Las lluvias de los últimos días en Italia, como las que tuvimos no hace mucho en España, nos han recordado los terribles efectos que una gota fría puede dejar en nuestras ciudades. Cómo la potencia del agua arrasa con todo a su paso y deja en muchos casos imágenes de devastación. Eso me trajo a la memoria que hace justamente un par de días se cumplió el cincuenta y dos aniversario de una de las riadas más destructivas que ha sufrido jamás el mundo del arte.

La Plaza de la Santa Croce completamente anegada por el agua.

     El 4 de noviembre de 1966 una enorme tromba de agua desbordó el río Arno en Florencia e inundó buena parte de la ciudad. Junto al agua del río también se desplazó una ingente cantidad de barro, piedras y ramas de árboles que se mezclaron con hidrocarburos haciendo que las consecuencias de la inundación fueran aún más dañaninas para las obras artísticas. La subida del nivel, que en algunos puntos llegó a los seis metros de altura, dejó entre Florencia y sus inmediaciones más de 100 personas fallecidas, se perdieron las casas de cinco mil familias y se dañaron o destruyeron miles de obras de arte. Se estima que entre tres y cuatro millones de libros y manuscritos sufrieron importantes daños y que unas 14.000 obras de arte fueron afectadas, en mayor o menor grado.

Cientos de cuadros se vieron afectados durantes las inundaciones. Aquí extendidos para su secado en la galería superior de los Uffizi.

     Tras la retirada del agua a su cauce natural miles de personas voluntarias, muchos de ellos jovenes que estudiaban arte o bellas artes y otros muchos llegados de diversos puntos del mundo, se afanaron en la limpieza de las calles, edificios, monumentos y piezas artísticas. Se les llamó los “ángeles del barro” que lo mismo ayudaron en los Uffizi para evacuar piezas del museo y ponerlas a salvo o sacaron libros y pergaminos de archivos y bibliotecas. También se contó con la colaboración activa de diversas fuerzas armadas y de distintos países que entendieron que era importante aunar esfuerzos en el intento de no perder un patrimonio, el florentino, que es universal. Como dijo John Kennedy: “Vivo en el mundo, Florencia es también mi ciudad”.

Los “ángeles del barro” sacando obras del interior de los Uffizi.

     El agua había logrado entrar hasta el centro de Florencia y penetró en edificios como el Palazzo Vecchio, el Duomo o Santa Maria Novella. En el Baptisterio el ímpetú de la corriente fue tal que abrió las puertas de Ghiberti y las golpeó con tal fuerza que se desprendieron y quebraron buena parte de los paneles de bronce. Mientras, en palacios e iglesias multitud de frescos y bienes muebles se vieron afectados, siendo uno de los lugares más dañados la Santa Croce por su proximidad al río.

     En Santa Croce el agua alcanzó en el refectorio los cinco metros de altura y sumergió durante horas obras tan importantes como el Cristo Crucificado de Cimabue o la Última Cena de Giorgio Vasari, una de sus tablas más emblemáticas. Para minimizar los graves daños sufridos en éstas y otras obras de arte fue fundamental la rapidez de actuación de otros “ángeles”, los restauradores de la Soprintendenza italiana de Beni Culturali dirigida por Ugo Procacci, que se afanaron en limpiar, secar y fijar con papel japonés el pigmento sobre los lienzos y tablas para que las pinturas no se perdieran. Asimismo, han realizado una labor callada durante años, investigando la mejor forma de intervenir y tratar las piezas dañadas y paulatinamente están acometiendo su restauración, siendo muchas las que todavía esperan su turno en los almacenes florentinos.

Altura del agua alcanzada en cada una de las inundaciones sufridas históricamente en Florencia.

     La intervención de las obras, por tanto, no fue una cosa inmediata. Primero se puso a salvo todo lo que se pudo. Se actuó de emergencia sobre las piezas para consolidarlas y que no sufrieran más desprendimientos pictóricos y en ese estado quedaron muchas durante años hasta que las nuevas tecnologías y los avances en la restauración permitieron poder devolverlas a la vida. Ese es el caso por ejemplo de la Última Cena de Giorgio Vasari, una monumental tabla realizada en 1546 para el refectorio de los monjes benedictinos de Via Ghibellina en Florencia. En 2010 la obra pudo someterse a una importante restauración gracias a las nuevas técnicas y a la ayuda económica de diversas fundaciones privadas que reunieron los más de 250.000€ que costó la intervención. Esos esfuerzos han dado como resultado la recuperación de la obra y que luzca en todo su esplendor desde el año 2016 en el refectorio de la Santa Croce.

Aquí tenéis un video que se hizo con motivo de la colocación de la tabla de nuevo en el refectorio de la Santa Croce cincuenta años después del aluvión.

     Otras obras no fueron tan afortunadas como la tabla de Vasari. En el caso del Cristo Crucificado de Cimabue, realizado por el artista para la Santa Croce hacia 1275-1285, éste estuvo más de doce horas sumergido en el lodo hasta la altura del halo de la figura. El agua hinchó la obra y obligó al panel a expandirse agrietando con ello la pintura. Un 60% de la capa pictórica se perdió, entre ella buena parte de la cara y el torso de la figura, pese a que un equipo de restauradores, liderados por los conservadores Umberto Baldini y Ornella Casazza en el “Laboratario del Restauro” en Florencia, pasaron diez años restaurando la pintura. Trabajaron de manera casi puntillista recolocando las diminutas motas de pigmento que rescataron flotando alrededor de la pieza y que fueron recuperadas con pinzas por el personal que vadeaba en el agua después de que los torrentes se hubieran calmado. Pese a la dificultad del trabajo, los restauradores lograron devolver a la obra de Cimabue una apariencia cercana al original y se pudo exhibir nuevamente al público en 1976.

     El Cristo de Cimabue se convirtió en un emblema de la casi desaparición de la propia Florencia y de la recuperación de ésta gracias al esfuerzo de miles de ciudanos anónimos y de restauradores que pusieron todo su empeño en que el Patrimonio de todos se conservara. En la actualidad se han tomado medidas para que si se producen nuevas crecidas del Arno las obras de arte o los manuscritos de valor incalculable no se vean dañados. Es por ello que ya no se conservan obras a pie de calle o bajo tierra. Se han construído nuevos embalses y presas que intentan impedir que el agua pueda entrar en la ciudad y se han creado también barreras de inundación en lugares como los Uffizi. Asimismo obras como la Última Cena de Vasari o el Crucifijo de Cimabue cuentan con un sistema especialmente diseñado que las elevaría automáticamente a una mayor altura en caso de inundación. No obstante, esperemos que no tenga que volver a ser necesario y que las medidas adoptadas preserven para las generaciones futuras la ciudad por excelencia del Renacimiento.

     Os dejamos este video que creemos ilustra a la perfección la tragedia pero también la solidaridad de miles de personas que se pusieron rápidamente en marcha para salvar nuestro Patrimonio.

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