Durante la segunda mitad del siglo XVIII, gracias al enorme desarrollo que alcanzaron las artes gráficas en España, la representación de los santos fue un tema muy importante, no tanto en la ilustración de libros, como en la edición de estampas por separado que hacían referencia a diversos textos religiosos. Ese fue, por ejemplo, el caso concreto del Flos Sanctorum de Ribadeneyra para el que “se propuso hacer todos los [santos] del año… cada uno en lámina de mayor tamaño [que] de quartilla de la misma marca”[1]. La idea surgió del grabador Juan Antonio Salvador Carmona (1740-1805) y para llevarla a la práctica el artista Antonio González Velázquez (1723-1793), entre 1771 y 1773, realizó una serie de dibujos destinados a ilustrar Los Santos de los Días inspirándose en la descripción que de cada uno se daba en el Flos Sanctorum. Las estampas comenzaron a venderse en la librería de Bayló en la calle de Carretas entre agosto de 1779 y junio de 1780. Ambos artistas habían creído que podría ser un buen negocio, pero solo llegaron a imprimirse las estampas correspondientes a los treinta y un días del mes de enero y los diez primeros de febrero debido a “no haber correspondido la venta al coste de obra tan dilatada”[2]. Su precio de dos reales, un valor elevado en la época, pudo ser el motivo del escaso éxito. Algo que no tuvieron en cuenta Salvador Carmona y González Velázquez ya que ambos artistas se encontraban en la cima de sus carreras en ese momento y un fracaso editorial no fue contemplado.

     Antonio González Velázquez pertenecía a una importante saga de pintores madrileños de la segunda mitad del siglo XVIII junto a sus hermanos Luis y Alejandro[3]. Formado artísticamente en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, sus excepcionales dotes le permitieron lograr en 1746 una pensión de la Junta Preparatoria en Roma. Allí pasará a ser discípulo destacado de Conrado Giaquinto, de quien su modo de dibujar será deudor. Con él aprenderá rápidamente la técnica del óleo y sobre todo la del fresco. Estos avances harán que el maestro le encargue ya en 1748 la realización de varios lienzos y frescos para la cúpula de la iglesia española de los Trinitarios de Vía Condotti.

Zacarías González Velázquez, El pintor Antonio González Velázquez, ca. 1785-1788. Madrid, Museo Nacional del Prado, cat. P007460.

     En 1752 regresó a España, más concretamente a la Basílica del Pilar de Zaragoza, donde se encargará de la decoración al fresco de la cúpula de la Santa Capilla. El éxito obtenido hará que sea reclamado en Madrid, abriéndosele así las puertas de Palacio y de la Academia, donde primero fue nombrado académico de mérito en 1753, posteriormente teniente director de pintura en 1767, para finalmente ser reconocido como su director en 1787. Al servicio de la Casa Real pintará tanto al óleo como al fresco en las iglesias de San Francisco el Grande, la Encarnación y las Salesas Reales. Pero será sin duda su participación en la decoración de las bóvedas del nuevo Palacio Real de Madrid bajo la dirección de Anton Rafael Mengs la que le granjeé más éxito. Durante sus últimos años de vida se verá apartado paulatinamente de los grandes encargos públicos por la nueva generación de pintores formados en torno a Mengs.

Antonio González Velázquez, Decoración para un techo de palacio, 1760-1780. Madrid, Biblioteca Nacional, inv. Dib/13/5/58.

     La serie de dibujos creados por González Velázquez para ser llevados al aguafuerte llaman la atención por su técnica suelta, algo poco usual en los esbozos preparatorios para grabado en los que solían primar las líneas rectas en figuras y paralelas en sombreados para facilitar el traslado de éstos a la matriz. Sin embargo, González Velázquez creará para Los Santos de los Días unos diseños en los que evidenció tanto su capacidad de invención narrativa como su técnica única ya que combinó la tinta parda, en líneas sinuosas, con la aguada, con la que el artista dio vida a las sombras y modeló las figuras. Aunque sus dibujos se inspiran en el Flos Sanctorum el pintor fue quien personalmente eligió qué santo sería el seleccionado en cada día, ya que la misma fecha correspondía a más de uno, y qué anécdota sería la representada debido a que las leyendas de muchos de ellos resultaban sumamente complejas. En la actualidad conservamos dibujos que corresponden con algunas de las láminas que se grabaron como los de San Julián, San Nazario, San Sebastián o San Francisco de Sales.

Inscripción en la trasera del dibujo de San Francisco de Sales en donde figura que corresponde con el día 29 de enero.

      Sin embargo también se conservan, en instituciones o siguen aflorando de vez en cuando en el mercado del arte, esbozos de otros santos que corresponderían con partes del calendario que no se llegaron a llevar a estampa. Ese es el caso de Santo Tomás de Villanueva cuya festividad se celebra el 10 de octubre, Santo Tomás apostol, que se conmemora el 3 de julio, o San Hipólito, cuyo santoral tiene lugar el 13 de agosto. Esto demuestra, que aunque la labor de llevar a plancha y sacar a la venta las estampas se interrumpió el 10 de febrero, lo cierto es que Antonio González Velázquez tenía ya realizados buena parte de los santos del año. Sus dibujos muestran una capacidad narrativa realmente sorprendente ya que consigue plasmar a la perfección las escenas más representativas de cada uno de los santos, relatadas en el Flos Sanctorum, y hacerlos identificables sin que en muchos casos se conserve inscripción alguna que indique el personaje.

NOTAS DEL TEXTO

[1] RODRÍGUEZ-MOÑINO, Antonio y LORD, Eileen A.: “Juan Antonio Salvador Carmona: Grabador del siglo XVIII (1740-1805)”, Boletín de la Sociedad Española de Excursiones, 56 (1952), p. 63.

[2] Rodríguez-Moñino y Lord, op. cit., p. 63 y ARNÁIZ, José Manuel: Antonio González Velázquez. Pintor de Cámara de Su Majestad 1723-1792. Madrid, Ed. Antiqvaria, 1999, pp. 60-61.

[3] Sobre el artista véase CEÁN BERMÚDEZ, J. Agustín: Diccionario Histórico de los más ilustres profesores de las Bellas Artes en España. Madrid, en la imprenta de la viuda de Ibarra, 1800, Vol. II, pp. 221-224; Arnáiz, op. cit.; PÉREZ SÁNCHEZ, A.E., “La huella de Giaquinto en España”, en Corrado Giaquinto y España. cat. expo., Madarid, Palacio Real de Madrid, 2006, pp. 75-77 y URREA, Jesús, Relaciones artísticas hispano-romanas en el siglo XVIII. Madrid, Fundación de Apoyo a la Historia del Arte Hispánico, 2006, pp. 175-179.

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