Cuando pensamos en pintores que durante el siglo XIX llevaron a la pintura hacia la modernidad, jugaron un papel importante en la reinterpretación y reelaboración de los artífices del pasado y redescubrieron en el arte español del Siglo de Oro una fuente de inspiración, se nos viene a la cabeza el nombre de Eduouard Manet. Sin embargo, hubo un artista que jugó quizás un papel más trascendental que éste, ya que formó a toda una serie de artistas en el amor por lo hispánico, sobre todo por Velázquez, que ha pasado mucho más desapercibido. Se trata del francés Charles-Emile-Auguste Durand, más conocido como Carolus Duran. Este, aunque es conocido en su país de origen, lo cierto es que no lo es tanto fuera, pero tanto su persona como su obra merecen un mayor conocimiento y reconocimiento.

Carolus Duran, Autorretrato, 1869. Florencia, Galleria degli Uffizi, inv. 3887/1890.

Su inicios artísticos: la obsesión por el Inocencio X de Velázquez

     Nacido en Lille en 1837, Carolus Duran se formó primero en su localidad natal con François Souchon, un discípulo del gran David, para establecerse a posteriori en París en 1853, donde copiará las obras del Louvre. En la capital francesa trabará amistad con Manet y Fantin-Latour, y también con los círculos realistas parisinos, lo que será esencial en su interés por la pintura española y su posterior visita a España.

     Entre 1862 y 1866 disfrutará de una pensión del Ayuntamiento de Lille y viajará a Roma. Allí, el artista será donde realmente descubra la obra de Velázquez, en concreto el retrato del papa Inocencio X de la Gallería Doria Pamphilj. Su fijación por esta pintura será tal que el artista copió al óleo el cuadro y se dice que llevaba siempre consigo una fotografía de la obra. En el cuadro de Velázquez, el rostro sagaz e inquisitivo del pontífice mira directamente al espectador, destacando entre los rojos de su atuendo, los del fondo de su asiento y de la cortina que cierra la escena. Uno no pensaría que el color sobre el que más podría destacar un rostro es el rojo, pero Velázquez demuestra todo lo contrario en esta obra. Ello debió quedar fijado en la mente de Carolus, como veremos.

Diego Rodríguez de Silva y Velázquez, Retrato del Papa Inocencio X, 1649-1650. Roma, Galleria Doria Pamphilj.

     Vuelto a París en 1866 se alzó con una medalla por la obra El asesinado, la cual fue adquirida por el Estado por 5.000 francos, lo que le permitió con ese dinero costear su primer viaje a España.

Carolus Duran, El asesinado, 1865. Palacio de Bellas Artes de Lille.

El primer viaje a España, 1866-1868

     La fascinación que el artista sintió por el retrato de Inocencio X de Velázquez, unido a la asiduidad con la que estuvo en contacto con los círculos realistas parisinos y la influencia de Manet, quien había estado en Madrid en los años anteriores, llevaron a Carolus Duran a la capital de España. Aunque el artista permaneció dos años en Madrid apenas se conservan noticias de su paso por la ciudad. Se sabe que copió algunas de las obras de Velázquez en el Prado, como el Bufón con libros (Senado de París) o el Bufón Calabacillas (Ministerio de Finanzas, París), pero en los registros de copistas del Prado tan sólo aparece mencionado su nombre entre los días 10 y 19 de diciembre de 1866. Asimismo, gracias a los retratos que realizó de algunos pintores de la época sabemos que el artista estableció relación con otros pintores como es el caso de Matías Moreno, de quien realizó dos excelsos retratos en los que el artista toma una pose similar a la de Velázquez en Las meninas. El retrato que hoy se encuentra en el Palacio de Bellas Artes de Lille fue presentado en Madrid a la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1866 y el artista obtuvo una medalla de tercera clase como reconocimiento.

     La amistad con Moreno debió de ser tan estrecha que incluso llegaron a pintar entre ambos un retrato de un amigo común, Francisco Ruano, mientras que estaban viviendo en Toledo, lugar donde Ruano ocupaba responsabilidades municipales. En este retrato, al igual que sucede en uno de los realizados en Matías Moreno, vemos ya como el fondo utilizado por el artista es de color rojo, aunque todavía tratando de imitar a través de finas veladuras la presencia de una cortina. Este color se convertirá en una de sus principales señas de identidad.

Carolus Duran, Retrato de Francisco Ruano, 1867. Colección Masaveu.

     Pese a que como decíamos no tenemos muchos datos sobre la estancia de Carolus Duran en España, sus obras tras su paso por nuestro país hablan por sí solas sobre la admiración e intento de emulación del artista hacia Velázquez. Por lo visto, su obsesión con el pintor llegó a tal punto que incluso decía tener ascendencia española e intentaba identificarse con el maestro incluyendo en sus conversaciones frases que encabezaba con “Velázquez y yo”.

     Nada más regresar de vuelta a París, una de las primeras obras que realizará será el retrato de su esposa, Pauline Croizette, destacada pastelista y miniaturista. La pintura de tamaño natural fue presentada en el Salón de 1869 donde obtuvo una medalla. Titulada La dama del guante, la figura se destaca sobre un fondo desnudo reducido a una variación de grises y negros, sobre los que se superponen los tonos oscuros y brillantes del vestido. La pintura fue considerada por la crítica como el arquetipo del retrato ceremonial y su éxito le permitió asentarse como retratista en París montando su taller en el número 81 del bulevar de Montparnase. Un retrato que bebía de los realizados por el artista sevillano y en donde tanto los fondos pardos como el papel destacado de manos y rostro parecen depender directamente de este.

Carolus Duran, La dama del guante, 1869. París, Museé d’Orsay, inv. RF152.

Todo al rojo

     Pero como decíamos al principio, la gran obsesión de Carolus Duran será el retrato realizado por Velázquez durante su segundo viaje a Italia al papa Inocencio X. La forma en la que las carnaciones del pontífice destacaban de forma hipnotizadora sobre el carmín de su atuendo y escenario, es lo que llevó al artista francés a convertir el rojo en su color insignia a la hora de crear los fondos de sus retratos. En algunos de ellos de los años 60 o 70, como los que hemos visto del pintor Matías Moreno y Francisco Ruano o los de Madame Goldschmidt o Madame Georges Petit, ese fondo intenta imitar o parecer un cortinaje de terciopelo.

     En otros la audacia del artista llegará a tal punto que la figura se recorta sobre un fondo rojo convertido en una tinta plana, como es el caso del de María Letícia Bonaparte-Wyse. En este, asimismo, otro detalle más se desliza en su admiración al sevillano, parangonando la mano de la reina Mariana de Austria, que sujeta un pañuelo blanco, con la de la sobrina de Napoleón que sujeta un guante del mismo color y que pretende destacar la alianza de casada de la retratada.

Carolus Duran, Retrato de Maria Leticia Bonaparte-Wyse, 1972. Amberes, Museo Real de Bellas Artes, inv. 1380.

     Pero posiblemente la obra en la que el artista se muestra más moderno sea en su Estudio de Lilia, una sinfonía de rojos absolutos, en donde el fondo se confunde con la indumentaria de la joven. En ella el artista también hace un homenaje a su admiración por oriente y lo japonés, de quien llegó a ser miembro de una Sociedad japonesa parisina, al retratar de espaldas a una mujer en la que la única parte que se aprecia de su anatomía es la nuca y el cuello, la parte del cuerpo considerada más erótica por los nipones.

Carolus Duran, Estudio de Lilia, 1887. Washington, National Gallery, inv. 1999.45.1.

El taller del artista

     El éxito de sus retratos le permitió al pintor crear un productivo atelier. En él no sólo recibirá a los clientes para llevar a cabo los encargos sino que también se dedicará a la formación de una nueva hornada de artistas. En L’Atelier des Élèves de Monsieur Carolus Duran, que abrió sus puertas en la primavera de 1873, se formarán continuadamente unos veinticinco estudiantes, dos tercios de los cuales eran ingleses o estadounidenses. Entre ellos aparecen artistas tan destacados como el americano, nacido en Italia, John Singer Sargent, la estrellla más fulgurante de todos, o el español Ramón Casas. De hecho, Sargent consiguió lanzar su propia carrera realizando y exhibiendo en público el retrato que realizó de su maestro, el cual fue aclamado por la crítica.

John Singer Sargent, Retrato de Carolus Duran, 1879. The Clark Art Institute, inv. 1955.14.

     Las clases en el taller eran gratuitas aunque los alumnos debían pagar una parte de los gastos del calentamiento del local y del alquiler de los modelos. La máxima que Carolus intentó imprimir en ellos fue la de “expresar el máximo con el mínimo de medios”, así como su amor por lo español. Les animó a realizar los retratos sin realizar bocetos previos, directamente sobre el lienzo y a prestar atención a los efectos de la luz sobre las superficies más que a construir masas y volúmenes. Sus enseñanzas, aunque muy criticadas por algunos academicistas como William Bouguereau, fueron básicas para avanzar hacia la modernidad y para el aprecio de la pintura española en el último tercio del siglo XIX. De hecho, uno de sus alumnos, Robert Alan Mowbray Stvenson publicó en 1895 una trascendental monografía sobre Velázquez, en la que le presentaba como al padre de la pintura, o Singer Sargent, viajó a Madrid en 1879 para estudiar las obras del sevillano.

El homenaje final

     Con el éxito entre la sociedad de la época también le llegaron los reconocimientos. Así el 1872 fue nombrado caballero de la Legión de Honor francesa, cuyo pin rojo luce en el retrato realizado por Sargent, llegando en 1900 a ser gran oficial. Entre 1889 y 1900 fue miembro del jurado de las Exposiciones Universales y en 1890 fue cofundador de la Sociedad Nacional de Bellas Artes, la cual llegó a presidir. Como presidente de esta institución, en junio de 1899, el Gobierno francés le comisionó como representante para asistir en Madrid a los actos de conmemoración del IV centenario del nacimiento de Velázquez. Con motivo de este nuevo viaje a Madrid, Carolus Duran visitó el Prado y la nueva instalación de los cuadros de Velázquez en el museo. En muestra de su agradecimiento por esa oportunidad el artista retrató al entonces director de la institución, el también pintor, Luis Álvarez Catalá, tal y como informó la prensa de la época:

«En prueba de su entusiasmo y su gratitud, esta mañana estuvo en el estudio de Álvarez y trazó su retrato. Es una cabeza, como ha dicho el mismo pintor retratado, digna del pincel del artista francés. Y lo más notable, es que ha hecho la cabeza en tres horas».

La Época, 12 de junio de 1899.

     En la efigie, rápida y dinámica, se puede ver como Carolus Duran se mantuvo fiel a sus principios, pintando directamente sobre la tela, sin dibujo preparatorio alguno, y utilizando el rojo de fondo, tan característico de sus obras, sobre el que se recorta el perfil del retratado. La sobriedad de elementos y la restringida paleta cromática miraba nuevamente a Velázquez, como toda su obra, sirviendo así de homenaje perfecto tanto al centenario del artista como al director del Museo del Prado.

Carolus Duran, Luis Álvarez Catalá, director del Museo del Prado, 1899. Madrid, Museo Nacional del Prado.

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