El siglo XVIII en España trajo un menor interés por parte de la nobleza en el coleccionismo de pintura, restringiéndose esta actividad cada vez más al ámbito cortesano. Durante el reinado de Fernando VI, en los salones madrileños, se impuso el gusto francés por decorar los paramentos de las salas con colgaduras de sedas traídas de Lyon y por ello, los cuadros que antaño habían sido símbolo de ostentación, como pinturas y tapices, fueron arrinconados y posteriormente vendidos como antiguallas en almonedas o entre particulares, tal y como se cuenta en las memorias de don Manuel Godoy:

«fueron puestas en boga las estofas de Lyon, y entre ellas invadieron nuestros salones y gabinetes las ricas colgaduras de aquella capital que medró tanto a expensas nuestras. La manía de estos nuevos estrados al gusto de la Francia, desterró de los salones el adorno de los cuadros antiguos donde abundaban tantas obras de nuestros grandes pintores, casi sin aprecio por entonces. Estos cuadros se descolgaron y pusieron como hacinas en las piezas destinadas a los muebles inútiles. No cabiendo ya, y estorbando estas vejeces, que como tales se miraban, se hicieron almonedas públicas donde se vendían á vil precio. Una de ellas (cosa increíble pero cierta) se estableció en el rastro. Tanta fue la abundancia de los cuadros, y tan corto el número de compradores, que las pinturas mismas históricas y mitológicas llegaron a venderse contando las cabezas o figuras, y estimándolas grandes con pequeñas a real de a ocho cada una. Don Juan Pacheco, portugués de nación, page que fue del rey Fernando VI, me contó que comprando de esta suerte, había formado su preciosa galería. Don Bernardo de Iriarte formó del mismo modo la afamada suya, cuyos postreros restos ha comprado en París con mucha estima S.A.R. el príncipe real de Wurtemberg»[1].

Luis Paret y Alcázar, Gentiles en un salón palaciego, 1770-1775. Óleo sobre lienzo. Colección particular. Foto: Museo de Bellas Artes de Bilbao.

     Es de esa forma como la nueva clase burguesa pudo hacerse con pinturas y objetos artísticos en un símbolo de su bonanza económica y cultural[2]. Surgió entonces un nuevo tipo de coleccionista que ya no pertenecía a la aristocracia, pero que consiguió en poco tiempo un gran número de obras de arte como Juan Pereira, mayordomo de semana del rey, Andrés del Peral, dorador de la Real Casa, el ilustrado Bernardo de Iriarte, el poderoso valido regio Manuel Godoy o el comerciante Sebastián Martínez, entre otros muchos[3]. Con ello se inició la dispersión de las colecciones antiguas tal y como nos informa Ponz:

«Sería largo ir refiriendo las obras de pinturas que se encuentran repartidas en las casas de otros señores, como las excelentes de Murillo que tiene el marqués de Santiago; las de varios autores que ha juntado don Juan Pereira Pacheco, mayordomo de semana del rey, y las de otros aficionados, sin embargo del infinito número que se extrajo cuando se vendían por muy poco dinero, sin saber lo que eran. Actualmente ya es otra cosa, pues ha despertado un buen número de sujetos que las buscan y aprecian, formando colecciones […]»[4].

     Una de las colecciones más importantes que se creó entonces fue la de Bernardo Iriarte, quien llegó a reunir obras de Van Dyck, Luca Giordano, Bartolomé Esteban Murillo o Mengs en muy poco tiempo. De acuerdo con una carta de su hermano Tomás, fechada el 8 de enero de 1776, en la que describía la casa familiar de la calle de Leganitos, la colección de los Iriarte estaría ya en esencia formada:

«Sus paredes en más de siete quartos / Se visten, no de rasos exquisitos, / sino de muchos ingeniosos partos / De Artífices peritos / en Grabado y Pintura». La obra principal de las que poseían en ese momento según la opinión de los tres hermanos sería el autorretrato de Mengs que este regaló a Bernardo y que se encontraba rodeado «De un conjunto copioso y escogido / De quadros de Vandick, Murillo, Güido, De Cerezo, Jordan, Velazquez, Cano, / Los dos Coëllos, Vinci, y el Ticiano. / Sus obras lucen Verones, Carreño, / Pereda, Peterneef, Salvator-Rosa; / Luce el Bosco su idéa caprichosa, / Y el Greco su extrambótico diseño».

Jordán de Urríes y de la Colina, Javier, «El coleccionismo del ilustrado Bernardo Iriarte», Goya. Revista de arte, 319-320 (2007), p. 262.

Luca Giordano, Homenaje a Velázquez, ca. 1692-1700. Óleo sobre lienzo, 205.2 x 182.2 cm. Presented by Lord Savile, 1895, NG1434. https://www.nationalgallery.org.uk/paintings/NG1434

     Muchas de esas ventas que se produjeron entre finales del siglo XVIII y principios del XIX se anunciaban simplemente en los periódicos de la época que se encontraban trufados de noticias de las ventas que se sucedían en las casas. Pongamos algún ejemplo. En el 21 de septiembre de 1788 el Diario de Madrid anunciaba que «Por muerte del Sr. D. Cristoval de Luna, se vende una excelente colección de pinturas originales, de los mejores Autores, dos escopetas de Madrid, un primoroso candado, y dos cerraduras, un botiquín, y otros muebles, en la casa de Aposento, n. 6 qto. Bajo, y se abrirá desde hoy 21 del corriente, por mañana y tarde»[5]. También había anuncios más cortos como uno de 16 de agosto de 1803 que tan sólo refería que «En la calle de S. Marcos, n. 12, qto. Segundo frente al hospital de S. Andres, se vende una colección de pinturas de los mejores autores antiguos, las que se dan con equidad»[6].

Mariano Fortuny, El coleccionista de estampas, 1863. Óleo sobre lienzo, 47 x 66,3 cm. Boston, Museum of Fine Arts.

     Como vemos, de la mayor parte de estas almonedas no hay relación alguna. En algunos casos ni las de las de los nobles nos han llegado descritas, como en el caso de la venta de los bienes del Príncipe Pío. En 1778, la heredera de la colección, Isabel María Pío de Saboya y Spínola, VIII marquesa de Castel Rodrigo, pidió permiso regio para poder vender las colecciones de pinturas, esculturas y muebles del mayorazgo presentes en el Palacio de la Florida (del que hablamos hace unas semanas aquí). La Real Cámara aceptó y autorizó en abril de 1779 la venta de los bienes en pública almoneda[7], pero de ella no consta relación alguna y tampoco hay en la testamentaría del hermano y predecesor de Isabel María, Gisberto Pío de Saboya, relación de las pinturas de la colección[8]. De esta venta almoneda tenemos información gracias a Antonio Ponz que, en 1776, un par de años antes de su desmembración nos informaba de que la colección: «Era considerable […] entre copias, y originales, así en la casa de la Florida como la de enfrente de los Afligidos, particularmente en línea de fruteros, floreros, cacerías y otros asuntos…»[9]. Sin embargo, en una nota en la segunda edición de 1782, comunicaba que «la gran colección del Príncipe Pío se ha deshecho y vendido, habiéndose comprado de ella varias obras para el Príncipe nuestro Señor [Carlos IV], y para el Sr. Infante Dn. Gabriel. También han adquirido allí otras pinturas varios aficionados de Madrid»[10]. Desafortunadamente, no se conocen los nombres de esos “aficionados” madrileños que adquirieron obras en almoneda tan destacada. Aunque sí sabemos que la Academia de San Fernando adquirió algunas de las obras que se pusieron a la venta como el maravilloso Susana y los viejos de Peter Paul Rubens o varios espectaculares bodegones de fruta y caza.

     En otros casos, como el gabinete de Pedro Franco Dávila, fundador del Gabinete de Historia Natural, éste dejó a su muerte en 1786 una relación manuscrita en la que se detallaban 260 pinturas de diversos géneros que le pertenecían y que fueron vendidas en almoneda[11]. Sabemos que en esta venta adquirió obras Carlos IV para la decoración de los gabinetes de las casas de campo de El Escorial[12], sin embargo, las descripciones sumamente exiguas hacen muy difíciles las identificaciones. Así se describen obras como: «2. Los 2 payses bellos q las figuras parecen de Velasco [sic]», en donde no constan ni las medidas ni la más mínima información sobre las obras que permita una identificación.

Salas del Museo de América que recrean el ambiente del Real Gabinete de Historia Natural. Foto: Wikimedia Commons.

     Otras ventas importantes que sabemos que se sucedieron en el siglo XVIII fueron las de la duquesa del Arco en 1762, el marqués de la Ensenada en 1769 o el marqués de los Llanos en 1774, pero aunque sabemos que se produjeron no hay listados de obras de ellas, a excepción de la de Ensenada[13], y tan sólo se conocen referencias sueltas de obras adquiridas por el rey o alguno de los infantes[14]. Así piezas tan relevantes como el retrato del Conde-Duque de Olivares a caballo pintado por Velázquez, el lienzo de Rubens pintando la Alegoría de la Paz de Luca Giordano, el Apóstol Santiago de Bartolomé Esteban Murillo o el Cristo muerto sostenido por ángeles de Alonso Cano fueron adquiridas y pasaron a la colección real.

Diego Rodríguez de Silva y Velázquez, Retrato del Conde-Duque de Olivares a caballo, ca. 1636. Madrid, Museo Nacional del Prado.

     Incluso la mayor parte de los bienes de la reina Mariana de Neoburgo salieron a pública almoneda ya que su heredera universal, Isabel Farnesio, tan sólo se quedó con una selección de sus pinturas y con la totalidad de las joyas de la soberana. El resto de sus bienes fueron vendidos en almoneda pública en 1741 y en ella participaron personajes tan relevantes con Francisco Miguel de Goyeneche, tesorero de Isabel de Farnesio, el duque del Arco o el gobernador de Aranjuez, don Juan de Samaniego. También una pequeña parte fue adquirida por el infante don Luis Antonio de Borbón, sexto hijo de Felipe V e Isabel Farnesio, que contaba tan sólo con tres años y que fue asesorado por el marqués Anibal Scotti:

«Una pintura de San Juan Bautista de vara y tres cuartos de alto, una vara y cuarto de ancho / Dos cobres, floreros con la Virgen y el Niño en el medio / Dos pinturas de San Francisco y Santa María Magdalena / Dos retratos de un príncipe y una princesa de la sangre / Un retrato de una princesa / Retrato de Carlos II / Un sagrario para sobrealtar de media vara de alto con la pintura de Nuestro Señor dando una espiga de trigo a las abejas».

Martínez Leiva, Gloria, Mariana de Neoburgo, última reina de los Austrias. Vida y legado artístico, Madrid, 2022, p. 317.

     A partir de la década de los ochenta se comenzó a percibir un descenso de piezas de calidad en el mercado artístico tal y como Eugenio de Llaguno exponía en una misiva a Bernardo del Campo en agosto de 1787: «De algunos años a esta parte, y de una almoneda en otra se ha puesto en claro todo lo que había; en las demás casas se ha sacado de rincones, porque los quadros han vuelto a ser moda, y quienes los tienen adornan sus salas con ellos, estimándolos acaso mucho más de lo que merecen. Los excelentes que están en parte conocidas no se venderán»[15]. Comenzaron entonces a pasar rápidamente las pinturas «de mano en mano como la existencia vital o las circunstancias pecuniarias de sus dueños lo permitían»[16], con lo que el trazado de procedencia de miles de pinturas se hace imposible debido a la celeridad de las transacciones y la falta de registros de ellas.

NOTAS

[1] Cuenta dada de su vida política por Don Manuel Godoy, Príncipe de la Paz; o sean Memorias Críticas y apologéticas para la historia del reinado del señor D. Carlos IV de Borbón, Madrid, tomo II, p. 229, nota 1.

[2] Diana Urriagli Serrano, «Coleccionismo de pintura en España en la segunda mitad del siglo XVIII», Luis Sazatornil Ruiz y Frédéric Jiméno (eds), El arte español entre Roma y París (siglos XVIII y XIX), Collection de la Casa de Velázquez, 143 (2014), p. 239.

[3] Javier Jordán de Urríes y de la Colina, «La pintura en España en el siglo XVIII», España en el siglo XVIII: El Sueño de la Razón, cat. exp., Río de Janeiro, 2002, p. 299.

[4] Antonio Ponz, Viaje de España (1772-1794). Madrid, Aguilar, 1947, p. 500.

[5] Diario de Madrid, 21/09/1788, p. 1113.

[6] Diario de Madrid, 16/08/1803, p. 915.

[7] Rosario Die Maculet, «Lejos de la Corte. El “destierro alicantino de la princesa Pío en la segunda mitad del siglo XVIII», Revista de Historia Moderna, 30 (2012), p. 84.

[8] El inventario testamentario de Gilberto Pío se conserva en el Archivo Histórico de Protocolos de Madrid, Protocolo 20006 y carece de una relación de las pinturas presentes en el Palacio de la Florida y que posteriormente fueron vendidas por su hermana.

[9] Ponz, op. cit., p. 499.

[10] Ponz, op. cit., p. 499, nota 1.

[11] La Razón de las pinturas… fue transcrita por María de los Ángeles Calatayud Arinero, Pedro Franco Dávila: primer director del Real Gabinete de Historia Natural fundado por Carlos III, Madrid, 1988, apéndice documental 2.

[12] Urriagli Serrano, op. cit., p. 249.

[13] Mercedes Águeda Villar, «Una colección de pinturas en el Madrid del siglo XVIII: el marqués de la Ensenada», Cinco siglos de arte en Madrid. III Jornadas de Arte, Madrid, 1991, pp. 165-177.

[14] Urriagli Serrano, op. cit., p. 242.

[15] Jordán de Urríes, op. cit., p. 299 y Urriagli Serrano, op. cit., p. 245.

[16] Urriagli Serrano, op. cit., p. 246.

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