Decir MaRo, el acrónimo de María Roësset, es hablar de una de las artistas más rompedoras y vanguardistas que ha dado nuestro país. Una mujer que desafió los convencionalismos sociales de una época y que encarnó, junto a otras de las féminas posteriores de su familia, la lucha de género en España. Cuando se observa su Autorretrato de cuerpo entero o la multitud de obras que pintó en los tan sólo cuatro años de actividad artística durante su vida, entre 1910 y 1914, sorprende la fuerza de su pincelada y colorido, la ambición representativa en la que conjuga el pasado, ahí está Velázquez, con las más rabiosas tendencias del momento, John Singer Sargent y Gustav Klimt. Y uno se pregunta, ¿qué hemos hecho mal para que esta artista haya pasado desapercibida durante tanto tiempo?

     Fue primero el gran historiador Alfonso E. Pérez Sánchez, en un artículo en la revista Villa de Madrid en el año 1985, y posteriormente una exposición realizada en el Conde Duque en 1988, quienes sacaron a la luz la obra de esta genial pintora cuyos lienzos habían quedado limitados al ámbito privado. Ahora nuevamente, gracias a la exposición Invitadas del Museo Nacional del Prado, su obra vuelve a la escena pública para, esperemos, recuperar el espacio que por derecho le corresponde dentro de la historia del arte español.

     María Roësset nació en Espinho, Portugal, en 1882, aunque muy pronto sus padres, un ingeniero francés y una dama gallega, fijaron su residencia en Madrid. Allí la familia, que disfrutaba de una posición acomodada y poseía gustos refinados, educaron a sus dos hijas, María y Margot, de manera esmerada, complementando su formación académica con clases de música, francés y pintura. Tal y como se esperaba de una señorita de bien, María contrajo matrimonio en 1904, con 21 años, con Manuel Soriano Berroeta-Aldamar, hijo del pintor Benito Soriano Murillo. Éste, veinte años mayor que ella, pertenecía a una familia acaudalada, bien relacionada en los medios políticos y artísticos, y unida por fuertes lazos de amistad con los Madrazo. María se verá alentada por su marido a dibujar: «Manolo se empeña en que haga dibujos y verdaderamente es que no quiere convencerse de que no tengo disposiciones […]»[1],  y con él visitará los más importantes museos de Europa. Asimismo, éste será quien la introduzca en la ópera y en el ballet y le presente a los artistas Dario de Rogoyos y Eduardo Chicharro, quien llegará a ser su mentor artístico. No obstante, María seguía con el papel destinado a las mujeres en la época y tras la boda pronto llegaron sus dos hijos Eugenia y Joaquín. La fotografía de familia perfecta se rompía el 19 de agosto de 1910 cuando fallecía inesperadamente su marido Manuel.

María Roësset con su familia en 1908.

     Tras su viudedad arrancará su carrera como pintora, quizás como una forma de consuelo y realización personal. Formada con Eduardo Chicharro, quien acababa de fundar la Sociedad de Pintores y Escultores, y asidua copista del Museo del Prado, entre 1910 y 1914, desarrollará una intensa actividad pictórica, para abandonar después los pinceles. En sus obras se denota una tremenda facilidad y un talento innato para la pintura, pudiendo competir tan sólo dos años depués de comenzar sus clases con Eduardo Chicharro, su maestro. En 1912 éste realizará el retrato de la Gitana Agustina y Roësset reflejará a la misma modelo sosteniendo un cántaro de agua. Tan contenta quedará del resultado de su obra que concurrirá con ella a una exposición en Alemania, una de las escasas incursiones públicas que realizará con su obra. La pintura de Roësset resulta mucho más ambiciosa en la pincelada y en la composición que la de su maestro, que se presenta más dura y convencional, demostrando que en poco tiempo la alumna ya aventajaba a su profesor.

     María alternará y complementará sus clases con Chicharro con su presencia regular en el Museo del Prado como copista. De esta actividad no se han conservado obras. Sin embargo, en 1914 se conmemoró en Madrid el trescientos aniversario de la muerte de El Greco y se realizaron diversos actos y exposiciones en la capital. Aprovechando una de esas muestras María sacó una copia del retrato que el cretense realizó de Fray Hortensio de Pallavicino, obra adquirida en 1904 por el museo de Bellas Artes de Boston a la colección Mugurio de Madrid. Sorprende la enorme similitud de las obras y sobre todo la potencia de pincelada y la libertad de ésta en la copia de Roësset, llegando a emparentar a la perfección con el original del pintor de Creta.

     No obstante, la principal temática de las obras conservadas de MaRo son los autorretratos y los retratos de su familia, fundamentalmente sus hijos, su hermana y sus sobrinas. Un universo femenino al que incorporará las tendencias y los movimientos pictóricos vistos, creando a través de ellos una estética totalmente personal. Obras de fuerte pincelada empastada, contrastes lumínicos y de potente color, a través de los cuales se lee en las miradas de los representados toda la verdad y fuerza de los sentimientos. Prodigiosa es la tristeza que transmite con su autorretrato de 1911 (portada de este post), poco después de la muerte de su esposo; o la seguridad y enorme osadía compositiva que muestra en su autorretrato de 1912 conservado en el Reina Sofia; y qué decir de la sinfonía de negros del retrato de su hermana Margot pintado en 1913, y que recoge desde la pintura velazqueña hasta las obras de Sargent. Asimismo, los retratos de sus hijos y sobrinos están impregnados de dulzura, amor y una seguridad de trazo que parecerían estar realizados por una artista madura y completamente consolidada en vez de por una mujer que realizaba estas piezas para su más estricto círculo doméstico.

María Roësset, Retrato de Margot, 1913.

     Junto a estos retratos más directos, a partir de 1913 María Roësset empezará a experimentar con el simbolismo, creando una serie de desnudos infantiles, titulados varios de ellos Inocencia, donde «expresa con carga quizá excesivamente intencionada, la curiosidad y el desamparo infantiles en esa edad inocente y cargada de amenazas»[2]. En estas obras se aprecian algunos ecos de expresionismo nórdico, al modo de Munch, aunque no abandonando nunca la precisión y corporeidad de las figuras infantiles.

     En el otoño de 1914, tras una estancia en Viena en la que le sorprendió la I Guerra Mundial, María regresó a Madrid con su familia y cayó enferma. A partir de ese momento abandonará la pintura. Dejará inacabados los enormes murales de lienzos en tela de arpillera en los que representó temas bizantinos, a la manera de Klimt, y en los que cuentas y abalorios fueron cosidos en los trajes de las figuras, realizados para el salón principal de su casa de la Carretera de Extremadura. Su enfermedad fue posiblemente el detonante que le hizo dejar su impulso creativo y dedicarse en sus últimos años al cuidado de su familia. En 1921, encontrándose algo repuesta, decidió abandonar su reposo e iniciar una vuelta al mundo junto a sus hijos. La muerte le sorprendió en Manila un 3 de octubre de 1921, cuando no había cumplido todavía los treinta y nueve años. Su obra, conservada en la intimidad de su hogar, fue conservada por sus hijos, aunque los bombardeos de la Guerra Civil destruyeron su hogar, algunas piezas y los murales allí realizados, de los que tan sólo se conservó el recuerdo de sus hijos.

María Roësset en 1918.

NOTAS DEL TEXTO

[1] Lavalle, Teresa, «María Roësset Mosquera», María Roësset (1882-1921), cat. exp., Madrid, 1988, p. 31.

[2] Pérez Sánchez, Alfonso E., «María Roësset, una interesante y desconocida pintora», Villa de Madrid 86 (1985), p. 11.

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