilustración, la necesidad de saber de Arte, de tener un juicio asentado en el conocimiento. Es por ello que la novela de Staël es tan interesante, pues consigue con su estilo trasmitir juicios muy interesantes sobre los antiguos monumentos de Roma y sobre el Arte. Su visión está entroncando además con elementos que nos llevan hacia el Romanticismo, pues aunque se hable de la Belleza, para la novelista son más destacadas dos categorías que vienen a contraponerse a ésta: lo sublime y lo pintoresco.

Albertine Margarite Gerard, Mme de Staël y su hija. Foto: Wikimedia Commons.

          Os invitamos a que recorráis con Corina y lord Nelvil, los protagonistas de la novela, algunos lugares de Roma y comprobéis cómo las descripciones nos infunden una imagen muy interesante de los lugares. Para ilustrarlo, nos basaremos en las estampas de Piranesi, el arquitecto y grabador italiano que se dedicó a crear estas imágenes para que los visitantes del Grand Tour pudieran llevarse un recuerdo de su estancia en la ciudad eterna.

F. Gérard, Corina en el cabo Miseno. Foto: Wikimedia Commons.

La casa de Corina en Roma

Piranesi, Vista del ponte y castillo Sant’Angelo. Foto: BNE.

«Llegaron lord Nelvil y el conde de Erfeuil a casa de Corina, que estaba en el barrio de los Transtiberinos, un poco más allá del castillo de Sant’Angelo. La vista del río hermoseaba esta casa, adornada interiormente con el mayor primor. En la sala se veían copias en yeso de las mejores estatuas de Italia, como la Níobe, el Laocoonte, la Venus de Médicis y el Gladiador moribundo; y en el gabinete donde estaba Corina se veían instrumentos de música, libros, muebles sencillos pero cómodos y dispuestos de modo que se pudiese gozar de la conversación de todos los concurrentes. Cuando llegó Oswald, aún no estaba Corina en su gabinete; y mientras venía se paseaba inquieto, notando en cada cosa la feliz reunión de lo más agradable de las tres naciones, francesa, inglesa e italiana, como es el gusto de la sociedad, el amor a las letras y la inteligencia en las nobles artes».

Visita al Panteón

«Oswald y Corina fueron primero al Panteón, llamado hoy día Santa María de la Rotonda. […] el Panteón es el único templo antiguo de Roma que se ha conservado entero, y el único en que se puede conocer en él toda la hermosura de la arquitectura de los antiguos, y el carácter particular de su culto. Oswald y Corina se detuvieron en la plaza del Panteón para admirar el pórtico de este templo y las columnas que lo sostienen.

Piranesi, Vista de la plaza de la Rotonda. Foto: BNE.

Corina hizo observar a lord Nelvil que el Panteón estaba construido de modo que parece más grande de lo que realmente es. 

– La iglesia de san Pedro – añadió – producirá en vos un efecto del todo diferente; pues no os parecerá tan grande cual lo es realmente. Dícese que la ilusión que tanto favorece al Panteón proviene de que hay más espacio entre las columnas, corriendo libremente el aire por ellas; y principalmente depende de que no se advierten casi adornos en las diversas partes del edificio, siendo así que la iglesia de San Pedro está recargada de ellos […].

Entremos en el tempo – dijo Corina –, que, como ya veis, está aún descubierto, cual en lo antiguo; y dícese que la luz que recibe de lo alto la tenían los gentiles por el emblema de la deidad superior a todas las deidades; los paganos, en efecto, gustaron siempre de imágenes simbólicas. Parece ser, en efecto, que ese lenguaje conviene más a la religión que la palabra. La lluvia cae en este pavimento de mármol; pero también los rayos de sol vienen a iluminar las plegarias. ¡Qué serenidad! ¡Qué aire de fiesta se nota en ese edificio! Los paganos han divinizado la vida, y los cristianos han divinizado la muerte: tal es el espíritu de los dos cultos, pero nuestro catolicismo romano es menos sombrío que el de los países nórdicos».

Visita a la basílica de San Pedro: La plaza

«Poco después descubrieron ya San Pedro, el edificio más grande de cuantos han levantado los hombres, pues hasta las mismas pirámides de Egipto no son tan altas.

Piranesi. Vista de la gran plaza de San Pedro. BNE.

–Tal vez debería haberos enseñado – dijo Corina – el más hermoso de todos nuestros edificios al final, pero no es éste mi plan. Me parece que, para estimar los monumentos de las nobles artes, se deben comenzar por los que producen viva y profusa admiración, pues entonces se presenta como un nuevo orden de ideas, y está uno más dispuesto para amar y juzgar cuanto aún en un orden inferior recuerda la primera impresión que sentimos. No me agradan estas gradaciones, estos como modos prudentes y lentos para irse disponiendo a los grandes efectos. A lo sublime no se llega por grados, pues hay una distancia infinita que lo separa hasta de lo que sólo es hermoso. 

Causó extraordinaria sorpresa a Oswald la vista de la iglesia de San Pedro, siendo ésta la primera vez que las obras de los hombres producían en él el efecto de una maravilla de la naturaleza; es, en realidad, el único trabajo del arte que tiene aquel género de grandeza que caracteriza a las obras inmediatas de la creación. Agradábale a Corina la admiración de Oswald. 

–He escogido – le dijo – un día en que el sol está en todo su brillo para haceros ver este edificio. Aún os reservo un placer más profundo y melancólico, cual es el que lo contempléis a la luz de la luna; pero querría que admiraseis antes el ingenio del hombre, decorado, por decirlo así, con la magnificencia de la naturaleza.

Piranesi, Vista de la plaza de San Pedro del Vaticano. Foto: BNE.

La plaza de San Pedro está rodeada de columnas que de lejos parecen delgadas y de cerca muy gruesas. El terreno, que forma una suave elevación hasta el pórtico de la iglesia, aumenta aún la majestad de ésta. En medio de la plaza se eleva un obelisco que tiene ochenta pies de alto, y parece bajo en comparación con la cúpula de la iglesia. 

La forma de los obeliscos agrada a la imaginación, pues su punta se pierde en los aires, y parece llevar hasta el cielo un gran pensamiento del hombre. Este monumento, que fue traído de Egipto para adornar los baños de Calígula y que Sixto V hizo trasladar después al pie de la iglesia de San Pedro; este contemporáneo de tantos siglos, que nada han podido contra él, inspira el mayor respeto: el hombre se considera tan pasajero de la tierra, que siempre conmueve delante de lo que es inmutable por su larga permanencia en un mismo estado. A alguna distancia de los dos lados del obelisco hay fuentes, cuyas aguas están continuamente saltando y volviendo a caer en los aires en abundante cascada. El murmullo de las aguas, que acostumbramos oír en medio de los campos, produce en este paraje una sensación enteramente nueva, pero sensación que está en armonía con la que causa el aspecto de un majestuoso templo.  

La pintura y la escultura, imitando por lo común la figura humana o cualquier objeto de los que existen en la naturaleza, producen en nuestra alma ideas enteramente claras y positivas; pero un hermoso monumento de arquitectura no tiene, por decirlo así, una idea u objeto determinado, y cuando lo contemplamos caemos en reflexiones vagas que no se fijan exactamente en cosa alguna. El ruido de las aguas conviene muy bien a todas estas impresiones vagas y profundas; pues es uniforme, como el edificio es de regular proporción, y de este modo vienen a unirse el perpetuo movimiento y el perpetuo reposo».

Piranesi, Vista del exterior de la basílica de San Pedro. Foto: BNE.

Visita a la basílica de San Pedro: El interior

«– deteneos un instante aquí – dijo Corina a lord Nelvil, estando ya en el pórtico de la iglesia –, y decidme si vuestro corazón no se siente penetrado del más religioso respeto al acercarse al templo. 

En efecto entraron, y al ver Oswald tanta grandeza y tan inmenso y majestuoso edificio, quedó absorto considerando que era la digna morada de Dios en la tierra, si alguna lo pudiese ser. Todo impone silencio en este templo, y el menor ruido resuena tan lejos, que ninguna palabra parece digna de que así resuene en una casi eterna morada.

Piranesi, Vista interior de San Pedro del Vaticano. Foto: BNE.

– En Inglaterra y en Alemania habéis visto iglesias góticas, y no podréis menos de haber notado que tienen un carácter más sombrío que esta iglesia. Los templos de los pueblos septentrionales son oscuros y como misteriosos; los nuestros hablan más a la imaginación. Miguel Ángel dijo al ver la cúpula del Panteón: “Yo la pondría en los aires”. En efecto, podemos decir que San Pedro es un templo que descansa sobre una iglesia».

Piranesi, Vista del interior de San Pedro del Vaticano. Foto: BNE.

La fontana de Trevi

«Volviendo Corina de visitar a una de sus amigas, toda oprimida de dolor, bajó del coche y se sentó un rato cerca de la fontana de Trevi, la cual es muy caudalosa y cae formando una cascada en medio de Roma, con lo que parece animar aquellos tan sosegados parajes. Cuando se para algunos días esta cascada, se diría que Roma está como muerta: en las demás ciudades se necesita oír el ruido de los coches, pero en Roma el murmullo de esta inmensa fuente parece ser como el necesario acompañamiento de aquella vida pensativa que por lo común se tiene aquí. La imagen de Corina se retrataba en aquella tan cristalina corriente, que hace muchos siglos tiene el nombre de agua virginal».

Visita a los Museos Vaticanos

«Fueron primero al museo del Vaticano, donde se ve la figura humana divinizada por el paganismo. Corina hizo que lord Nelvil parase la atención en aquellas silenciosas salas, donde están reunidas las imágenes de los dioses y héroes, y donde la más perfecta hermosura, en perpetuo descanso, parece como que goza de sí misma. ¡Cuán gran poesía se advierte en aquellos rostros, donde para siempre se fijó la más sublime expresión, y en donde las más grandes ideas se representan en imágenes dignas de ellas! 

[…] 

La religión griega no se ocupaba, como hace el cristianismo, del consuelo en la desgracia, de la riqueza de la miseria, del futuro de los moribundos; quería la gloria, el triunfo; por así decirlo, hacía apoteosis del hombre. En este culto perecedero, la belleza misma era un dogma religioso. Si los artistas tenían que pintar pasiones bajas o feroces, no afeaban con ellas la figura humana, sino que le añadían, como en los faunos y centauros, algunas facciones de animales; y para dar a la hermosura su más sublime carácter, reunían en las estatuas de hombres o de mujeres, en la Minerva guerrera y en el Apolo Musagetes, el mérito de ambos sexos, la fuerza con la dulzura, y la dulzura con la fuerza; reunión feliz de dos cualidades opuestas, sin la cual ninguna de las dos sería perfecta». 

La galería de pinturas de Corina

          Esta colección de pinturas que atesora Corina en su casa es ficticia, fruto de la licencia literaria, pero dentro de la misma describe obras reales, o con visos de serlo. En algunos casos, se trata de obras muy conocidas de los pintores que estaban triunfando en Roma y en París en esos años. Hemos acompañado el relato de las reproducciones de las obras concretas que cita Madame de Staël y de aquellas que pueden ser similares a las que no hemos podido identificar.

J. L. David, Bruto recibe de los lictores los cadáveres de sus hijos. Museo del Louvre. Foto: wikipedia.

«Su galería se componía de cuadros históricos, cuadros de asuntos poéticos, otros de religión y paisajes. Ninguno había que constase de muchas figuras; pues aunque este género no hay duda que presenta grandes dificultades, también causa menos placer. La unidad de interés, que podremos llamar en principio de la vida en las artes, como en las demás cosas, está necesariamente muy dividida. El primer cuadro histórico representaba a Bruto meditando profundamente, y sentado al pie de la estatua de Roma. En el fondo se ve a unos esclavos que traen a sus dos hijos muertos, según la misma sentencia que él había dado contra ellos; y al otro lado del cuadro se ve a la madre y a las hermanas abandonadas a la desesperación, pues por fortuna las mujeres no necesitan tener aquel valor que hace se sacrifiquen los más tiernos afectos del corazón. La estatua de Roma, colocada cerca de Bruto, es una idea excelente, pues todo lo dice. Sin embargo, ¿cómo podría saberse sin una explicación que es Bruto el antiguo el que acaba de enviar sus propios hijos al suplicio? Y , ciertamente, no es posible caracterizar mejor este suceso que lo que está en este cuadro. A lo lejos se descubre Roma aún sencilla, sin suntuosos edificios, sin adornos; pero mucho más grande como patria, pues inspira semejantes sacrificios».

Joseph Kremer, Cayo Mario sentado en la ruinas de Cartago. Foto: web Historiae

«[…] El cuadro que hace juego con éste representa el suceso de Cimbrio, que, viniendo a matar a Mario, no se atreve a hacerlo temiendo a tan gran hombre. La figura de Mario es respetable; el traje de Cimbrio y su fisonomía son muy pintorescos. Es la segunda época de Roma, cuando ya no eran respetadas las leyes, pero cuando el talento ejercía aún un gran imperio sobre las circunstancias. Se sigue aquella en que los talentos y la gloria sólo producían desgracias y vilipendio. Este tercer cuadro que veis aquí representa a Belisario, que lleva a cuesta a su joven lazarillo, que ha muerto pidiendo limosna por él. Belisario, ciego y pobre, no ha recibido otro pago de sus importantes servicios; y en el gran imperio que él mismo ha conquistado, no tiene otra ocupación que la de llevar al sepulcro al miserable cadáver del pobre muchachuelo, única persona que no le ha abandonado. Esta figura de Belisario es admirable, y no se ha hecho ninguna tan hermosa desde los pintores antiguos acá. La imaginación del pintor, cual la de un poeta, ha reunido todo los géneros de desgracias, y aun tal vez hay demasiadas para la compasión; ¿pero quién nos dice que aquél sea Belisario? Para recordarlo es menester seguir exactamente la historia; ¿y entonces es ésta bastante pintoresca? Después de estos cuadros, que representan en Bruto las virtudes que semejan al crimen, en Mario la gloria causa de las desgracias, en Belisario los servicios pagados con las más crueles persecuciones, en fin todas las miserias de la suerte de los hombres que los sucesos de la historia representan cada uno a su modo, he colocado dos cuadros de la escuela antigua que recrean el alma oprimida recordando la religión que reanimaba la vida en lo profundo del corazón, cuando exteriormente todo era sólo opresión y silencio».

F. Gérard, Belisario. Col priv. Foto: Wikimedia Commons.

Francesco Albani, Niño Dios dormido sobre la Cruz. Foto: media.mutualart.com

«El primer cuadro es de El Albano, y en él se representa al Niño Dios dormido sobre la cruz. ¡Ved que dulzura, qué sosiego en su rostro! ¡Cuán puras ideas excita este cuadro! ¡Cómo manifiesta que el amor celestial nada tiene que temer del dolor ni de la muerte! Tiziano es el autor del segundo cuadro, y representa a Jesucristo caído por el peso de la cruz. Su divina madre le sale al encuentro y se le arrodilla así que le ve. ¡Admirable respeto de una madre por las desgracias y las divinas virtudes de su hijo! ¡Qué mirada la de Cristo! ¡Qué divina resignación, y, sin embargo, qué sufrimiento y qué simpatía por é con el corazón del hombre! Éste es sin duda el mejor de todos mis cuadros, y es al que más de continuo miro sin poder agotar la emoción que me causa».

Tiziano, Cristo camino del Calvario. Museo del Prado.

«Se siguen ahora – continuó Corina – los cuadros que llamaré dramáticos, y son tomados sus asuntos de cuatro excelentes poetas. Juzgad conmigo, milord, del efecto que producen. El primero representa a Eneas en los Campos Elíseos, cuando se quiera acerca a Dido. La sombra indignada se aleja y se complace de no tener en el pecho aquel corazón que aún latiría de amor al ver a su culpado amante. El color como de vapor de las sombras y la palidez que la circuye se contraponen a aquel aire de vida que se advierte en Eneas y en la Sibila que le sirve de guía. Pero esta especie de efecto es como un juego de artista, y la descripción del poeta es necesariamente muy superior a lo que se puede pintar. Lo mismo diré de este otro cuadro que representa a Clorinda moribunda y a Tancredo. La mayor ternura que puede causar es la de recordar los excelentes versos de Tasso, cuando Clorinda perdona a su enemigo que la adora y acaba de traspasarle el corazón».

Rehberg (según). Eneas encuentra a Dido en los Campos Elíseos. Colección Real de Greenwich.

L. F. Langree, Tancredo y Clorinda. Galería Tetriakov, Moscú.

«La Fedra de Racine ha prestado el asunto del cuadro cuarto – dijo Corina enseñándoselo a lord Nelvil –. Hipólito, con toda la hermosura de la juventud y de la inocencia, se defiende de las pérfidas acusaciones de su madrastra; pero Teseo protege aún a su esposa culpada y ala ampara con su brazo vencedor. Fedra manifiesta en su rostro una turbación que horroriza; y su nodriza, que no siente remordimiento alguno, la anima al crimen. En este cuadro. Hipólito es tal vez más hermoso que en la tragedia de Racine; se parece aún más al Meleagro antiguo, porque el amor por Aricia no trastorna la impresión de su noble y como agreste virtud; ¿pero podremos suponer que Fedra pudiese sostener su mentira delante de Hipólito, y que viéndole inocente y perseguido no se arrojase a sus pies? Una mujer ofendida puede ultrajar al que ama, cuando está ausente; pero cuando lo ve, ya no hay en su corazón más que amor. El poeta, después que Fedra calumnió a Hipólito, ya no los hizo aparecer juntos en escena; pero el pintor debía reunirlos para aprovechar, como lo ha hecho, todas las bellezas que resultan de los contrastes; y esto prueba que hay siempre tal diferencia entre los asuntos poéticos y los pintorescos que vale mejor que los cuadros den la idea de los versos, que el que los pintores la tomen de los cuadros. La imaginación debe preceder siempre al pensamiento; y así nos lo demuestra la historia del talento humano».

P. N. Guérin, Hipólito y Fedra. Museo del Louvre. Foto: wikipedia.

Nota del editor.

Las citas de la novela de A. L. Germaine Necker están extraídos de la siguiente edición:

Madame de Staël, Corina o Italia (2 vols.), col. Grandes Escritoras, Ediciones Orbis, Barcelona, 1989.

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