Una batalla ganada, la representación de la monarquía hispánica todo poderosa y victoriosa. Una mano tendida, símbolo de un rey magnánimo y generoso. Un escenario inabarcable imagen de la extensión inmensa del Imperio. Todos estos símbolos para representar a una persona, el monarca Felipe IV. Y todo ello recreado de dos maneras distintas, Velázquez a través del pincel y el lienzo, y Calderón a través de la palabra y el gesto. Así se podría resumir “La Rendición de Breda”. Una misma historia y dos maneras de darla vida, pero no dos formas tan distintas, ya que como vamos a ver ambas se funden .

Diego Rodríguez de Silva y Velázquez: El sitio de Breda. Museo Nacional del Prado, Madrid.

Diego Rodríguez de Silva y Velázquez: El sitio de Breda. Museo Nacional del Prado, Madrid.

     En su obra, “La vida es sueño” dijo Calderón de la Barca: “¿Qué es la vida?: una ilusión, una sombra, una ficción”. Al igual, en el barroco la vida de la corte es un inmenso escenario teatral “hasta el punto de considerarse la corte de Felipe IV como un trasunto de un espléndido teatro, en cuya escena el actor principal era la figura del rey”.

     El teatro ocupaba un gran papel como distracción de los cortesanos y como herramienta de propaganda política. La pintura, el arte por excelencia en el barroco español, no era más que otro medio teatral, de apariencia, a través del cual dar a la monarquía hispánica toda la dignidad, popularidad y fortaleza perdidas. Por ello, la pintura en muchas ocasiones adoptó los recursos teatrales, y se inspiró en sus obras para crear las suyas propias. En el cuadro “La Rendición de Breda”, tenemos un ejemplo de este hecho. Velázquez se inspiró en una comedia de gran éxito en la corte para crear su obra, una obra que debía estar situada en el lugar de más importancia del Palacio del Buen Retiro: el Salón de Reinos. En él se representaba a la monarquía hispánica como todo poderosa y victoriosa, y al rey como al nuevo Hércules. “Se representaba”, se quería dar esa imagen, nuevamente se acudía a lo teatral, a la vida como un sueño, como un gran escenario, donde reinaba la apariencia y no la realidad.

Reconstrucción del Salón de Reinos del Palacio del Buen Retiro.

Reconstrucción del Salón de Reinos del Palacio del Buen Retiro.

     El sitio de Breda pasó por el mayor acontecimiento estratégico de la época. Breda era para los españoles el baluarte más importante de Flandes. Era por su posición estratégica, un punto clave y por ese mismo motivo era una fortaleza inexpugnable. El plan de atacar la ciudad no era bien acogido por la mayoría que veían muy largo el período de espera antes de obtener el fruto deseado, pero parece ser que una orden desde Madrid lo cambió todo: “Marqués: Tomad Breda”, se cree que ordenó Felipe IV. El marqués de Spinola, tras largo sufrimiento, logró la rendición de los asediados, el 2 de Junio de 1625 se firmaron las capitulaciones y el día 5 de Junio se produjo la entrega de las llaves de la ciudad.

     Este acontecimiento tuvo gran resonancia, y fue llevado a la posteridad por grabadores y pintores. En el Museo Nacional del Prado se conserva el grabado de Jacques Callot ejecutado entre 1626-1628 y varios de los lienzos realizados por Peter Snayers sobre el Sitio de Breda.

     En 1632 recibía Calderón el encargo de poner en texto, lo que había sucedido en Breda. Posiblemente no se le encargara la obra simplemente por ser un gran escritor, sino también por que se cree que el estuvo en las guerras de Flandes. La obra de Calderón es de gran rigurosidad y hay en ella toda una serie de detalles, cifras exactas de personas que formaban la artillería, la caballería, nombres de capitanes… que indican que o bien Calderón estaba presente en el acontecimiento o había manejado un documento histórico: “La crónica de Hermannus Hugo de 1626: Sitio de Breda rendida a las armas del rey D. Felipe IV…”.

     Tras el encargo a Velázquez de pintar “La rendición de Breda” para el Salón de Reinos hacía 1634 , es seguro que se documentó. Asimismo parece más que probable que el pintor sevillano hubiera asistido en la corte al estreno de la obra de Calderón en 1632 o posteriores funciones, ya que en el cuadro hay algo tan teatral y solemne, que pareciera que fuese acompasando los versos de Calderón. Como veremos hay un gran paralelismo entre ambas obras, tanto es así que el lienzo resulta una plasmación pictórica del momento final del texto de Calderón. Tras la salida del sitio, Nassau lleva en una fuente las llaves de la ciudad, y dice así a Spinola:

“Aquestas las llabes son/ de la fuerza, y lebremente/ hago protesta en tus manos,/ que no ay temos que me fuerza a entregarla, pues tubiera/ por menos dolor la muerte./ Aquesto no a sido trato,/ sino fortuna que buelve/ en polbo las monarquías/ más altibas y exçelentes./”.

     Este mismo gesto podemos ver como aparece con todo detalle en el cuadro de Velázquez. Por su parte el Marqués Spinola le responde a Justino Nassau:

“Justino, ya las reçibo/ y conozco que baliente/ sois; quel balor del benzido/ haze famoso al que benze./”

     Mientras que en el texto se percibe un toque de patriotismo exacerbado, en el cuadro se elimina por un gesto de condescendencia con el enemigo. Se demostraba así que Felipe IV no sólo era fuerte para ganar sino también virtuoso para perdonar.

“¡Oh españoles, oh portentos/ de la milicia, ya asombro/ del mismo Marte!… Y puesto que ella se humilla/ no hay que apretar demasiado:/ que mayor nobleza ha sido/ tener lástima del vencido/ que verle desestimado/ con arrogancia”.

     La historia que se cuenta tanto en el texto como en el cuadro, no sólo es una historia militar, sino también proyecta la lucha entre dos pueblos y dos religiones. Velázquez y Calderón reflejan una vez más, como en otras muchas de las obras realizadas para el monarca, la obsesión de Felipe IV por la apariencia de poder y la propaganda de su persona y gobierno.

     Al igual que la obra de Calderón esta llena de elogios al ejército español, Velázquez, tras su cuidada composición del cuadro también hace una serie de referencias simbólicas, pero más veladas que las palabras victoriosas de Calderón. La composición hace gala de una gran unidad y sencillez. Hay dos grandes grupos, el de la derecha inspirado en “El Expolio” del Greco, el de la izquierda y el centro semejante al “Jesús y el Centurión” de Veronés. Las lanzas que se yerguen sobre los soldados españoles, paralelas y rígidas, simbolizan la disciplina que hizo de la infantería española el terror de Europa. En lo que se refiere al escenario, de entre los lienzos realizados por Peter Snayers sobre el Sitio de Breda sabemos que al menos uno de ellos, el que representa a “Isabel Clara Eugenia en el Sitio de Breda” estaba en el Alcázar de Madrid desde antes de 1636. Una atenta mirada a la obra nos permitirá comprobar como Velázquez en sus “Lanzas” recoge la vista de Snayers para recrear el paisaje de fondo de su lienzo.

     En cuanto a la inspiración general de la composición Velázquez parece haber tomado como referencia un libro publicado en Lyón en 1553: los “Quadrins historiques de la Bible” ilustrado por Bernard Salomon. En él hay una ilustración “Abraham y Melquisedec”, que tiene un gran parecido con el lienzo del sevillano, aunque su composición es más simple. También pudo servirle de ejemplo para su obra el cuadro de Rubens “Encuentro del Cardenal Infante y el rey de Hungría”, coetáneo prácticamente al de Velázquez, y que en lo referente al caballo que muestra su grupa en primer término parecen que no son ajenos el uno del otro. No obstante, se desconoce si Velázquez conoció el cuadro de Rubens antes de la elaboración del suyo y para la realización del caballo también pudo servirle de referente la estampa de Durero “Caballo grande” de 1505.

     Al contrario de lo que hoy pueda pensarse, el inspirarse en obras ajenas era algo que venía de antiguo y no iba en deshonor de los que lo hacían si éstos sabían crear una obra llena de novedad y esto es justamente lo que hace Velázquez. Su composición une dibujo y color, claridad de relato y equilibrio de masas. El cromatismo que se aprecia es similar al de los retratos ecuestres para el mismo Salón de Reinos, con un fondo de cielo en tonos fríos que contrasta con un primer plano en colores más cálidos.

     El cuadro de Velázquez tiene en común pues con la obra de Calderón la teatralidad. Esa teatralidad que no sólo reinará en los escenarios y los cuadros, sino también en la vida cotidiana, ya que el carácter rígido de la etiqueta de la corte española, imprimía a los soberanos unos rasgos escénicos muy marcados. Ellos mismos, como señalábamos en un principio, parecían los actores principales del gran escenario que era la corte.

     La monarquía española tras el comienzo de la decadencia quiso aún más evadirse de la realidad y refugiarse en el pasado triunfal, querían seguir soñando que España era aquél imperio poderoso gobernado por Carlos V o Felipe II, y no el decadente y arruinado imperio del segundo tercio del siglo XVII. Pero como dijo Calderón de la Barca “los sueños, sueños son”…

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