Las ermitas del Retiro fueron múltiples y variadas, cada una con sus particularidades pero también con elementos en común, compartiendo todas ellas, como veíamos en un post previo (aquí), un carácter dual que permitía la coexistencia de usos religiosos y profanos. En lo referente a su aspecto, la de la Magdalena era un tanto singular en relación al resto, ya que su apariencia estaba más en consonancia con la arquitectura madrileña de las primeras décadas del siglo XVII, directa heredera de las últimas experiencias del XVI.

     Para comprender el devenir de la arquitectura del “primer Barroco español” no hay que perder de vista que el hito escurialense supuso un antes y un después. La obra resultante del trabajo de los arquitectos Juan Bautista de Toledo y Juan de Herrera, así como de un nutrido grupo de aparejadores y maestros canteros (una suerte de adaptación de los modelos de Vignola), se convirtió en el referente indiscutible en el panorama hispánico y fue, con Francisco de Mora, a finales del reinado de Felipe II, cuando se confeccionó una fórmula sintética de la experiencia escurialense, más práctica, más barata y, en definitiva, más asumible para su reproducción.

     Los primeros ejemplos los encontramos en las intervenciones llevadas a cabo por Mora en el mismo Escorial: en la casa de los hielos y en la llamada “cachicanía”, una especie de almacén. Ambas construcciones se caracterizan por un esquema puramente geométrico y a la vez un carácter completamente funcional, es decir, se trata de una arquitectura eminentemente utilitaria sin aparente lugar para las frivolidades. Si a ello sumamos el resultado visual ofrecido por la combinación del granito y la pizarra (sin ladrillo visto aún) encontramos aquí un antecedente en cuanto a simplificación de las formas escurialenses para las ermitas.

     Sin embargo, estamos hablando de edificios serviles, sin carácter representativo. Para edificios de mayor entidad Mora adaptó este lenguaje dando lugar a ejemplos tan notables como el Palacio ducal de Lerma (1601-1617), el próximo convento de San Blas, levantado por Fray Alberto de la Madre de Dios (1613-1617) quien, hacia 1616, se encargará del convento de la Encarnación (ca. 1616). Todos ellos son síntesis escurialenses en sus versiones civiles y religiosas.

     Al contemplar las fachadas del convento de San José en Ávila, el de san Blas en Lerma o el de la Encarnación es complicado no evocar la de las Descalzas Reales, obra de Juan Bautista de Toledo: por este motivo hay que tener cuidado con la terminología y elegir bien cuándo se habla de “escurialense” y cuándo “herreriano”.

Descalzas reales, Juan Bautista de Toledo, ca. 1557-64. Foto: Wikimedia Commons.

     Normalmente se ha asociado ese estilo “escurialense” con la orden carmelitana. Esto no es casual ya que la iglesia de San José de Ávila (ca. 1607), trazada por Mora, fue una de las primeras obras en ese estilo y fue un encargo de la mismísima Santa Teresa de Jesús, fundadora de la orden, quien, en sus Constituciones, dijo sobre la manera de construir que “la casa jamás se labre, si no fuere la iglesia, ni se haga cosa curiosa, sino tosca, de madera, y la casa sea pequeña y las piezas bajas, cosa que cumpla a la necesidad y no sea superflua (…). La cerca alta y firme para marcar los límites”. Con este comentario pareciera que la santa, en un alarde de sentido arquitectónico, esté aludiendo a las categorías vitruvianas de la firmitas (firmeza) y utilitas (utilidad), sin dejar de lado la venustas (belleza) aunque sí parece que con un papel algo más secundario o, al menos, no preponderante, en consonancia además con los presupuestos de la arquitectura oficial. Esta preocupación por la cuestión constructiva desde el seno de la orden, encarnada en figuras como Fray Alberto, va a dar lugar a la llamada “arquitectura carmelitana”, que reunirá las características ya presentadas y será reconocible en sus fachadas por una configuración tripartita, manifestada en ocasiones a través de una serliana (como en San Blas) o a través de un “tripórtico” (como en la Encarnación o en San José), siendo el único ornato destacable el tabernáculo, con una escena en la parte central y los escudos en los laterales. Esta configuración arquitectónica, según la pintura de Jusepe Leonardo o el plano de Texeira, era similar a la que tuvo que tener la ermita de la Magdalena en el Retiro.

     El comienzo de las obras del Retiro supuso la inauguración de un microcosmos en plena capital, por supuesto dependiente y en diálogo con el clima general, pero con una clara determinación: la de finalizar el proyecto de la manera más rápida y unitaria posible, cosa que, como muestra la historiografía, se llevó a cabo a duras penas y con grandes sacrificios. Para este cometido fueron elegidos Giovanni Battista Crescenzi, renombrado artista italiano, como superintendente de las obras (1630) y Alonso Carbonel como maestro mayor (1633), arquitecto afín a la forma de trabajar de los Gómez de Mora, pero menos vinculado a la figura de Lerma que éstos y más manejable para el conde duque de Olivares, la mente pensante detrás del colosal proyecto.

     Se piensa que la traza de las ermitas se debió en su mayoría al propio Carbonel, demostrable mediante pruebas documentales en algunas, y en otras simplemente se puede intuir como sucede en el caso de la Magdalena, ya que es significativo que Alonso fuese el encargado de realizar, hacia 1611, los escudos y el relieve del edículo del convento de la Encarnación a instancias de Fray Alberto. Por tanto de ella sólo sabemos con seguridad que fue ejecutada por el aparejador Juan de Aguilar a partir de 1634, aunque sufrió remodelaciones como la de 1637.

     Su ubicación en el extremo nororiental de los jardines y su proximidad al camino de Alcalá, desde donde se accedía a la Corte, hizo de ella el lugar perfecto para alojar a las visitas más ilustres antes de hacer su entrada oficial. Dentro del Retiro esta ermita interactuaba con otras a través de caminos flanqueados por árboles, como el que de manera rectilínea la unía con la de San Bruno, al sur.

Ubicación de la ermita de la Magdalena en el conjunto del Buen Retiro, plano de Texeira, 1656. Foto: Instituto Geográfico Nacional.

Jusepe Leonardo: Detalle de la conexión de la ermita de la Magdalena con la de San Bruno.

     Como veíamos, gracias a la pintura de Jusepe Leonardo y el plano de Texeira sabemos que la ermita de la Magdalena presentaba esa división tripartita vertical tan frecuente en los templos carmelitanos, pero también horizontal a través de dos líneas de imposta, y una hornacina quizá para una imagen de la santa a la que estaba dedicado el templo. El tramo horizontal central estaba flanqueado por dos aletones laterales curvos a la manera albertiana, constituyendo así, junto con el tramo superior, un remate triangular a modo de espadaña para el conjunto. Los cinco extremos resultantes de esta disposición estaban decorados con jarrones que servirían de remate a unas posibles pilastras o machones que contribuirían a remarcar la verticalidad del edificio.

     La estructura descrita plantea pues dos posibles soluciones interiores: o bien una iglesia de planta basilical con tres naves longitudinales o bien una iglesia de nave única con capillas, quizá de variados usos, dispuestas en los laterales. Sabemos también que, al igual que en otras ermitas, el altar principal contaba con un retablo dedicado a la santa, en el cual Pedro Martín de Ledesma se encargaría del dorado y el estofado y Juan Solís de pintar el pedestal y cuatro paisajes.

     Si, como hemos visto, el edificio principal estaba dedicado a los usos religiosos cristianos, serán sus jardines los que alojen las distracciones profanas. Delante de la fachada se encontraba un estanque inserto en una gran explanada, mientras que en el lado opuesto del edificio se encontraba la zona ajardinada dividida en dos por un muro que alojaba unas grutas. Éste fue un recurso muy habitual en todo el parque, pero la estructura del muro aparece mucho más desarrollada en la pintura de Leonardo, con un imponente arco rematado por un frontón triangular, mientras que en el Texeira vemos una simple tapia con cuatro vanos y, al ser posterior su fecha de realización probablemente indique su posible desmantelamiento (siendo la reutilización de materiales algo bastante frecuente en el Buen Retiro). En esta zona se habría situado una figura de Baco encargada al mencionado Solís, que presidiría eventos en consonancia con los atributos del dios griego.

Michelangelo Merisi da Caravaggio: Baco, 1596. Florencia, Museo de los Uffizi.

     Hoy sabemos que este lugar recibió huéspedes como Margarita de Saboya, duquesa de Mantua, virreina de Portugal, cuando pasó por Madrid en 1634 a tomar posesión de este segundo cargo, a cuyo encuentro salió el conde duque de Olivares que la guiaría hasta la ermita donde la esperaba su primo Felipe IV. Destacan también personalidades como el duque de Módena, la princesa de Carignan o la duquesa de Chevreuse, que fueron halagados con similares recepciones y cortejos. Constan también representaciones de comedias, bailes y mascaradas, con toda clase de artilugios y tramoyas, como las que tuvieran lugar en San Pablo.

     Afortunadamente vamos a tener la oportunidad de aprender mucho más de este edificio gracias a que en las excavaciones arqueológicas que se están llevando a cabo en el Retiro, el el Paseo de México, han aparecido restos de los muros y la cimentación de la ermita de la Magdalena. Lo que permitirá en un futuro conocer mejor su arquitectura y disposición interior.

Primeros restos arqueológicos localizados de la Ermita de la Magdalena en el Retiro. Foto: madridiario.es

     Con esta sucinta panorámica podemos comprobar cómo y por qué evolucionaron algunos modelos arquitectónicos del siglo XVI al XVII, y a qué necesidades respondían y qué propósitos cumplían. Y es que el Barroco en la arquitectura no es sólo curva, contracurva y frontones partidos: asistimos a un tratamiento de los espacios con renovados enfoques teatrales, lúdicos o solemnes, nuevos sentidos alegóricos y una nueva forma de entender la convivencia de los temas puramente religiosos y los profanos. Como para que no haya un #OrgulloBarroco…

Bibliografía básica

BLANCO MOZO, J.L., Alonso Carbonel (1583-1660), arquitecto del Rey y del Conde-Duque de Olivares. Director: Fernando Marías, Tesis Doctoral. Universidad Autónoma de Madrid, Madrid, 2003.

BROWN, J. y ELLIOT, J.H., Un palacio para el rey: el Buen Retiro y la corte de Felipe IV, Taurus, Madrid, 2016 (1ª ed. 1980).

CHECA CREMADES, F. y MORÁN TURINA, J.M., El Barroco, Istmo, Madrid, 2001.

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