Hace unas semanas uno de los componentes de InvestigArt asistió a un curso organizado por el Área de Educación del Museo Nacional del Prado, en el que el conservador de pintura del siglo XIX Carlos González Navarro nos llamó la atención sobre uno de esos capítulos de la Historia del Arte y de la pintura al que normalmente no se le dedica mucha atención: Los pintores y la pintura hispanofilipina del siglo XIX en las colecciones del Museo Nacional del Prado. En su conferencia nos adentró en esa escuela y momento que, por razones históricas (la pérdida de la colonia tras la Guerra Hispano-Americana de 1898), pasó a ocupar un lugar secundario en el discurso de la historiografía. Sin embargo, el interés de la escuela hispanofilipina de pintura de finales del XIX es un hecho que se constata por sí solo. Prácticamente en paralelo al curso se estaba subastando en Madrid, en la casa Abalarte (ver aquí), una fantástica acuarela que partiendo del precio de salida de 12.000 €, alcanzó la nada despreciable suma de 70.000 €, lo que nos indica ese interés.

Marcos Ortega y del Rosario: Vista del Rosario, Plaza Binondo, Vista Catedral de Manila y Vista de Bahía. Acuarela. Segunda mitad del s. XIX.

     Uno de los hitos más importantes para el conocimiento y promoción de las islas del pacífico en la Península fue la Exposición General de las Islas Filipinas que se celebró en el Parque del Retiro en 1887. Esta exposición, como tantas otras, tenía un fuerte componente político. Para esas fechas se había desarrollado en Filipinas todo un sentimiento anticolonialista que buscaba o esperaba de España un cambio en su política para con el archipiélago. No obstante, desde la metrópoli se quería dar una imagen completamente diferente, destacándose en la exposición los elementos más primitivos o salvajes para acentuar así la necesidad de protección. Es por ello que se hurtó de la contemplación del público madrileño la obra de los mejores pintores de la escuela, que por otro lado triunfaban en las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes, y se utilizó obras de pintores menores y de temática más exótica: tipos humanos y paisajes. Todo ello daba a la escuela filipina un aire infantil que justificaba así la visión proteccionista de la metrópoli. La prensa madrileña del momento no hará sino acrecentar estas ideas por todo el anecdotario que causó la exposición, ya que también se expusieron indígenas de las islas, recreando sus modos de vida, sus atuendos y sus viviendas. El estado de semidesnudez y su condición religiosa no católica dieron para un río de tinta y no pocos titulares llamativos haciéndose eco de la obsesión de la Reina Regente, María Cristina de Habsburgo-Lorena, de dar cristiano bautismo a los indígenas que automáticamente recibían todos el nombre de Cristino.

Ricardo Velázquez Bosco: Palacio de Cristal del Parque del Retiro. Invernadero para la Exposición General de Filipinas de 1887. foto: IPCE


     Los nombres más sobresalientes de la pujante pintura hispano-filipina, formados en Madrid y con estancias tanto en Roma como en París, estaban vinculados al grupo de intelectuales que, comandados por José Rizal, promovían la autonomía, cuando no abiertamente la independencia del archipiélago del Pacífico. Esos artistas y sobre todo esas obras no encajaban con el discurso paternalista que el Ministerio de Ultramar quería imprimir en la Exposición General de Filipinas.

     De todos los cuadros expuestos, la mayoría de autores menores y calidad discutible, cabe destacar la inclusión de un nombre brillante: Félix Resurrección Hidalgo y Padilla (1855-1913) pero de quien se exhibieron obras de juventud, realizadas en 1875 antes de su ingreso en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en Madrid.

     En 1884, tres años antes de la Exposición General de Filipinas, Hidalgo había obtenido la medalla de plata de la Exposición Nacional de Bellas Artes de Madrid con su obra Vírgenes cristianas expuestas al populacho, cuadro de Historia, el género más valorado en la escala académica, que tenía una doble lectura. Al ser un cuadro de mártires cristianos, no suscitaba recelos por parte de las autoridades españolas, que no tuvieron inconveniente en adquirirlo para las colecciones del estado. Pero el tema de las jóvenes desnudas que sufren como martirio las vejaciones lúbricas de un grupo de hombres que las miran con deseo lascivo se entendía también como una metáfora de la situación de las islas del pacífico respecto de España. El cuadro pasó a las colecciones del Museo del Prado y fue depositado (en lo que se conoce como el Prado Disperso) en la Universidad de Valladolid, donde fue destruido durante un incendio en 1936. Se conserva un boceto en el Museo Nacional de Filipinas, que unido a las fotos realizadas por Jean Laurent y conservadas en el fondo de la fototeca del Patrimonio Histórico del Instituto del Patrimonio Cultural Español, nos sirven para ver la alta calidad de esta obra que competía con otras de autores más cercanos para el público español como pueden ser Casado del Alisal o Pradilla. El cuadro sufrió el ostracismo al que se sometió todas las obras de autores filipinos tras la pérdida de la colonia en 1898.

F. R. Hidalgo: Jóvenes cristianas expuestas al populacho. 1884. foto: IPCE

F. R. Hidalgo: Jóvenes cristianas expuestas al populacho. 1884. foto: IPCE


F. R. Hidalgo: Boceto para Jóvenes cristianas expuestas al populacho. Banco Central Filipinas.

     Uno de los cuadros más alabados de Hidalgo es El asesinato del gobernador Bustamante y su hijo (National Museum of the Philippines) mostrado por primera vez en la Exposición de St. Louis (EE.UU.) de 1905, donde obtuvo la medalla de oro. El cuadro narra en clave nacionalista uno de los sucesos del periodo colonial español, la muerte del gobernador y su hijo por parte de una turba de frailes en 1719, historia que ponía el acento en la visión negativa del clero y su acción en las islas durante los años que fueron domino de la Monarquía Hispánica. El propio cuadro tuvo un largo periplo, hasta que finalmente fue adquirido por el Museo Nacional de Filipinas en 1974, siendo considerado como un tesoro nacional. La obra sigue la tendencia de la pintura de historia de entre los siglos XIX y XX, en la que se buscan momentos anecdóticos, casi pequeños, de la historia que sirven como excusa para mostrar las capacidades técnicas del pintor: su audacia en la composición, deudora de la fotografía, y su pincelada suelta.

F. R. Hidalgo: El asesinato del gobernador Bustamante. ca. 1905. Museo Nacional de Filipinas.

     El otro gran pintor hispanofilipino, que no expuso en la Exposición General, pero que cosechó grandes éxitos artísticos tanto en España como en el extranjero, fue Juan Luna y Novicio (1857-1899) pintor de azarosa vida que iniciaría su formación en las bellas artes después de ser marino. Llegó a España en fecha imprecisa pero antes de 1873, siendo introducido en los círculos artísticos por Eduardo Rosales, pintor que ejerció cierta protección sobre él.

Juan Luna en su estudio.

     Una de sus primeras obras premiadas es su Muerte de Cleopatra, firmado en 1881, y llena de referencias a la obra de Rosales, tanto a su Testamento de Isabel la Católica como a su Muerte de Lucrecia. Como ocurre con los cuadros de Félix Resurrección Hidalgo, el cuadro de Luna puede ser entendido como una metáfora de la situación de Filipinas respecto a España. El lienzo que fue adquirido por el Estado y pertenece al Museo del Prado está depositado en dependencias de la Capitanía General de Sevilla.

J. Luna: La muerte de Cleopatra. Museo del Prado (depositado en Capitanía General de Sevilla).


     En la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1884, la misma en la que Hidalgo consiguió una medalla de segunda clase con sus Vírgenes cristianas, Luna presentó su gran obra Spoliarium que obtuvo la medalla de primera clase junto con Los amantes de Teruel de Antonio Muñoz Degráin y La conversión del duque de Gandía de Moreno Carbonero. El cuadro representa el momento en que los gladiadores muertos o heridos de gravedad son llevados al espoliario, lugar donde son despojados de sus pertenencias para surtir con ellas a otros gladiadores. Es un cuadro con alta carga de violencia tanto en el tema como en la manera de representarlo, con una composición arriesgada y moderna. El cuadro no fue adquirido por el estado, como solía ocurrir con las medallas de primera clase, lo que nos habla de la lectura política de esta obra. Sólo había ocurrido este suceso, no comprar el estado un cuadro premiado con la medalla de primera clase, en dos ocasiones anteriores, con La muerte de Lucrecia de Eduardo Rosales en 1871 y con La leyenda del Rey-Monje de Casado del Alisal en 1881. El cuadro fue adquirido por la Diputación Provincial de Barcelona, pero Francisco Franco decidió regalárselo al general Marcos por lo que ingresó en el Museo Nacional de Filipinas.

J. Luna: Spoliarium. 1884. Museo Nacional de Filipinas.


     El ministerio de Ultramar, el mismo que había organizado la Exposición General de Filipinas y que creará a partir de aquí el llamado Museo de Ultramar, situado en el palacio de Velázquez del Retiro, encargará a Luna una pintura alegórica: España llevando a la gloria a Filipinas. De la obra, firmada en 1885, conservamos un boceto y el cuadro acabado. Éste forma parte de las colecciones del Museo del Prado pero se encuentra depositado en el Ayuntamiento de Cádiz. El óleo es un clarísimo ejemplo de la capacidad técnica y compositiva de Luna.

J. Luna: España guía a Filipinas por el camino del progreso. 1885. Museo del Prado (depositado en el Ayuntamiento de Cádiz).

     En cuanto al boceto podemos contar que salió a subasta en Balclis en octubre de 2012 por la cantidad de 72.000€ y se remató en 200.000€. Tan sólo un año más tarde volvió a salir al mercado, en esta ocasión en Sotheby’s Hong Kong, alcanzando la desorbitante cifra de 2.441.396 € como podemos ver aquí.

     En 1887 el gobierno le encarga para el Senado un lienzo titulado La batalla de Lepanto. Con una composición muy novedosa e influenciada por la fotografía, en la que lo anecdótico supera al lenguaje triunfalista del género histórico. El cuadro actualmente se puede ver en un pasillo de la institución.

     Ese arrinconamiento en un pasillo en el Senado español se contrapone con el papel icónico que han adquirido sus obras en Filipinas, donde uno de sus cuadros de historia El pacto de sangre de 1885, preside una de las salas más importantes del Palacio Malacañán de Manila, residencia oficial del Presidente de la República de Filipinas, donde son recibidos los más altos dignatarios que visitan aquél país.

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