“Fray Juan Bautista a su pincel valiente

halló un Tiziano en jaspes de colores

menos el rostro de cristal luciente”.

Lope de Vega: El jardín.

     Dentro de las modas que van iluminando y oscureciendo periodos históricos de nuestro pasado, hemos sido testigos del redescubrimiento de momentos que, denostados o simplemente ignorados, no habían generado interés en las corrientes historiográficas. El siglo XIX tuvo a bién en dividir la historia de la Península, de una manera muy maniquea, en periodos de luz y oscuridad. En esa división, tras las luces imperiales del siglo XVI y la brillante llegada de los borbones en el XVIII, se situaba las tinieblas de la decadencia, el siglo XVII. Para más inri, es el periodo de oro de las letras y las artes, pero ese oro no se distribuía de forma homogénea por todo el largo siglo, sino que se realzaba a las figuras preeminentes y se oscurecía al resto. Si esto es clave en la literatura, imagínense en el arte. Todo el barroco hispano está bajo la alargada sombra de Velázquez. Sólo algún otro maestro reivindicado en los siglos XIX o XX podía hacerle un poco de sombra: Ribera, Zurbarán o Murillo.

Bartolomé González: Felipe III con armadura. 1621. Palacio del Pardo. Madrid. Patrimonio Nacional.

     Traducido en reinados, se resaltaba el de Felipe IV, periodo que hemos tratado bien en este espacio (ver aquí) y se oscurecía sobremanera el de su predecesor, Felipe III (1598-1621). Esta etapa es coincidente con uno de los momentos más interesantes en lo artístico, ya que comienza a surgir el Barroco, por lo que es importante para entender los cambios estilísticos y el desarrollo posterior de la escuela española. El reinado de Felipe III fue pacífico, y estuvo dirigido hábilmente por el codicioso valido del monarca, el duque de Lerma, que favoreció el desarrollo de todas las novedades artísticas, especialmente pictóricas. Pronto llegarán a España los ecos de lo que se está gestando en Italia, y también vendrá en eso años Pedro Pablo Rubens, seguramente uno de los pilares fundamentales en el desarrollo de la pintura barroca española y europea. Sin las especiales circunstancias religiosas, sociales, estéticas y políticas del reinado de Felipe III no se puede entender la eclosión brillante de la pintura barroca española. Sin este reinado no podría haberse desarrollado la pintura de Velázquez.

     El peso del Escorial va a ser fundamental para entender el inicio del nuevo reinado (ver aquí). La masiva llegada de obras para decorar el Monasterio, así como el trabajo de los pintores contratados por Felipe II, cambiaron la forma de entender la pintura y los modelos a seguir, pues traían los postulados de un manierismo reformado, más claro y legible. Coincidiendo con este momento, comienzan a llegar noticias de una nueva forma de pintar, de acuerdo con la realidad y lo natural, que encajaba perfectamente con la tradicional sensibilidad española: las novedades naturalistas y tenebristas que se estaban fraguando en Italia durante el último decenio del siglo XVI interpretadas por artistas como Carracci o Caravaggio. Es indudable entonces que este reinado tuvo que ser acicate para los artistas que nacen con el siglo y que culmina en la pintura madrileña con Felipe IV, pero también es innegable que la historiografía no ha tratado a Felipe III, no decimos con cariño, simplemente con objetividad:

<<Nunca sabremos con certeza en qué momento decidió Felipe III abandonar su regio taca-taca y dar los primeros pasos. Tampoco sabremos jamás cuál de sus dos pies adelantó primero; pero, personalmente, estoy convencido de que fue el izquierdo. Sólo así puede explicarse la mala suerte que tuvo en vida y la saña con que le ha perseguido la Historia. Fue un rey apático y abúlico. Uno de esos monarcas que pasaron con más pena que gloria, sin tener siquiera la grandeza que confiriera a Carlos II su propia miseria física. Fue algo así como un nuevo rey Midas que, durante su reinado, convirtiera en plomo todo lo que tocara, incluso en el terreno de las artes.>>

Miguel Morán Turina, “Los gustos pictóricos en la corte de Felipe III” en Pintores del reinado de Felipe III (catálogo-exposición), Madrid, Museo del Prado, 1993, p. 21.

     Dentro del contexto de este reinado, van a sobresalir una serie de nombres, que por su formación y conocimiento, van a dejar pronto constancia de su conocimiento de las novedades artísticas más vanguardistas. De estos, es especial el caso de un pintor oscurecido por dos causas, la primera porque su dedicación a la pintura es secundaria, y la segunda porque el campo en el que sus contemporáneos más le alababan, es en el que menos ejemplos se conservan. Este artista es Juan Bautista Maíno (Pastrana 1581- Madrid 1649).

Juan Bautista Maíno: Retrato de caballero. Madrid, Museo del Prado.

     Su fama en vida viene avalada por su inclusión en los textos de algunos de los teóricos más significativos de nuestro siglo de oro, como es el libro de Lázaro Díaz del Valle o el manuscrito de Jusepe Martínez:

<<Y más cuando sabemos que la majestad del Rey Nuestro Señor que hoy vive y reina en las Españas en su niñez pintó con sus Reales Manos, como lo testifica y publica una imagen al óleo que hoy se guarda  en la Guarda-Joyas. Tuvo por maestro en la pintura al Padre fray Juan Bautista, del Orden de Santo Domingo, admirable pintor y singular para láminas en lo cual como en lo demás fue famoso artífice.>>

Lázaro Díaz del Valle: Origen y Ylustración del Nobilísimo Arte de la Pintura [1656-1659]*

 

<<Pocos años atrás floreció un lucidísimo ingenio llamado fray Juan Bautista Maíno, discípulo y amigo que fue de Annibale Carracci y gran compañero de nuestro gran Guido Reni, que siguió siempre su manera de pintar. En lo que más se adelantó fue en hacer figuras medianas de lindo gusto y perfección. Adelantose sobre manera en hacer retratos pequeños y superó en estos a todos cuantos hasta ese tiempo han llegado. Tuvo gracia especial en hacer retratos que, aunque fuese la persona fea, sin defraudar a lo parecido, añadía cierta hermosura que daba mucho gusto y más a las mujeres, que les minoraba los años, que no es pequeña habilidad y todo digno de mucha alabanza.

Llegó su fama a los oídos de su majestad Felipe III, de gloriosa memoria. Mandolo llamar y que trajese alguna cosa de su mano y, vista que la hubo, le plació tanto que desde luego le eligió para maestro y enseñanza de esta noble profesión. Nuestro gran Felipe IV, de gloriosa memoria, amole mucho, haciéndole merced de darle doscientos ducados de plata por cada año sin donativos considerables. Fue este noble religioso amigo de sus amigos y a sus profesores los trató con grande estimación. No hizo muchas obras, que como él no pretendía más de lo que él tenía, no cuidó más que su comodidad.

A este religioso se le aplica un cuento muy gracioso que le sucedió acerca de un retrato que hizo para un caballero grande amigo suyo, y fue que tenía tratado matrimonio con una dama de Granada y, para esto, fue forzoso enviara este caballero su retrato para que la dama lo viera. Este señor no era muy galán. Nuestro fray Juan Bautista hizo de las suyas con su gracia acostumbrada de dar con su colorido y su gracioso dibujo, metiéndole en postura tan airosa que era muy diferente de su original, aunque en la cara le parecía. Llegado que fue el retrato en poder de la dama, fue harto bien recibido. Este caballero se detuvo algunos días para ajustar sus cosas en Madrid. Llegado que fue a Granada, vio a su dama y ella se mostró muy fría y disgustada. Preguntole su madre qué tenía, que se mostraba tan triste y melancólica, a lo cual respondió que ella había dado palabra por lo significado del retrato, pero no por la persona que se le ponía por delante, y que al dicho pintor se le vedase no hiciera retratos para casamientos de lejanas tierras.

Si este religioso trabajara continuamente en este ejercicio de retratos, particularmente de mujeres, hubiera ganado gran suma de ducados, mas él como religioso atendió muy poco de figuras en grande como del natural. No se sabe que hiciese sino sólo dos cuadros, el uno fue de santo Domingo Soriano, el cual dicen se quemó cuando aquel incendio grande del colegio de Atocha. Otro hay en las monjas de Santa Ana en Madrid, hecho con aquella dulzura y amabilidad acostumbrada suya, dejando satisfechos a los bien entendidos de ser conocido apto para todo. Con este ejemplar puede nuestro amado estudioso saber lo que debe hacer en este ejercicio de retratos, que he visto a muchos ponerse a hacerlos y no salir muy agradables; que, aunque bien pintados y con toda arte y relieve, no han sido aplaudidos como merecerían serlo.>>

Jusepe Martínez: Discursos practicables del nobilísimo arte de la pintura, Tratado 9: del historiar con propiedad, ca. 1675*

     Si tradicionalmente hemos vinculado la obra de Maíno en la órbita del tenebrismo naturalista de un Caravaggio, la biografía de Martínez lo sitúa relacionado con los artífices de la otra gran corriente del barroco inicial italiano, la clasicista. Pero hay que tener en cuenta que la Roma de finales del siglo XVI y comienzos del XVII, era un hervidero de artistas experimentando, y en muchas ocasiones esos polos tan supuestamente opuestos, no lo eran tanto, sólo hay que ver la obra de Orazio Gentileschi (1563-1639), Guido Reni (1575-1642), Annibale Carracci (1560-1609), Carlo Saraceni (ca. 1580-1620), Adam Elsheimer (1578-1610) o Michelangelo Merisi Caravaggio (1571-1610) y compararla con la obra del pintor de Pastrana, para ver las concomitancias y las divergencias. Ecos de estos pintores son rastreables en toda la producción de Maíno.

 

 

     Nuestro pintor era hijo de un milanés y de una dama portuguesa, vinculados con la corte de la Princesa de Éboli (1540-1592) quien vivía encerrada en su palacio de Pastrana. Debió de recibir alguna formación artística en Toledo, aunque no está claro este punto, y pronto marchó a Italia, donde sabemos que por razones de familiaridad, pasaría por Milán para luego establecerse en Roma entre 1600 y 1608. Vive así ese periodo tan fructífero en el que se ponen las bases de las corrientes principales del barroco, conociendo de primera mano las obras de los artistas antes citados. En Italia coincidiría con otros artistas de origen hispano, como Eugenio Cajés, Luis Tristán, Pedro Orrente, Antonio Lanchares o Pedro Núñez del Valle.

Juan Bautista Maíno: Resurreción de Cristo. óleo/cobre. Dresde, Staatliche Kunstsammlungen, Gemaldegalerie Alte Meister.

     A su vuelta a España, realizará el fantástico retablo de las Cuatro Pascuas para el convento dominico de San Pedro Mártir en Toledo, donde acabará profesando como fraile. Su entrada en religión, es en parte, la causa de que no dedicara gran esfuerzo a la pintura, ya que no va a ser su medio de vida, sino un complemento. En el mismo convento toledano realizará un conjunto de pinturas murales en el sotocoro, donde las referencias a obras romanas de Reni están muy presentes. Su fama debió ser lo suficientemente grande como para que Felipe III confiara en él la educación artística de Felipe IV. Este hecho no es nada baladí, pues la influencia del dominico en el joven rey no debe de ser ninguneada para entender la configuración del gusto del mayor coleccionista del barroco hispano. Sólo por eso ya merecería ser digno de nuestra atención.

 

     Otros dos acontecimientos artísticos vienen a darnos la razón: Maíno fue uno de los jueces del concurso de la Expulsión de los moriscos que consagró a Diego Velázquez en Madrid (ver aquí) y se le ofreció participar en el conjunto pictórico ex-novo más importante de su época: el Salón de Reinos del Buen Retiro (ver aquí).  

Maíno-Reconquista de la Bahía de Brasil

Juan Bautista Maíno: Reconquista de la Bahía de Brasil. Madrid, Museo Nacional del Prado.

     El Museo del Prado guarda buena parte de sus obras más importantes y hemos de alegrarnos con la noticia de la adquisición de una nueva obra de este pintor: San Juan Bautista (ver aquí). Esta pintura, de la que existe otra versión en un cobre de pequeño formato, representa al santo en un paisaje. Está muy vinculado con la invención, en la propia Roma, del paisaje clasicista ideal. Podemos relacionarlo con la obra de Annibale Carracci, maestro de Maíno, según Martínez. Esperamos que la restauración a la que se está sometiendo la pintura permita pronto ver la excepcionalidad de un pintor al que hay que reivindicar.

 

     En este sentido, Martínez alaba su manera de hacer retratos de pequeño tamaño, de los que nos han quedado algunos ejemplos atribuidos. Muchas de las miniaturas de calidad que hay todavía sin identificar pudieran ser vinculadas con la obra de este fantástico pintor, de valiente pincel e inquisitiva mirada.

Juan Bautista Maíno: Retrato de fraile (posible autorretrato). Oxford, The Ashmolean Museum.

*Las citas de Díaz del Valle están sacadas de: David García López, Lázaro Díaz del Valle y las Vidas de pintores de España, Fundación Universitaria Española, Madrid, 2008. La cita del Jusepe Martínez está sacada de: María Elena Manríque Ara (ed.): Jusepe Martínez, Discursos practicables del nobilísimo arte de la pintura, Cátedra, Madrid, 2006.

About Post Author

A %d blogueros les gusta esto: