Hoy queremos traer una novedad editorial que está muy relacionada con nuestra vocación por difundir y divulgar conocimiento para poder mirar y disfrutar el arte. En esta ocasión nos hacemos eco de libro que verá la luz el próximo 11 de febrero, editado por Espasa, en el que el jardinero y botánico Eduardo Barba Gómez (@eduardobarba_) nos invita a un paseo para descubrir la belleza de las plantas que florencen en el Museo del Prado.

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Tiziano. Adán y Eva. Museo del Prado.

          Las plantas han estado presentes a lo largo de los siglos en la pintura, la escultura o las artes decorativas. El Museo del Prado aloja obras con algunas de las representaciones botánicas más bellas de grandes maestros. El Bosco, Tiziano, Fortuny, Botticelli, Velázquez o Goya nos deleitan con claveles, caléndulas, milenramas y azucenas.

          A pesar de crecer en obras a veces muy conocidas, a menudo nuestra ceguera hacia las plantas no nos permite apreciarlas con la importancia que tienen en estas composiciones.

          Eduardo Barba ha dedicado muchas horas de estudio y contemplación a aprender de esta belleza vegetal, y nos ofrece docenas de especies inmersas en un relato de identidad, de memoria y de tiempo, aspectos enraizados en la historia del arte. Luz y color en unas páginas en las que también encontraremos viajes, museos y jardines de otros países y experiencias vitales, seducidos por el atractivo de una mirada atenta.

          El autor de este estudio es jardinero, botánico, paisajista y profesor de jardinería. Su pasión por el reino vegetal es tan intensa como su pasión por el arte, lo que le ha llevado a catalogar todas las piezas expuestas del Museo del Prado que muestren algún detalle botánico, identificando sus especies. Ha colaborado también con el Museo Lázaro Galdiano y con el Museo de Bellas Artes de Bilbao, y ha sido artífice de la implantación y mantenimiento de plantas y jardines en diversos países, además de España, como en Bélgica, Francia, Italia, Países Bajos, Estados Unidos o Australia. Para los habituales del Museo del Prado es común cruzarse con él por las salas del mismo.

Como muestra os traemos unos fragmentos del texto de Eduardo en su libro:

En el barrio de mi infancia me gustaba clasificar las terrazas y balcones que colgaban a la calle entre los que tenían plantas y los que no. Pensaba que aquellas casas en las que había flores estarían habitadas por personas con las que podría conectar más fácilmente. La culpable de esta mirada hacia las plantas era mi madre. Cuando íbamos a hacer la compra al mercado a veces nos encontrábamos algún tesoro desgarrado de las alturas. Eran pequeños trozos de plantas que caían de sus macetas. Me fijaba en los tallos que asomaban fuera de los barrotes de las barandillas, en las plantas extrañas con nombres desconocidos. Y sabía quién era la vecina que solía romper alguna rama del geranio al quitarle las hojas secas. Y ese mismo geranio ya crecía en la terraza de nuestra casa (…)

Algo extraordinario es lo que me ocurrió hace un tiempo cuando quise volver al principal museo de mi ciudad. Deseaba comprender la belleza del arte, y para ello tenía la gran suerte de contar con uno de los templos más hermosos que existen. Al regresar de una estancia en Estados Unidos lo visité por mi cumpleaños, a modo de regalo. Dentro, descubrí cómo cada una de las obras era un balcón a una o varias personas, una terraza a un momento detenido, habitada por alguien que vivió antes que yo. Al poco tiempo, fui consciente de que también había un mundo botánico que se derramaba y florecía en las pinceladas de los cuadros, en los golpes de cincel de las esculturas. Resultaba entonces que los balcones de mi infancia y los de mi madurez se encontraban en un punto del mundo con un nombre concreto: el Museo del Prado.

El propósito de este libro es dar un paseo por el jardín del Prado, porque en él las flores y las plantas aparecen por todos lados (…) Llevo años analizando las plantas en la historia del arte, en un aprendizaje que continúa generando brotes. De entre todos los lugares en los que he realizado mi labor de investigación, el Museo del Prado ocupa el papel de maestro y padre, de consejero y amigo. Dar un paseo por sus salas para buscar la botánica de tantos cientos de artistas me hace sentirme aún más jardinero, aún más orgulloso de un oficio que ha cultivado mis sentidos a lo largo del tiempo.

Debía escoger tan solo unas decenas de especies entre las
centenares que encontramos en el museo. Por eso elegí, en palabras de un buen amigo, aquellas que permitieran llevarse una parte viva del cuadro a casa (…) Como no todo el mundo puede disfrutar de un trozo de tierra para criarlas, todas las plantas seleccionadas pueden crecer en una maceta colocada en un pequeño balcón. E incluso muchas tan solo necesitarán de un alféizar para lucir contentas con los cuidados apropiados. El primero de ellos, pero el más importante, es intangible: es el deseo de aprender. Aprender de una planta, como de un cuadro. Simplemente observando.

Eduardo Barba Gómez. Extracto del prólogo de El Jardín del Prado. Madrid, Espasa, 2020.

Rubens. El rapto de Proserpina. Museo del Prado. A los pies de la diosa raptada podemos ver una cesta con flores, donde destacan los tulipanes.

          Así, el propósito de este libro es dar un paseo por el jardín del Prado de la mano de un jardinero, investigador botánico en obras de arte, y paisajista. La pasión de Eduardo Barba Gómez por el reino vegetal es tan intensa como su pasión por el arte. Esto le ha llevado a catalogar todas las piezas expuestas del Museo del Prado que muestren algún detalle botánico, identificando cada especie.

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          Además propone que como no todo el mundo puede disfrutar de un trozo de tierra para criarlas, todas las plantas seleccionadas en este libro pueden crecer en una maceta colocada en un pequeño balcón o ventana de nuestras casas. De este modo, podemos llevarnos una parte viva de un cuadro del Prado a casa. Os dejamos un pequeño ejemplo de cómo trata estas especies vegetales en libro:

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El Bosco. Jardín de las delicias. Museo del Prado.

BORRAJA

Tríptico del jardín de las delicias

Hay obras de arte donde me apetecería pasar una temporada. Y también en el periodo y en el entorno para el que fueron creadas.

El Jardín de las delicias me lleva mentalmente a la corte belga donde se supone que estaría, y no puedo por menos que imaginar el momento deslumbrante en el que el tríptico se abriría ante los invitados a la cena, en una sala grande, pero no tanto como para romper la intimidad con la obra. Puede que los asistentes estuvieran de pie esperando ese momento del que habrían oído hablar, con cuchicheos entre ellos hasta que llegaba el silencio y después la admiración. Porque veían pasar de la grisalla de las puertas exteriores al mundo de color del interior y eso tenía que suponer un impacto en todas aquellas personas, algo que es muy probable que no olvidarían fácilmente. Algo muy parecido, en definitiva, a lo que puede sentir hoy cualquier amante del arte que se encuentra finalmente ante esa obra que tanto ansiaba ver. Un momento que tampoco olvidará. Como un viaje rebosante de emociones.

Si lo miramos desde el lado botánico, el Jardín de las delicias es asimismo una sorpresa continua. Parece que todo se queda en la gran cantidad de frutos de colores rojizos, azulados y negruzcos, pero hay mucho más, tan rico y extraño como correspondería a la imaginación del Bosco, que también en la parte vegetal es capaz de traer la singularidad a la colección del Museo del Prado.

Este pintor disfruta creando quimeras vegetales, y mezcla para ello trozos de distintas plantas para crear una sola. Por eso nos vamos a fijar en la parte baja de la tabla central, a la izquierda, donde una pareja parece estar en actitud de besarse dentro de un fruto gigante de color rosado, mientras la mujer sujeta delicadamente al hombre por la barbilla. Justo encima del fruto, vemos a un hombre cargar con una fresa enorme a las espaldas.

De ella nace una cola, casi animalesca, y en la punta encontramos la extrañeza de una flor del intenso color azul del cielo. Es la flor de la borraja, una planta que decían Dioscórides y Plinio que, echando sus hojas en vino, era capaz de alegrar a hombres y mujeres y alejar toda tristeza. Sea por el efecto del vino o de la borraja, incluso se conservan referencias antiguas a cómo daba bravura a aquellas personas que la consumían.

Un par de características curiosas de esta planta nos pueden llevar a elegirla para su cultivo en maceta. La primera es que se trata de una planta que atrae a muchos insectos polinizadores. Es todo un espectáculo quedarse un rato contemplando el ir y venir incesante de muchos de estos trabajadores impenitentes. La segunda característica es que se trata de una planta entera-mente comestible, si bien con moderación, ya que puede no ser del todo beneficiosa para nuestro hígado. Pero la parte comestible más interesante y segura son sus flores, consumidas crudas, ideales para decorar platos como las ensaladas. Tienen un ligero gusto a pepino, y a mí siempre me recuerdan esos sabores de Grecia y de Oriente, esos viajes, lugares, albergues.

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El Bosco. Jardín de las delicias (detalle tabla central). Museo del Prado.

          El libro sale a la venta el día 11 de febrero y se presentará de forma oficial próximamente. Si os interesa adquirirlo podéis hacerlo aquí.

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