Se aproxima la festivida de eucarística por excelencia, la del Corpus Christi y en Investigart queremos bucear un poco en su orígen y configuración. Fue el papa Urbano IV el que instituyó la fiesta del Corpus Christi, mediante la proclamación de una bula en 1264. En España no parece estar muy claro si la primera ciudad en celebrar una procesión del Corpus fue Barcelona, en 1319, o si lo fue Gerona.

Arcadio Mas y Fondevila: El Corpus Christi, ca. 1887. Madrid, Museo Nacional del Prado.

     La presencia de la Corte en Madrid hace que las procesiones del Corpus de la capital posean un empaque mayor que las del resto de ciudades españolas.

“El Corpus madrileño puede considerarse la fiesta paradigmática española de la Edad Moderna, pues es la que desvela de una manera más clara la estrecha convivencia de formas ‘cultas’ y populares (…), la que integra de forma más eficaz los elementos artísticos y literarios en una unidad de significación, y la que mejor nos ilustra sobre las peculiares relaciones entre poder, sociedad y religión que se establecieron entonces”.

Portús Pérez, J.: La antigua procesión del Corpus Christi en Madrid. Madrid, 1993, p. 10.

Anónimo. La procesión de la Virgen de Gracia en la Plaza de la Cebada. ca. 1740. Museo de Historia. Foto: CERES.

     La procesión es el vehículo por excelencia de expresión de la cultura barroca. Cualquiera que fuera su motivación, siempre estuvo acompañada de manifestaciones musicales de todo tipo: danzas, cantos, etc., y siempre mantuvo una estructura fuertemente jerarquizada, en la que estaban representados, según su escalafón social, todos los estamentos.

La custodia del Ayuntamiento de Madrid engalanada para la procesión del Corpus de Christi de 1911. Foto: Memoria de Madrid.

     Imaginemos la ciudad engalanada para la procesión del Corpus: cada colgadura, cada arquitectura efímera, cada altar, cada elemento que forme parte de la parafernalia de la fiesta, posee múltiples niveles de significación, y se encamina a distraer al pueblo de las miserias que le agobian, y a mantener y justificar el orden establecido. Ahora bien, todos estos niveles de significación quedaban lejos del alcance de un pueblo analfabeto y por tanto inculto, que quizá instintivamente comprendiera el sentido más general de los mensajes, pero que desde luego no era capaz de captar las complicadas alegorías que constituían su esencia. Sólo a los eruditos quedaba reservada la comprensión de autos sacramentales, inscripciones epigráficas, certámenes poéticos, y otros actos que formaban parte de la fiesta del Corpus, que se suponía que se destinaban a incorporar a la masa popular a la fiesta, y que sin embargo la dejaban fuera de ella.

     Las fiestas y procesiones del Corpus cumplen, por tanto, tres objetivos: servir de escaparate a un determinado orden social, transmitir una serie de mensajes, y proclamar la exaltación del dogma de la Eucaristía, como forma de autoafirmación, frente a la negación que de éste hace la Iglesia protestante. El Corpus se convirtió en la festividad contrarreformista por excelencia:

“porque dijo un gran sujeto/ que el día del Corpus era/ contra el hereje argumento, / el cascabel y un danzante, / queriendo decir con esto/ que en el gran día de Dios/ quien no está loco, no es cuerdo”.

     En toda fiesta o procesión barroca uno de los elementos que no podía faltar era la música, y por supuesto, la del Corpus no es una excepción. En el caso madrileño, parece que la asistencia de la Capilla Real a la procesión iba asociada a la asistencia del rey a la misma. En los casos en que no asistiera la Capilla Real, el acompañamiento musical de la procesión quedaría a cargo de los ministriles del Ayuntamiento, que probablemente serían acompañados por las capillas musicales de parroquias como la de San Felipe. Respecto a los ministriles, no sabemos exactamente qué músicas tocarían, aunque por relatos y reproducciones sí se sabe de qué instrumentos se valían; estos eran flautas, chirimías, sacabuches, bajones, cornetas, órganos portátiles que se alquilaban, trompetas, atabales, arpas (estas últimas desde principios del S.XVII), y ya, a finales del S.XVIII, y no sin algunas polémicas, guitarras.

     La fiesta del Corpus se desarrolla tanto en el interior de las iglesias como en el exterior, por la calle. La parte más “solemne”, que aún así no estaba exenta de tintes populares, y protocolaria de la celebración se desarrolla en el interior del templo, mientras que lo más popular tenía lugar en las procesiones callejeras.

Manuel Cabral y Aguado: La procesión del Corpus en Sevilla, 1857. Madrid, Museo Nacional del Prado.

     Las misas del ordinario tenían cinco partes: Kyrie, Gloria, Credo, Sanctus-Benedictus y Agnus Dei. Esta estructura no es diferente el día del Corpus, en el cual, para dar más relieve a tan señalada festividad, se añaden al oficio himnos, motetes y, sobre todo, los villancicos y danzas eucarísticos. El Santísimo es, por supuesto, el protagonista de la ceremonia, que desarrolla toda una parafernalia musical en torno a los momentos de Descubrimiento, Exposición y Reserva: al tiempo que se canta el Gloria se descubre el Santísimo, y durante la Exposición se cantaba el Oh Admirable, composición en castellano con estructura motética que también servía para ser cantada durante la Reserva. En los momentos en que se incensaba la custodia no había música de ningún tipo, ya que este era el acto más solemne y sagrado de la ceremonia.

     Las danzas ante el Santísimo tienen un papel protagonista. En catedrales como Valencia y Sevilla destacaron especialmente los niños seises, que ejecutaban estas danzas cantando villancicos y con acompañamiento de bajo continuo, tanto en la procesión del claustro como, terminada ésta, ante el altar mayor del templo, en el cual quedaba depositada la custodia tras la dicha procesión.

     La custodia era velada por las cofradías hasta el momento en que era sacada en procesión por las calles. La procesión iba encabezada por la tarasca, seguida de los gigantes; después, el cortejo propiamente dicho, compuesto por órdenes religiosas, gremios, cofradías, consejos, y representación de todos los órganos del poder religioso y secular, entre los cuales se intercalaban los carros alegóricos y los grupos de danzantes y músicos. No se puede precisar el lugar exacto que ocupaban los grupos de danza y música dentro de la procesión, pero sabemos con certeza que la custodia, como elemento protagonista, siempre iba acompañada de un séquito musical que le otorgaba el debido relieve.

Fragmento del dibujo de la “Procesión del Corpus Christi en la Santa Metropolitana y Patriarcal Yglesia de Sevilla”, c. 1780.

Fragmento del dibujo de c.1780 que representa la “Procesión del Corpus Christi en la Santa Metropolitana y Patriarcal Yglesia de Sevilla”. Aparece aquí la capilla de música de la catedral.

Fragmento del dibujo de la “Procesión del Corpus Christi en la Santa Metropolitana y Patriarcal Yglesia de Sevilla”, c. 1780. Vemos aquí la danza de espadas, un grupo de cantores, y la danza de sarao.

     La tarasca representa al demonio y a los vicios, que son derrotados por el Santísimo Sacramento, y por tanto van huyendo de Él. En un principio, la tarasca era, exclusivamente, un animal fantástico bien una sierpe, un dragón, un áspid, etc., sobre el que iba sentada una figura de mujer, llamada “tarasquilla”. Posteriormente, con ‘tarasca’ se aludió al carro en su conjunto, e incluso, en un proceso inverso, llega a recibir el nombre de tarasca la mujer que corona el carro:

“Iba rodeada de Gigantes, Cabezudos y Moxarillas (figuras de diablillos que asustaban a la gente), algunos tocando aros de sonajas y campanillas. Todos estos elementos iban en el cortejo tras una serie de músicos con sus tamboriles y castañuelas, además de una masa de gente que bailaba y saltaba al son de diversos instrumentos”.

Portús, Ibidem, p. 10.

     Usaban idiófonos y membranófonos cuyos sonidos estridentes, según creencia popular con reminiscencias paganas, ahuyentaban a los malos espíritus. Por su parte, los danzantes representaban el papel del pueblo cristiano que rinde alborozado homenaje a Cristo sacramentado. Tarasca, gigantes y bailes eran los elementos de la procesión con mayor raigambre popular, admitidos por la Iglesia por su capacidad de convocatoria, pero que contaban con detractores entre algunos moralistas y visitantes extranjeros, que veían en ellos manifestaciones más propiamente carnavalescas. Finalmente, en las postrimerías del siglo XVIII, ante las numerosas críticas, tarasca, gigantes y danzas fueron eliminados de la procesión del Corpus.

     La procesión terminaba hacia las tres de la tarde, y durante el resto del día la gente podía disfrutar del ambiente festivo que empapaba cada una de las esquinas de los pueblos y ciudades españoles. Por la tarde tenía lugar la representación de autos sacramentales, los cuales, como el resto de actos, exaltaban el sacramento de la Eucaristía. Eran subvencionados por los municipios y se representaban al aire libre, encima de carros; las decoraciones conservaban, a pesar de las limitaciones que imponía tal escenario, la teatralidad propia del barroco. Los temas que trata el auto sacramental son fundamentalmente los relacionados con los misterios del cristianismo, es decir, la caída y redención de la humanidad, la superioridad del catolicismo sobre el paganismo, etc., culminando la acción con el culto al Santísimo Sacramento.

Pedro Calderón de la Barca: Auto Sacramental.

     Como manifestaciones que son de la cultura barroca, expresan las ideas mediante alegorías, que proceden, por lo general, bien de la Biblia, bien de los mitos clásicos; el recurrir a la mitología para ensalzar valores cristianos puede parecer una contradicción, pero ya sabemos que el cristianismo se vale de ella para moralizarla y adaptarla así a sus preceptos. Los autos iban acompañados de loas, entremés, mojiganga y bailes, que aligeraban y amenizaban la densidad de los contenidos, a la vez que mantenían una atmósfera religiosa, e implicaban al pueblo en la acción con cantos de alabanza, de celebración y litúrgicos. Se pretendía ante todo la máxima participación posible por parte del público. Los textos cantados del auto debían difundir una “filosofía de vida”, explicar la doctrina, y hacérsela sentir al pueblo. La música por su parte es en los Autos parte esencial del mensaje a transmitir, y en ningún momento se plantea su uso como mero ornamento. Es un elemento insustituible y, por tanto, imprescindible, por constituir parte de la esencia misma de la obra. Como colfón a este pequeño texto os dejamos una representación de un Auto Sacramental para que os hagáis una idea de éste tipo de obras con las que se culminaban las fiestas por el Corpus Christi.

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