Continuamos dándo a conocer artículos científicos de algunos de nuestros colaboradores. En este caso se trata de un artículo presentado  y publicado en las Jornadas sobre Carlos IV que organizó la Fundación Universitaria Española en el año 2011 por nuestra colaboradora Gloria Martínez Leiva. La ponencia, titulada “La labor restauradora en los talleres de pintura y escultura. Del final de la monarquía de Carlos III y el comienzo del gobierno de Carlos IV”, analizaba un cometido poco conocido de los talleres reales, el de la restauración y recomposición de la piezas artísticas que formaban parte de la colección regia desde época de los Austrias. Estos trabajos dieron como fruto el mantenimiento en excelentes condiciones de miles de piezas y el cambio sustancial en la imagen de otras, como es el caso de “Las hilanderas” de Velázquez. Aquí os dejamos el texto introductorio del artículo y para poder verlo entero os lo podéis descargar (aquí) o pinchando sobre la siguiente portadilla. Esperamos que os guste!

     El incendio del Alcázar de Madrid acaecido en la nochebuena de 1734 dio el motivo perfecto a Felipe V para construir un nuevo palacio, más acorde con sus gustos franceses. El largo proceso que conllevó la realización del Palacio Real de Madrid hizo que éste no pudiera ser disfrutado ni por Felipe V, ni por su hijo Fernando VI y que finalmente fuera Carlos III quién comenzara a vivir en el regio edificio a partir de 1764. En ese momento la arquitectura del edificio y las principales pinturas al fresco como la de la Capilla y la de la escalera realizadas por Corrado Giaquinto, estaban terminadas, pero no así las obras decorativas de los diferentes espacios palaciegos. Éstas fueron acometiéndose poco a poco, extendiéndose los trabajos a época de Carlos IV. En estos espacios se darán cita, conviviendo a la perfección, obras heredadas de la colección real y restauradas para brillar en un nuevo entorno, con piezas creadas ex profeso por los talleres reales como mobiliario, porcelanas, objetos de piedras duras, etc. en los que artífices españoles y extranjeros mostrarán las altas cotas de perfección que los regios talleres habían logrado alcanzar.

Antonio Joli: Vista del Palacio Real de Madrid en 1753.

Antonio Joli: Vista del Palacio Real de Madrid en 1753.

     Desde época de los Austrias existieron los talleres reales, de pintura, escultura, platería, etc… que daban servicio a las demandas de la corte y se encargaban de crear la imagen oficial de monarca. Sin embargo, muchos de los objetos artísticos que decoraron el Alcázar se compraron fuera en vez de producirse en España; ese es el caso, por ejemplo, de los tapices, encargados en su mayor parte a Flandes. Con la llegada de los borbones al poder, Felipe V establece la fundación de las primeras manufacturas regias. Dos fueron los motivos principales que impulsaron a su creación: los económicos ya que así se estimulaba la producción nacional frente a la competencia externa y se lograban abaratar costes; y una segunda razón es lo que podríamos denominar “el gusto”, ya que de esta forma los monarcas podían dirigir más fácilmente la producción hacia determinadas corrientes artísticas. En tiempos del primer Borbón se crearán la Fábrica de Tapices de Santa Bárbara (1720) y la Fábrica de Cristal de La Granja (1727). Pero será en época de Carlos III cuando se funde en el Retiro el más completo conjunto de talleres de artes decorativas de toda Europa. Así surgen la Fábrica de la China, el laboratorio de Piedras Duras y Mosaicos o los Obradores de bronces y marfiles. Al mismo tiempo también se crearon, pero ya en otro emplazamiento, la Real Fábrica de Platería de Martínez, la Escuela y Fábrica de Relojes y los talleres de ebanistería, tapicería y bordados. Como vemos todos estos talleres constituían un complejo y elaborado sistema de manufacturas que cubrían todas las necesidades decorativas de los diversos Sitios Reales.

     Sin embargo, será en época de Carlos IV cuando los talleres regios lleguen a su máximo esplendor. Estilísticamente los modelos impuestos serán los de Luis XVI y del Directorio, pero interpretados con un acento hispano. Asimismo el conocimiento de las ruinas de Pompeya servirá de modelo inagotable para la realización de nuevos motivos decorativos. El exquisito gusto de Carlos IV y su enorme afán coleccionista llevará a las manufacturas regias a niveles máximos de perfección. Fruto de ese gusto por la decoración y las artes decorativas son las Casitas, caprichos para el disfrute diurno del monarca, ya que carecen de dormitorios. La del Labrador en Aranjuez y las del Príncipe en el Escorial y el Pardo, son edificios singulares no tanto por su arquitectura como por ser un compendio de las más exquisitas artes decorativas. Éstos suponen unos espacios únicos y refinados, en los que se mezcla de forma sutil el rococó y el neoclasicismo.

     Así pues, cuando hablamos de talleres reales tendemos a pensar en todos esos obradores que surgieron desde época de Felipe V y que hacían un especial hincapié en la producción de artes suntuarias. Raramente los asociamos con las labores de pintura y escultura. Sin embargo, también existían talleres de estas artes mayores. En éstos, mientras que los pintores y escultores de cámara se consagraban a crear o establecer la imagen regia, otros, los pintores y escultores regios de menor rango, se dedicaban a copiar, restaurar y recomponer los objetos artísticos. Esta labor menos visible, pero completamente indispensable, se desarrolló con sumo brío durante la última etapa del reinado de Carlos III y durante todo el de Carlos IV.

     Tras el incendio del Alcázar gran número de esculturas y pinturas quedaron dañadas gravemente por el fuego. Todas las piezas salvadas, dañadas o no, fueron inventariadas y almacenadas en diversas localizaciones, pero principalmente, en un primer momento, se repartieron entre la Armería y las Casas del Marques de Bedmar, para posteriormente pasar a la Casas Arzobispales. En esa localización permanecieron durante todo el reinado de Felipe V y Fernando VI y no fue hasta que se terminó el Palacio Real de Madrid cuando muchas de ellas encontraron acomodo y comenzaron a abandonar su lugar de almacenamiento. Para entonces muchas de las piezas que habían sido inventariadas en 1734 como muy dañadas ya estaban en estado de ruina, y otras que no habían presentado especiales desperfectos necesitaban de una intervención por haber estado demasiado expuestas a la humedad y a condiciones poco apropiadas para los objetos artísticos. Así en época de Carlos III y Carlos IV muchas de las obras fueron pasando por manos de los talleres reales, en especial del de escultura y pintura, para su reparación y posterior reubicación en el Palacio Real de Madrid o en otros de los Reales Sitios.

Recomposición a través de los fragmentos del óleo de Ribera conservados y de una copia de éste de la imagen del cuadro de la colección real.

Recomposición a través de los fragmentos del óleo de Ribera conservados y de una copia de éste de la imagen del cuadro de la colección real.

     Algunas de estas intervenciones cambiarán radicalmente el aspecto de algunas obras artísticas. Ese es el caso, por ejemplo, de La visita de Baco al poeta Icario de José de Ribera, que en el inventario del incendio se describía como “sumamente maltratado”. La obra tras pasar por el taller de pintura tuvo que ser recortada a fin de poder salvar los únicos fragmentos útiles de ésta. Así, se dio lugar a la Cabeza de Sibila (Museo Nacional del Prado, MNP, nº inv. 1122), al Baco (MNP, nº inv. 1123) y a la Cabeza de Sátiro (Bogotá, Colección Laserna), lienzos que figuran ya individualmente en el inventario de 1772 del Palacio del Buen Retiro….

     Si queréis leer el artículo completo pinchad (aquí) y os dejamos el resto de imagenes para que podáis hacer boca…

 

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