En ocasiones la Historia de la Arquitectura es como el título de la famosa obra teatral de Buero Vallejo: Historia de una escalera, y la que hoy nos ocupa es eso: toda una historia.

Vista general de la escalera desde el acceso principal del edificio. Foto Jesús C.V.

Vista general de la escalera desde el acceso principal del edificio. Foto Jesús C.V.

     Es evidente que la escalera es un elemento importante de una construcción de cierta envergadura, sobre todo cuando se plantea con varias plantas, ya que es esencial en su propia funcionalidad además de ser un elemento importante en el juego tectónico y de que encierra ciertas dificultades técnicas.

     En un momento dado y en un contexto muy particular, los arquitectos y tratadistas percibieron la gran trascendencia y significación que podía tener el trazado del cuerpo de escalera y sus posibles variantes. Si en el primer renacimiento la escalera que más se emplea es la llamada de tipo Claustral, a partir de la segunda mitad del siglo XVI se va a imponer el modelo de escalera Imperial, de gran trascendencia posterior, y cuya planta es una “E” con un tiro ascendente hasta el descansillo y luego dos tiros más. Este tipo pronto se va a cargar de significación política, ideológica y protocolaria, siendo el mejor modelo para emplear en las construcciones palaciegas.

     Dentro del modelo Claustral estaría la empleada para el Hospital de Santa Cruz en Toledo (hoy Museo Santa Cruz) y del tipo Imperial el mejor y principal ejemplo es la gran escalera del Monasterio de El Escorial de Juan de Herrera. Una vez establecido el modelo, sólo habrá variaciones menores en el número de descansillos, en la altura de los peldaños o en la decoración, que lógicamente irá variando según los gustos. Podemos seguir así una gran estela de escaleras Imperiales como la del Monasterio de Uclés (Cuenca), la escalera del Palacio de Aranjuez o la propia escalera del Palacio Real Nuevo de Madrid diseñada por Francisco Sabatini continuando el modelo de la gran escalera del Palacio Real de Caserta (cerca de Nápoles).

     Estableciendo pues, que el modelo más propicio para construcciones de significación política y social importante es el Imperial, durante el siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX éste será utilizado con asiduidad para construcciones diversas, principalmente palacios y edificios públicos. Así podemos ver la escalera que el Duque de Santoña mandó hacer en su palacio madrileño, hoy sede de la Cámara de Comercio y para la que empleó mármoles de Carrara y esculturas de Carlo Nicoli provenientes de dicha localidad italiana.

Escalera de la cámara de Comercio de Madrid.

Escalera de la cámara de Comercio de Madrid.

     Desde el siglo XIX tenía el ministerio de Marina su sede en un antiguo palacio, el de los Secretarios de Estado (conocido como Palacio Grimaldi o Palacio de Godoy) junto al Palacio Real de Madrid. Era una construcción proyectada por Sabatini como edificio institucional en la zona que en ese momento se estaba reformando: la llamada calle nueva o calle de Bailén. Sabatini proyectó para este palacio una variante de escalera Imperial que todavía subsiste (actualmente el palacio es sede del Centro de Estudios Constitucionales).  Godoy lo empezó a habitar en mayo de 1772, y permutó el palacio por las casas que poseía en la calle de San Marcos, pasando así a manos privadas. Godoy adquirió las casas circundantes y reformó el palacio con la ayuda de dos arquitectos: el español Juan Antonio Cuervo y el experto en escenografía y decoración Jean-Demosthène Dugourc, que son los responsables de la disposición actual de la escalera así como de su decoración. Tras la marcha de Godoy en 1807, el palacio se convirtió en sede de multitud de ministerios hasta que en 1846, tras un incendio, se trasladaron todos salvo el de Marina. Desde 1853 además acogía el Museo Naval hasta su traslado a la nueva sede del Paseo del Prado. Sabémos con certeza que el friso que en la actualidad decora la escalera del Museo Naval procede del Palacio de Godoy. Un dibujo de Rafael Monleón y Torres (1843-1900) que se encuentra en la BNE así lo refleja perfectamente, así como fotografías antiguas como la perteneciente al fondo Ruiz Vernacci del Instituto de Patrimonio Cultural de España.

     Con este magnífico antecedente es normal que cuando se decidió trasladar el Ministerio de Marina, hoy sede del Cuartel General de la Armada y del Museo Naval, a un lugar que se estaba transformando enormemente y cuyo prestigio era harto conocido, el Paseo del Prado, los arquitectos eligieran el modelo de escalera Imperial, por todo lo que conllevaba de ideología y propaganda implícita. El nuevo edificio fue construido entre 1917 y 1925 por José Espelius y Francisco Javier de Luque, éste último autor de otros edificios oficiales como el ministerio de Educación y el Instituto Geológico. De fachadas recargadas con elementos de diversos estilos, es un buen ejemplo de lo que se ha denominado eclecticismo regionalista, que busca un lenguaje oficial de arquitectura basado en elementos del pasado “glorioso”: el gótico de los Reyes Católicos y el primer Renacimiento del Emperador Carlos V, junto con elementos de diversa procedencia para mayor gloria de la institución que lo encargaba. Este estilo ecléctico fue el utilizado en todos los edificios oficiales circundantes, como el Palacio de Telecomunicaciones, sede de Correos y Telégrafos, diseñado por Antonio Palacios Ramilo. Pues bien, como decíamos, fruto de ese estilo arquitectónico, el edificio del Ministerio de Marina es un edificio con fachadas muy recargadas ornamentalmente y mezcla de elementos góticos isabelinos, en honor del impulso de la Marina durante el reinado de los Reyes Católicos, pero también clásicos dentro de un tono general ecléctico.

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Vista del edificio del Ministerio de Marina. IPCE, fondo Loty.

     Levantado por Real Orden del 22 de julio de 1915 para acoger el Ministerio de Marina, el volumen primitivo se asienta sobre un solar de planta trapezoidal, con fachada a tres calles y a dos amplios patios interiores. La principal es la de Montalbán, desde donde se entiende su magnificencia, lograda por su altura, seis niveles más semisótano y áticos, su masividad y su profusa decoración. Se divide su alzado simétricamente en cinco cuerpos, avanzados los extremos y el central y éste rematado por un esbelto torreón de planta cuadrada, que potencia el eje intermedio y marca el ingreso, producido a través de una gran portada. En el “Pliego de bases para la celebración de un concurso libre de proyectos relativos a la construcción en Madrid de un edificio destinado a Ministerio de Marina”, compuesto de 15 bases, destaca el punto 4º: “La naturaleza de los edificios a construir y su situación, imponen tanto en su trazo como en su ornamentación, una composición decorosa y sobria para sus fachadas, que guarde cierta armonía con los edificios y monumentos próximos”. Está claro que los arquitectos consiguieron este fin.

     Traspasado el acceso principal, recibe al visitante la monumental escalera Imperial. Ésta está realizada en mármol de Carrara de colores beiges y marrones. A derecha e izquierda de la escalera se encuentran dos bustos, uno del contralmirante y vicepresidente del Almirantazgo Don Casto Méndez Núñez (1824-1869), y el otro del capitán de navío Don Victoriano Sánchez-Barcaiztegui (1826-1878). La escalera cuenta con un primer tramo recto enmarcado por barandillas de mármol y coronadas por pináculos piramidales. Los de la entrada de la escalera están abrazados por cuatro luces, las cuales son reproducción de los fanales de popa de los antiguos navíos. En el descansillo del primer tramo de la escalera ésta se desdobla en dos, descansando ambos tramos sobre arcos en ménsula. Sobre el arco rebajado que enmarca la escalera está situado un friso decorativo que representa una escena de corte clásico, traída como ya hemos dicho desde el palacio de Godoy (el friso era rectangular y se cortó para adaptarlo a la línea del arco sobre el que se instaló). La caja está coronada por una galería de arcos escarzanos que soportan la potente cornisa y las vidrieras emplomadas, que iluminan cenitalmente. Éstas son de la Casa Maumejean, que se estableció en España a finales del siglo XIX con sede en Madrid y delegaciones en Barcelona y San Sebastián. La vidriera se compone de una zona central y de una orla que la rodeada en todo su perímetro. En el centro 15 cuadrados blancos dan luz al espacio inferior. Estos cuadrados están separados por grecas de color verde esmeralda decorados con motivos de caballitos de mar. En los cuatro lados va la orla corrida, en la que se sitúan a modo de friso escenas que representan al Dios Neptuno sentado en un trono de peces, alternado con la imagen de un par de sirenas. Estas escenas están separadas entre ellas por escudos de los reinos de España: Aragón, Navarra, Castilla y León, y el escudo de la Casa de Borbón. La de de la cubierta no es la única vidriera de Maumejean presente en la escalera, ya que en la pared que limita el tramo principal de la escalera monumental se abre un hueco iluminado donde figura una vidriera que representa la Rosa de los Vientos. En ésta sobre un fondo azul celeste se sitúa la rosa de los vientos, un círculo que enmarca los 32 rumbos.

Pincha aquí para disfrutar de una vista 360º de la escalera realizada por Jesús C.V.

     Casi toda la planta primera del edificio está ocupada por el Museo Naval, que cuenta en sus fondos con una importante colección de objetos, cartografía y bibliografía relacionada con la mar. La segunda planta era la antigua vivienda del Ministro, los despachos y las salas de recepción oficial. Toda ella está embellecida con los revestimientos decorativos y pinturas de estilo pompeyano, que ornamentaban algunas de las habitaciones de su antigua sede de la calle de Bailén o Palacio de Godoy, realizadas en 1792 por el arquitecto Jean Demosthène Dugourc, y aquí trasladadas en 1928, preservándolas para la posteridad. Destaca así el llamado “Salón de Apolo”, el singular “Despacho de Godoy” o el “Salón del Rapto de Gamínedes”. La necesidad de nuevos espacios motivó la ampliación del edificio en los años setenta, sobre un solar anexo sito al mediodía. Se trata de un volumen concebido desde la modernidad, pero con pretensión de integrarse exteriormente al primitivo y no yuxtaponerse, mediante el mantenimiento de la monumentalidad y de sus pautas compositivas: como la altura de impostas, la división clásica en cuerpos horizontales o el basamento central a modo de columnata. Aunque fue preciso quintuplicar la superficie de ventanas se intentó en todo momento no romper la armonía del conjunto.

     Volvemos ahora a un elemento de la escalera que hemos pasado antes rápidamente en su descripción: el friso. Sabemos que éste procede del Palacio Grimaldi y que debió de pertenecer a la colección de Godoy. No obstante, tras la salida de éste del gobierno tan sólo se pudo hacer inventario en su palacio de la vajilla de plata, ya que Murat eligió como residencia el palacio de Godoy, con lo que se tuvo que interrumpir de inmediato la celebración del inventario.

     No obstante, la idea de asimilación de Godoy con un Emperador es una iconografía que seguro que él quiso promover. De hecho, tal y como se refiere en alguna crónica, tras el regreso de Godoy a Madrid después de un viaje por Cádiz, “…la entrada de Godoy, en su palacio fue triunfal. La magnífica escalera y los vastos salones hallábanse poblados de apiñada muchedumbre ansiosa de saludar a su paso al valido…”. Así en el friso se recoge el tema de triunfo militar de un emperador, tema que no era nuevo y que venía utilizándose por los monarcas desde el Renacimiento y sobre todo en el Barroco. Pensemos en los ciclos de Historia de Roma que Felipe IV encargó para decorar su palacio del Buen Retiro, de los que destacan los realizados por Gionvanni Lanfranco o Doménico Gargiulo y que guarda el Museo del Prado. En el Museo de Navarra hemos encontrado un pequeño marfil con temática muy similar, en este caso es el Triunfo de Constantino y con un parecido más que evidente. Ambas piezas, friso y eboraria son fruto de un mismo ambiente artístico, en el que se pretendía una reconstrucción de la escultura de los antiguos romanos basándose en ejemplos como los relieves de la Columna Trajana, de la que ambas piezas son evidentes deudores.

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