El hecho de que el Palacio Real sea el centro y símbolo de la institución monárquica, puede llegar a hacernos creer que la historia de este edificio está más que contada. Pero por esas mismas características no todo lo escrito sobre el Palacio Real se ajusta a los cánones de una investigación seria, sino más bien todo lo contrario. Durante el siglo XIX y gran parte del XX lo que se contaba del Palacio Real Nuevo de Madrid era una colección de anécdotas más o menos documentadas y unos nombres de autores que intervenían en sus obras y de los que no terminaban de deslindar ni su función, ni su grado de intervención. En algunos casos por desconocimiento, en otros por querer dar mayor importancia a los arquitectos patrios frente a los foráneos. Ni siquiera ha sido fácil defender el nombre del arquitecto autor de tan imponente arquitectura: el turinés Giovanni Battista Sacchetti, a cuya labor en la configuración del Palacio ya dedicamos un post (ver aquí).

Antonio Joli: Vista del Palacio Real de Madrid en 1753. Antes de la intervención de Sabatini

     El punto de partida sobre la historia del Palacio es sin duda alguna el libro de Ponz: Viage de España. A este primer historiador del arte, que desde aquí reivindicamos y tratamos de dar a conocer fuera del ámbito de los especialistas, también le dedicamos un post anteriormente (ver aquí). Para leer su volumen dedicado a los Sitios Reales (ver aquí).

Antonio Ponz: Autorretrato. Madrid, Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.

     Casi coetáneo a su construcción, Don Antonio fue testigo fidedigno de los primeros avatares del Palacio a la llegada al trono de Carlos III, que depuró éste con cambios no muy afortunados: la bajada de las estatuas, el cambio de la escalera y la ampliación de Sabatini del ala Sudeste. Su descripción detallada de todos los elementos lo hace referencia obligada cuando se aborda el tema de su construcción. Como Ilustrado que es, la arquitectura de palacio le parece “pesada”, pero defiende el grosor de muros y otros defectos que siempre se achacaron al proyecto de Sacchetti por razón del contrarresto de fuerzas de bóvedas. Ponz era consciente del enorme problema que había supuesto la voluntad de Felipe V de construir el Palacio Real sobre los cimientos del antiguo Alcázar:

“Murió á este tiempo Juvarra, y quedó en su lugar D. Juan Bautista Saqueti, su discípulo, natural de Turin, que sujetándose á la voluntad del Rey en quanto al sitio, y extensión, y en quanto á que toda la obra fuese de fábrica, sin más madera que las de ventanas, y puertas, para libertarse del temor de otro incendio, formó nuevos dibuxos, y modelo, imitando á su maestro en el estilo. La misma irregularidad del terreno concurrió á facilitarle arbitrios para cumplir la orden, que se le dio tambien, de que dentro del recinto prefixado depusiese aposentamientos, no solo para las Personas Reales, que entonces eran muchas, y para los Señores, Secretarías, y familia, que deben alojarse en Palacio; sino también para todos los oficios de la Casa Real”.

     También nos da la pista sobre el gusto del Rey Carlos III:

“Con tantos, y tan exquisitos monumentos de la antigüedad, no podía menos de introducirse un modo de pensar muy otro del que antes había en materia de buen gusto; ni S. M. quiso que para las grandes fábricas que tenia ideadas en su residencia de Nápoles, y en el Sitio de Caserta, se empleasen sino los Arquitectos más acreditados de Italia, como eran el Caballero Fernando Fuga, y D. Luis Vambiteli [sic.]. ¿Dexaría el Rey, á quien ya reconocían las Artes en Italia por su Restaurador, y por su Mecenas los artífices, de promoverlas, y ampararlas en España? Desde luego que llegó á Madrid, y vio la lentitud con que se procedía en la Real fábrica de Palacio, dio sus órdenes para que brevemente se pusiese en estado de habitarlo, como así sucedió”.

     Cuando Carlos III llega a España, procedente de Nápoles, en 1759. Se encuentra con un Palacio en obras, que le resultaba pequeño y de mal gusto comparado con su Palacio de Caserta, obra de Luigi Vanvitelli que deja construyéndose en Nápoles, cuando tiene que hacerse con el trono de España.

     El problema principal del proyecto de Sacchetti, respecto del gusto de Carlos III, era la concepción básica de cuáles son las funciones a representar de un Palacio. El turinés dejaba, al estar con el pie forzado del solar del antiguo Alcázar, el bloque cuadrado del palacio como residencia del Rey y en los terrenos adyacentes planeó, mediante edificios secundarios, todas las estancias necesarias para los consejos y secretarías del estado. Pero Carlos III quería un palacio-bloque que albergase todos los servicios necesarios para el gobierno, que fuese no sólo residencia sino sede del poder. Por ello planeó ya en Nápoles el cambio de residencia a un nuevo palacio inspirado en Versalles, pero con un lenguaje más sobrio. El barroco clasicista y racionalista de Luigi Vanvitelli encajaba plenamente con el gusto de rey Carlos.

Juan Bautista Sachetti: Proyecto para el entorno del Palacio Real Nuevo. Biblioteca Nazionale Marciana, Venecia.

     En un principio pensó en hacer un palacio nuevo, pero lo que hizo es traer a un arquitecto de Nápoles, que se había formado con Vanvitelli: Francesco Sabatini. A él le encargó los cambios para el Palacio: lo primero, bajar las esculturas de remate de la balaustrada; después, se abandonó el proyecto de dobles escaleras de Sacchetti, realizándose las actuales por parte de Sabatini en 1775, siguiendo el modelo de las escaleras del Palacio de Caserta de Vanvitelli, aunque no en la ubicación actual (a la derecha según se entra por el vestíbulo) sino enfrente.

     Ponz describe el cambio de escarleras así:

“Las escaleras principales, según el proyecto primitivo, debían ser dos, una enfrente de otra en el pórtico referido, que corre desde el atrio mayor al patio. Hiciéronse en efecto las caxas de ambas entera mente iguales, dexando en el intermedio un salon independiente, que solo había de servir para bayles, y funciones. Si el edificio fuese tan grande, que no hubiese dolido el perder terreno, esta distribucion le hubiera dado una apariencia magnífica; pero notándose despues de venido el Rey, que bastaba una sola escalera, y que cerrándose la de mano derecha, y formando de su caxa un salon, era facil dar ingreso mas cómodo, y mas grandioso á su quarto, y al del Príncipe, se executó así. Las subidas que estaban ideadas con varios derrames, eran algo penosas; y para evitar este defecto, buscó D. Francisco Sabatini arbitrio de hacer sumamente suave la de la única escalera que se dexó; la qual consiste en un tiro hasta la mesa, ó descanso, que hay á la media altura, y en otros dos que vuelven paralelos, y suben al descanso, donde está la puerta del salon de Guardias, que era el destinado para funciones, desde donde se pasa al que se hizo para caxa de escalera, que da entrada á los quartos del Rey, y del Príncipe, pudiendo tambien servir para funciones. […] dos leones de marmol blanco encima, uno de los quales, que es el de la derecha subiendo, lo hizo D. Roberto Michel, y el de la izquierda D. Felipe de Castro”.

     Tras estos cambios pequeños, Carlos encomendará al arquitecto napolitano un proyecto de ampliación mucho más ambicioso, duplicar el volumen de construcción del Palacio siguiendo el eje norte-sur, forzado por la ubicación del palacio sobre el fuerte desnivel hacia el río. Abandonando el concepto de “ciudad palatina” de Sacchetti, es decir toda la serie de edificios secundarios, para potenciar el bloque del Palacio: corrige el bloque ya construido por el turinés, dando volumen a esa masa que queda así aislada de la ciudad.

     En la ampliación por el lado Norte, se retoma el sistema celular de Juvarra, con tres nuevos patios, dos de ellos flanquean la nueva capilla, que se proyecta hacia el Norte desde la capilla de Sacchetti. Para acceder al nivel de la capilla, por el gran desnivel que por esa parte de Palacio hay, Sabatini se ve obligado a proyectar tres galerías superpuestas, la inmediatamente inferior a la capilla la destina a museo de escultura. La nueva capilla resulta así compuesta por un gran nartex cupulado (antigua capilla de Sacchetti), seguido de una nave larga acabada en ábside, que se encaja en el ámbito cupulado por un coro alto, formula que recuerda a la capilla de Caserta y en última instancia al modelo de ambas: la capilla de Versalles. Para esta obra se empezaron a echar cimientos, pero se abandonó la obra, y en el mismo sitio hizo Sabatini las Reales Caballerizas.

     Por el lado Sur, desarrolló Sabatini una Plaza de la Armería de un tamaño igual al resto del Palacio con el añadido Norte, concebida como un monumental patio, que rematatía en exedra. Las alas que se extienderían hacia el Sur desde el bloque de Palacio servían para salvar el abrupto intervalo entre el bloque de Palacio y la línea de galerías de la Plaza, dando a la Plaza de la Armería el aspecto de una “cour d’honeur” francesa. Una fórmula parecida utilizó el mismo Sabatini en el Palacio Real de Aranjuez.

     De estas alas sólo se llegó a construir la Sudeste, que es un pabellón de siete tramos de longitud, y la misma anchura que las torres del Palacio de Sacchetti, y unido a ésta de una forma hábil, un cuerpo avanzado hacia el Oeste de dos tramos de anchura sirve para dar sensación de continuidad a la fachada Sur. El ala Sudoeste también se comenzó, pero se abandonará el proyecto en 1804.

G. B. Sacchetti. Fachada Norte del Palacio Real con la cúpula de la Capilla. Vista desde los “Jardines Sabatini” donde se aprecia el fuerte desnivel por este lado.

     Este proyecto calificado de “descabellado”, hubiera dado al Palacio el espacio suficiente para todas las funciones necesarias en un palacio absolutista, donde se concentran todos los poderes, pero como se ha señalado, hubiese roto las bellas proporciones del bloque de Sacchetti. El fuerte desnivel que había que salvar también en el lado norte hacían inviable el proyecto, por resultar excesivamente oneroso. Y finalmente Carlos III tuvo que contentarse con adaptarse a un palacio que seguramente nunca le gustó, pero eso es otra historia.

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