En la provincia de Guadalajara, a unos ocho kilómetros de distancia del pueblo de Sacedón, y en uno de los márgenes del río Guadiela, se encontraba el Real Sitio de La Isabela, creado en el siglo XIX. Éste desapareció tras la creación en 1955 del embalse de Buendía, pero la calidad de sus aguas medicinales eran conocidas desde la antigüedad. De hecho, muy próximo a ese punto se estableció una de las ciudades romanas más importantes de la península, la de Ercávica. Ésta llegó a ocupar más de 20 hectáreas de terreno, dentro de un recinto amurallado, y destacó por su importancia geográfica y comercial, llegandose a acuñar monedas con su nombre. Los restos de la ciudad de Ercávica son visitables hoy en día, conservándose algunos vestigios importantes como los de la denominada Casa del Médico.

     Los baños creados por los romanos continuaron su fama en época musulmana, siendo reedificados en el 971. En ese momento además se construyó una casa que servía de alojamiento a los enfermos que venían a beneficiarse de sus aguas. Ya en época cristiana se continuaría extendiendo las instalaciones, con la construcción de un hospital, una casa de baños de mayor envergadura e incluso un monasterio. La fama de las aguas curativas de Sacedón continuó en los siguientes siglos y en 1663 tenemos constancia de que la reina Mariana de Austria los visitó por recomendación de su médico1. En aquél momento el lugar del que manaban las aguas no era más que una piscina al aire libre:

«Manan estas aguas variamente por todo el suelo, subiendo con impetú hasta la superficie, aunque está llena la caxa, y entonces nadie puede hazer pie»2.

     Por iniciativa de la reina Mariana de Austria se decidió construir una casa próxima a los baños que sirviera de hospedaje a los soberanos cuando visitaran el lugar y para ello en 1670 el pueblo de Huete le donó los terrenos, próximos a los baños, donde se comenzó la construcción3. Sin embargo, al poco se paralizó la obra, siendo continuada en 1676 por el marqués de Montealegre, don Pedro Núñez de Guzmán, quien también se vió beneficiado por las aguas medicinales del lugar. No obstante, esta construcción quedó arruinada poco tiempo después por falta de mantenimiento.

     Ya en el siglo XVIII, con el impulso que las casas pudientes dieron al fenómeno de los balnearios, se volvió a retomar el interés por las aguas del lugar. El hijo de Carlos III, el infante don Antonio, aquejado de diversas dolencias, empezó a acudir con regularidad a los Baños de Sacedón, a partir de 1791, y gracias a su empeño se mejoraron las instalaciones, se reparó el manantial, mandó recomponer la casa antigua y edificar la capillita de San Antonio, así como se mejoraron sus accesos y se encargó un estudio sobre las cualidades de sus aguas4.

Vicente López Portaña, Retrato del Infante Antonio Pascual, ca. 1815. Madrid, Museo Nacional del Prado.

    Tras la restauración borbónica, el infante don Antonio, debido a las excelentes relaciones con su sobrino Fernando VII, fue nombrado, por Real Cédula de 12 de diciembre de 1815, como protector del balneario. Asimismo, animado por su tío, el rey acudirá en 1816 a tomar las aguas para intentar solucionar sus problemas de gota5. Los baños también sentarán bien a la reina María Isabel de Braganza, casada ese mismo año de 1816 con Fernando VII, quien influirá en su esposo para que en el lugar hiciera un palacio rodeado de jardines, fuentes y paseos, y un poblado para ochenta colonos que le dieran vida y cuidaran las huertas. Las obras se iniciarán en 1817 y en ellas no sólo se mejorarán las instalaciones de los Baños de Sacedón sino que el arquitecto Antonio López Aguado creará una nueva población que tomará el nombre del Real Sitio de la Isabela, en memoria de la reina que había impulsado los trabajos, quien falleció en 1818 sin poder disfrutar de lo construído.

Vicente López Portaña, María Isabel de Braganza, ca. 1816. Madrid, Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.

     El Real Sitio de La Isabel será el útimo edificado durante la monarquía absoluta y el programa planteado no sólo incluía la creación de una casa de campo principesca, sino que también se dotó de una nueva población que constituía un ejemplo tardío de urbanismo ilustrado, a medio camino del urbanismo cortesano de los Reales Sitios, las experiencias poblacionales de nueva planta creadas en América y el modelo europeo de villa termal. El conjunto estaba diseñado no sólo para obtener un rendimiento económico a través del balneario y las colonias, sino también para servir de ocio y reposo de los monarcas. Las obras se desarrollaron entre 1817 y 1826, y dieron lugar a una población de veintiséis manzanas: 18 de casas, una de casas de oficios, cuatro cuarteles, una plaza mayor, una plaza de mercado y el palacio. Asimismo, también se construyó un puente sobre el río Guadiela, pero no se llegó a edificar la iglesia planteada por Isidro González Velázquez en 1826. Justamente, de hacia 1826 deben ser las vistas que del Sitio tomó Fernando Brambilla, que en tres lienzos inmortalizó la imagen de La Isabela nada más ser inaugurada.

     La población, que ocupaba la parte alta de una colina, seguía en su planteamente el urbanismo reticular de Aranjuez, con casas de una sola altura y dominado por el palacio. El edificio palaciego, creado por el arquitecto Antonio López Aguado, debido a la dificil situación sociopolítica y económica, era eminentemente práctico y carecía de elementos decorativos. Resultaba pues, un caserón grande pero insulso, como se deduce de las vistas tomadas por Brambilla. Sin embargo, tenía una posición privilegiada, con vistas a las montañas circundantes, el río Guadiela y los jardines y huertas que lo rodeaban.

Santiago Vela, Plano del Real Sitio de la Isabela, 1836. Madrid, Biblioteca Nacional de España.

     Con el reinado de Isabel II, se presentó en 1843 un proyecto por parte del arquitecto Custodio Moreno para construir en el lugar un balneario y dar al sitio un nuevo impulso. Sin embargo, el proyecto no se llevó a cabo. Las circunstancias hicieron que el Real Sitio se considerase poco viable, las numerosas crecidas del río Guadiela hacian que la población necesitara de un continuo mantenimiento; el complicado acceso al lugar a través de un camino lleno de incomodidades limitó la afluencia de visitas; y a esto se unió la falta de interés de la soberana por el Sitio, al que apenas acudió. La puntilla al Real Sitio se la dió la Ley desamortizadora de 1865 que separó tanto el Palacio como el resto de las propiedades de La Isabela de la Corona. El Ministerio de la Gobernación presentó entonces un proyecto para quedarse con la propiedad por una parte de su valor de tasación y fundar allí un establecimiento balneario. Sin embargo, esta propuesta se rechazó y los sucesivos propietarios en los que La Isabela recayó no hicieron las inversiones adecuadas para hacer resurgir el lugar. Así, aunque abierto al público, el balneario cada vez fue teniendo una menor afluencia de gente.

Tarifas de permanencia en la fonda de La Isabela y por la utilización de los baños en el año 1876. Madrid, Biblioteca Nacional de España.

     Ya en el siglo XX, la importancia que la electricidad cobró para el día a día de nuestro país hizo que cada vez se fueran creando más infraestructuras que suministraran energía. En 1931 se puso sobre la mesa la propuesta de creación del pantano de Buendía, cuya extensión comprendía los terrenos que ocupaba La Isabela6. Sin embargo, tan sólo un año antes el marqués de Vega Inclán había comprado la propiedad considerando que se trataba de «uno de los dominios hidrológicos medicinales más interesantes y quizás de mayor porvenir de España»7. La Guerra Civil supuso otro punto de inflexión siendo utilizadas sus instalaciones como cuartel, hospital psiquiátrico y alojamiento para evacuados8.

     El proyecto del embalse se retrasó, pero finalmente se llevó a cabo inundando los terrenos que un día había ocupado el Real Sitio de La Isabela. En 1955 sus últimos habitantes abandonaban el lugar y fueron trasladados al municipio vallisoletano de San Bernando. Tan sólo tres años más tarde, el NODO daba noticia de la inauguración del nuevo pantano y las instalaciones eléctricas que se habían creado. La Isabela permanecía ya entonces anegada bajo las aguas del embalse de Buendía. No obstante, durante épocas de bajo caudal hídrico se puede pasear entre sus resto, ver el trazado de sus calles y la parte inferior de los muros de los edificios.

El pantano de Buendía. En el centro puedo observarse como emergen algunos de los restos de La Isabela. Foto: InvestigArt.

     Además de las cuadros y fotos que poseemos del conjunto, para hacerse una mejor idea de lo que un día fue este Real Sitio de La Isabela, la Universidad Rey Juan Carlos elaboró en 2019 una reconstrucción 3D que os invitamos a ver.

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  1. Fernando Infante, Teatro de la salud, baños de Sacedón hallados del Dr. D. Fernando Infante, médico de la Reina nuestra Señora…, 1663 []
  2. Ibidem []
  3. Amparo Aguado, «La Isabela, un nuevo Real Sitio para los monarcas del siglo XIX», Espacio, Tiempo y Forma, Serie VII, t. 15, 2002, p. 242 []
  4. Análisis de las aguas minerales y termales de Sacedón que se hizo cuando pasó a tomarlas el Serenísimo Sr. Infante D. Antonio en el mes de julio y agosto de 1800, imprenta de Villalpando, 1801 []
  5. José Luis Sancho, Las Vistas de los Sitios Reales por Brambilla. Aranjuez, Solán de Cabras, La Isabela, Madrid, 2002, p. 112 []
  6. Amparo Aguado Pinor, op. cit., p. 251. []
  7. Vicente Traver, El Marqués de la Vega Inclán, Castellón, 1965, p. 216. []
  8. Kevin Tomico Fernández, El Patrimonio del Agua: El Real Sitio de la Isabela en Sacedón, Trabajo realizado para Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid, 2019, p. 21. []