En las últimas semanas hemos venido hablando sobre el cambio en los criterios de restauración (aquí) y en la función de los comisarios/restauradores (aquí). Asimismo, en esta sección tratamos de mostrar algunos ejemplos sobre la destrucción del patrimonio. Hemos hablado de lo que supone la destrucción violenta originada por la Guerra Civil (aquí), también de la destrucción en aras del progreso, como fue la abertura de la Gran Vía madrileña (aquí) y también de las malas restauraciones o intervenciones como generadoras de perdida patrimonial (aquí).

     Hoy queríamos reflexionar sobre otra forma de pérdida de patrimonio diferente, el desplazamiento de una obra original del lugar para donde fue creada. Hay multitud de causas y más aún de ejemplos de obras que han acabado en los sitios más insospechados, y es interesante porque todos los que nos acercamos al Arte con ojos de historiador, siempre vemos en las obras un reflejo de su época, de las mentalidades del momento, de la sociedad, etc. Pero además, vemos el valor material que tiene la pieza, y su diferente apreciación a lo largo de los tiempos. Es decir, que la obra además de responder a un momento de la Historia, tiene su propia historia.

     Hace pocos días leía en los medios digitales una entrevista al deán de la Catedral de Ourense donde reflexionaba acerca de las obras que a lo largo de la historia han configurado el aspecto actual de la Catedral. Esta historia estaba fuertemente marcada por la decisión, en la década de 1930, de eliminar el coro frente al presbiterio para poder dar mayor importancia a la perspectiva arquitectónica románica. Así el edificio “recuperaba” su antiguo aspecto medieval. Por un criterio como este, el coro desmontado fue recolocado en varias capillas de la propia Catedral gallega, estando la mayor parte en la Capilla del Cristo. Evidentemente no todo el coro pudo recolocarse, y aunque la idea general que tenemos es que se “salvó” yo no dejo de pensar que en el fondo es una obra perdida.

Catedral de Ourense- Capilla del Cristo con parte de Coro renacentista como decoración

Catedral de Ourense- Capilla del Cristo con parte del Coro renacentista como decoración

     El coro de la Catedral de Ourense era un magnífico ejemplo de escultura renacentista en Galicia, que ahora está desvirtuado y perdido dentro de la decoración barroca de la capilla. La obra ha queda por tanto completamente desvirtuada y no puede apreciarse el valor que realmente tiene. Su ejecución corrió a cargo de Diego de Solís y Juan de Angés, escultores del manierismo vinculados a la figura de Juan de Juni. El historiador Miguel Ángel González ha llegado incluso a considerar haber encontrado alguna pieza de éste en el mercado del Arte (aquí). En pleno siglo XX, como ya habíamos dicho, en aras de una lectura arquitectónica purista se eliminó un elemento sustancialmente diferenciador y propio de los edificios catedralicios hispanos, como es el coro. Colocado en la nave central enfrentado al altar mayor, generaba un juego de espacios sumamente característico de nuestra arquitectura. Así pues, el altar mayor con retablo cerrado con reja, vía procesional y coro enfrentado al altar mayor y también cerrado con reja, fue sustituido por una visión “límpia” de la nave central y sus dos magníficas rejas se situaron en el transepto para no entorpecer la vista.

Catedral de Ourense- Vista "limpia" de la nave principal

Catedral de Ourense- Vista “limpia” de la nave principal

     Algo parecido a lo ocurrido en Ourense y en otras catedrales, recordemos lo acontecido en León (aquí), pasa con ciertos retablos, y con elementos móviles de éstos, como son los cuadros. Todos conocemos cómo muchos de los cuadros que cuelgan en museos de todo el mundo eran originariamente pinturas que se situaban en un retablo de una iglesia. La desamortización de Mendizábal y las diversas guerras que han sacudido nuestro país han provocado que muchas de estas pinturas fueran sacadas de su contexto y en el mejor de los casos acabaran en un museo. Pero no hay que engañarse, esas pinturas aunque a salvo y perfectamente conservadas, también son parte de nuestro patrimonio perdido. Como ejemplo de esto, aprovechando el centenario del artista cretense Domenicos Theotokópoulos, podemos citar su posiblemente primer trabajo de envergadura en Toledo, el retablo central de la Iglesia de Santo Domingo el Antiguo. Diseñado por el propio pintor y ejecutado por Juan Bautista Monegro, de las siete pinturas del cretense sólo dos permanecen in situ, tres son ahora parte de los fondos del Museo del Prado, otra está en el Art Institute de Chicago y la séptima se perdió a principios del siglo XX. Aunque materialmente se conserven buena parte de las piezas que lo componían no podemos verlas en el contexto de su creación, ni con las condiciones de luz y con la perspectiva que el pintor consideró adecuada. Evidentemente esto también es patrimonio perdido.

     Con esta reflexión no queremos parar el mundo y acabar con el progreso, pero quizás si hacer pensar sobre las ventajas o inconvenientes de estas actuaciones. De todos es sabido que gracias a iniciativas a priori poco conservacionistas como fueron las campañas de arranque de pinturas murales en las iglesias catalanas del Pirineo en el siglo pasado, se consiguieron salvar un número muy significativo, tanto en calidad como en cantidad, de frescos románicos. Esto se hizo a costa de otras consideraciones y ha provocado que para conocer el magnífico románico catalán haya que plantearse dos viajes, uno a la arquitectura en su lugar original y otro al M.N.A.C. a ver sus pinturas. Con toda probabilidad debemos la salvación de estos frescos románicos a aquella intervención, pero no podemos dejar de pensar que es como separar el cuerpo y el alma…

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