En estos días hemos venido denunciando el hecho, para nosotros bochornoso, de la censura en Twitter de grandes obras de la Arte por el hecho de ser pinturas de desnudo (ver aquí, aquí y aquí).

Diego Velázquez: Venus del espejo. 1649-51. Óleo sobre lienzo, 122,5 x 177 cm. National Gallery, Londres

     Además de la imagen de cabecera de nuestro post de la semana pasada, Twitter también ha censurado en repetidas ocasiones la Venus del espejo de Diego Velázquez. Si de por sí es triste que se censure una pintura reputada en la Historia del Arte, lo es más el caso del cuadro del mayor exponente de la pintura española, ya que la propia historia del cuadro, su recorrido a lo largo de los tiempos, lo hacen todavía más sensible al tema de la censura.

     Que la Venus velazqueña es una obra única es algo que no, por obvio, podemos dejar de decir. En la España de su momento, donde el grueso de la producción es de temática religiosa, es bastante excepcional la pintura mitológica, mucho más si ésta implica desnudo femenino. Pero la Corte no es un lugar más, ni el rey Felipe IV es un mero coleccionista sin criterio (está presentándose en sociedad el libro que nuestra directora, Gloria Martínez Leiva ha escrito junto con Ángel Rodríguez Rebollo sobre el Inventario de Felipe IV ver post sobre libro aquí). Los temas mitológicos, especialmente las Poesías de Tiziano y sus reelaboraciones y copias por parte de Pedro Pablo Rubens, son el origen de este tipo de pintura de alto contenido sensual, elaborada para el deleite de los sentidos. Pero además la forma de pintar de Velázquez, esa forma de acercarse al natural, que hace que sus mitologías pasen camufladas, como ocurre con su famosa Las Hilanderas o Fábula de Aracne, confiere a nuestra Venus un aire de mayor cercanía y sensualidad, pues la modelo no parece una diosa inalcanzable sino una modelo real.

     En la exposición celebrada en el Museo del Prado en el año 2007 dedicada al pintor sevillano, Fábulas de Velázquez, el cuadro de la National Gallery de Londres era el gran polo de atracción. En el catálogo de dicha exposición escribía el gran hispanista Peter Cherry la ficha del cuadro:

“Diego Velázquez

La Venus del espejo, h. 1647-51

[…] aparece documentada por primera vez como <<un quadro… de una mujer desnuda de mano de Diego Belazquez>> perteneciente a Domingo Guerra Coronel, un pintor de Madrid, ahora escasamente conocido, que falleció en noviembre de 1651. Al año siguiente la adquirió el marqués de Heliche, después VII marqués del Carpio y posiblemente el más distinguido coleccionista de pintura de su generación en España. […] La imagen de la diosa del amor podría haber sido pintada en Roma, tal vez inspirada por una relación que el artista vivió allí y fruto de la cual fue un hijo ilegítimo al que se le impuso el nombre de Antonio […].

Ya en 1677 se documenta […] como parte de un conjunto decorativo en el techo de una galería de la residencia principal de Heliche en Madrid, el Jardín de San Joaquín, al lado de otros temas […] donde aparecían figuras desnudas. […] Ambas pinturas pasaron después a las colecciones de los duques de Alba y de Manuel de Godoy […]”.

Peter Cherry: Cat. 47 en Fábulas de Velázquez [catálogo exposición], Madrid, Museo Nacional del Prado, 2007, p. 335.

     Es decir, que la historia del cuadro es en sí apasionante ya que se encontraba dentro de una de las colecciones privadas más interesantes y estimulantes de la historia del coleccionismo de nuestro país, la del Marqués del Carpio.

Gaspar de Haro y Guzmán. Grabado, BNE. foto: wikipedia

     El VII marqués del Carpio, don Gaspar de Haro y Guzmán, era hijo de don Luis de Haro, ministro de Felipe IV, quien vino a suceder al conde duque de Olivares en el cargo. Heliche atesoró en su finca de la Huerta (o Jardín) de San Joaquín, situada en la afueras de Madrid -por lo que podía tener mayor presencia la zona de huerta de flores-, una inmensa colección de pinturas, esculturas y objetos artísticos varios. La Huerta era un palacio que emulaba al Buen Retiro de Felipe IV y para el cual los  fresquistas boloñeses, Agostino Mittelli y Michelángelo Colonna, traídos por el rey, pintaron al fresco. Allí trabajaron decorando con frescos de quadratura el jardín, lo que causó que cuando los visitó Antonio Palomino los encontrase ya muy estropeados. Aún así Palomino nos informa que eran decoraciones fingidas como de esculturas y fuentes. La residencia contaba con dos pisos, una suntuosa escalera y una galería que miraba al jardín. Entre los cuadros que acompañaban al del maestro sevillano podemos citar La Venus de la perla de Guido Reni (en la National Gallery de Londres) o la Lección de equitación del príncipe Baltasar Carlos del mismo Velázquez y hoy en colección privada.

 


Jan van Kessel III: Retrato de familia en un jardín. Museo del Prado. Quizás la Huerta de San Joaquín.

Jan van Kessel III: Retrato de familia en un jardín. Museo del Prado. Quizás la Huerta de San Joaquín.

     Otro de los coleccionistas importantes que la poseyó la Venus del Espejo fue el todopoderoso ministro de Carlos IV: Manuel de Godoy, conde de Chinchón y príncipe de la Paz. Éste atesoró en su palacio madrileño, junto al Palacio Real, el Palacio Grimaldi (sobre este edificio ver post aquí) una buena colección de obras de arte que fue adquiriendo no siempre de la forma más ética posible. Recordemos que fue él quien “obtuvo” de la monjas del convento madrileño de San Plácido el Cristo crucificado de Velázquez, hoy en el Museo del Prado… La Venus colgaba en la misma sala que las obras de idéntico tema que Godoy había encargado al pintor más famoso de su época, Francisco de Goya. Este encargo no es otro que la famosísimas Maja vestida y Maja desnuda que tras la caída de Godoy pasarían al Museo de la Trinidad y de ahí acabarían fusionándose con el Museo del Prado.

     Nuestro protagonista de hoy corrió sin embargo una suerte diferente a Las Majas. El lienzo de Velázquez salió de España durante la Guerra de la Independencia en 1808, como tanto patrimonio expoliado durante esa terrible contienda. En 1813 se encontraba ya en una colección británica y en 1814 lo adquirió John Bacon Sawrey Morritt, instalándola en su mansión de Rokeby Hall en Yorkshire, de la que obtuvo el nombre popular de Rokeby Venus. En 1906 fue adquirida por la National Gallery de Londres donde aún hoy podemos admirarla.

     De su estancia en la National es sabido que fue víctima de un ataque, un 10 de marzo de 1914, por parte de la sufragista Mary Richardson (ver historia aquí) quien rompió el cristal protector y asestó al lienzo una serie de cortes limpios que por suerte pudieron ser restaurados por el museo londinense. La intención de la sufragista, más que censora, era la de llamar la atención sobre su causa y sobre la detención de una compañera, pero estuvo a punto de privarnos de una de las piezas de arte más bellas de todos los tiempos.

Fotografía del estado de la Venus del espejo tras el atentado de Mary Richardson

     La trascendencia del lienzo de Velázquez, del que aquí hemos hecho una breve reseña, es enorme. Baste recordar que la imagen de la diosa realizada por el genial maestro sevillano es imprescindible para artistas contemporáneos como Francis Bacon que hace referencia explícita al mismo en varios de sus cuadros más personales e importantes en su carrera.

Francis Bacon: Tres estudios para figuras en la base de una crucifixión. 1944. Tate Gallery. Londres

     Esperamos que el siguiente texto sirva para reconocer esta “inmensa” obra velazqueña, contextualizarla en su tiempo y en sus diferentes valoraciones, de manera que a partir de ahora la mente maliciosamente enferma que ve algo sucio en el lienzo de Velázquez reflexione y no impida su disfrute al resto de los mortales.

 

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