Felipe II siguió en lo referente a los jardines, la moda imperante en Europa, a la vez que continuaba una tradición española de raigambre morisca, que veía en la naturaleza ajardinada el marco ideal con el que habían de rodearse palacetes y villas de placer. La relación arquitectura-naturaleza aparece como un elemento fundamental, al igual que la jerarquización de la naturaleza. Se planteaba así desde un concepto paisajístico del jardín en las zonas más alejadas de los edificios, calles arboladas, huertas, cultivos o bosques; a su estricta racionalización formal en la parte más cercana a los mismos, es decir, un jardín de tipo flamenco delante y detrás de la casa.

 

El jardín racional

     Como acabamos de señalar, el modelo que adoptó el rey prudente para los jardines más cercanos a sus palacios fue el flamenco, con calles en cuadrícula que configuraban parterres cuadrados o “cuarteles” de abrotano en cuyo centro se situaban flores y plantas “haciendo artificiosos lazos y compartimentos, con tanta variedad en los colores, que parecen alfombras finas que tendió la primavera…”. Buen ejemplo de este tipo de jardines fueron el del Rey de Aranjuez, el jardín de El Escorial, el de la Casa de Campo o el de La Fresneda.

 Junto a los parterres también se encontraban otros elementos como enrejados para que las plantas treparan por las fachadas de la casa o por las tapias que delimitaban las lindes de la propiedad y tiestos y cubetas, de barro imitando jaspes de color azul y verde, que eran colocados aquí y allá con gran cantidad de flores y plantas. En la actualidad en el jardín de El Escorial todavía es posible ver los enrejados “o celosías de madera dada de verde, en quien se ven enlazados rosales, jazmines y mosquetas” a los que hacen referencia los cronistas.

Vista de los enrejados en el jardín del Monasterio de El Escorial.

Vista de los enrejados en el jardín del Monasterio de El Escorial.

     En algunos casos los enrejados y celosías se situaban a los lados de los parterres configurando estructuras abovedadas. Cuando éstas se cubrían de vegetación eran lugares frescos y umbríos que propiciaban estar en medio de la naturaleza sin sufrir los rigores del sol o del viento. De este tipo de pasadizos nos han llegado imágenes como una Vista del jardín de El Pardo del siglo XVII.

Anónimo madrileño: Vista de los jardines de El Pardo. Museo de Historia de Madrid.

Anónimo madrileño: Vista de los jardines de El Pardo. Museo de Historia de Madrid.

Las arboledas

     Como hemos referido anteriormente, en un segundo plano, una vez terminaba el jardín geométrico, se encontraban las avenidas arboladas que comunican la casa con diversos puntos de la finca y con el exterior. Los árboles que más abundantemente configuraban estos espacios eran olmos, fresnos y sauces, aunque también era frecuente encontrar algún castaño o árboles frutales.

     Esta transición entre el jardín flamenco y la arboleda queda perfectamente reflejado en los cuadros de la Casa de Campo que representan ese lugar. En ambos podemos observar como hay una pequeña separación entre ambos jardines -en uno de ellos la transición está marcada por un pequeño murete de celosía-, y como la arboleda ayuda a enmarcar el jardín flamenco a la vez que proporciona puntos de fuga de la mirada hacia la inmensidad del paisaje.

     Una descripción perfecta de todo esto nos la ofrece el padre Sigüenza que al hablar de los jardines de La Fresneda decía lo siguiente: “… es todo árboles y frescuras: unos con frutales, otros no más de para bosque y verdura, todos repartidos por su orden, haciendo calles muy anchas, a lo menos olmos, sauces, moreras, perales y fresnos. Los lindes y divisiones, de tejidos y enrejados, donde se enredan rosales, ligustros, jazmines y mosquetas y otros arbustos olorosos y de apacible vista, haciendo antepechos y paredes verdes de mil matices de colores…”.

El jardín paisajísticos: Huertas, cultivos y bosques

     Finalmente, en las fincas de mayor tamaño había un tercer elemento que componía el jardín. En aquellas casas cuya finalidad era la cinegética había zonas de bosques. Éstos se dejaban salvajes aunque delimitados con una tapia para evitar que los cazadores furtivos o las gentes de los alrededores pudieran beneficiarse de la caza del lugar. Bien es sabido el gusto que los monarcas de la dinastía de los austrias tuvieron por la caza y la importancia que a esta actividad tuvo en sus vidas. Un buen reflejo de ello es el cuadro de Lucas Cranach el viejo, Cacería en honor a Carlos V en el Palacio de Torgau o La Cacería del tabladillo en Aranjuez de Martínez del Mazo.

     Mientras, en aquellas otras propiedades cuyo fin era la producción había una extensa zona dedicada a cultivos y huertas. En lo referente a la huerta los cultivos se dividían en calles y cuarteles. En ésta no sólo se plantaban aquellos productos necesarios para la manutención del Administrador y del personal que vivía en la finca como: frutas, legumbres, tubérculos u hortalizas, sino que también eran cultivadas plantas de uso medicinal como el sándalo, el hinojo, el espliego, el romero, el poleo, el tomillo o el cantueso. De esta forma se tenía a mano todas las cosas necesarias para la vida diaria dentro de los palacios o dehesas.

Vista de las huertas del Palacio de Villandry (Francia).

Vista de las huertas del Palacio de Villandry (Francia).

    

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