Continuando con la serie de post que dedicamos a resumir algunos de nuestros artículos científicos en esta ocasión vamos a hablar de un texto publicado muy recientemente en la revista DE ARTE de la Universidad de León. El artículo se titula “La entrada de Mariana de Neoburgo en el Alcázar de Madrid: un lienzo inédito”. Podéis acceder al texto íntegro pinchando aquí o aquí.

     Tras la muerte de María Luisa de Orleans, primera consorte del monarca, el 12 de febrero de 1689, se abrió un periodo de incertidumbre en la corte española. Resultaba de suma importancia encontrar pronto una nueva esposa al rey para intentar asegurar la continuidad dinástica. La elegida se anunció el 8 de marzo de 1689 al Consejo de Estado. Ésta fue la condesa Palatina del Rin, Mariana de Neoburgo, quien el 10 de abril de 1690 desembarcaba en el puerto de Mugardos (Ferrol) tras una accidentada y larguísima travesía que fue objeto de varios diarios de viaje y hasta un romance titulado “a la misteriosa tardanza de la reyna Reynante nuestra Señora, que Dios guarde, y trayga con bien” (podeís leerlo aquí).

Anónimo madrileño del siglo XVII: La entrada de la reina Mariana de Neoburgo en el Alcázar de Madrid, 1690. Colección Abelló.

     Nada más conocerse la firma de las capitulaciones matrimoniales en Madrid se creó una Junta Extraordinaria que debía de ocuparse de la organización de los festejos que, con motivo de la entrada de la nueva soberana, tendrían lugar en la Villa y Corte. En estos preparativos la economía fue una constante a seguir, al igual que lo fue desde el momento en que se produjo la boda del soberano con Mariana de Neoburgo. Para la realización del viaje se buscó la ruta que pudiera resultar más barata y el cortejo se desplazó de “incógnito” para que en los lugares por los que pasara la soberana no tuvieran que hacerle entrada pública. Asimismo, no se le habilitó en Flandes casa acompañante, para reducir gastos. En España se tomaron otra serie de medidas en pos del ahorro, como la de prohibir el uso de oro y plata en los bordados de vestidos y colgaduras. Se pretendía con todas estas prevenciones no hacer los dispendios que con ocasión de la primera boda de Carlos II se realizaron. Para conseguir el objetivo de economizar, se pidió a los presidentes de los gremios más importantes, joyeros, plateros y mercaderes de sedas, que se encargaran del adorno de las calles en algunos tramos. Del mismo modo, se visitó a los responsables de las iglesias, conventos y hospitales situados en el recorrido de la comitiva, para pedirles que se ocuparan de engalanar las fachadas de sus edificios.

     Posteriormente se citó a los artistas que debían intervenir en el festejo y se examinaron y aprobaron sus proyectos. Entre los contratados estaban José Caudí, Francisco Ignacio Ruiz de la Iglesia, Antonio Palomino y Teodoro Ardemans. Este último fue el encargado de dirigir los diseños para la entrada, ya que Claudio Coello rehusó el ofrecimiento de participar, al estar en esos momentos ocupado en encargos de mayor relevancia para la Corte, como la realización de La Sagrada Forma del Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial.

Clauido Coello: La Sagrada Forma. Monasterio de San Lorenzo el Real de El Escorial.

     Tras un largo y accidentado viaje la reina llegaba a El Pardo el 15 de mayo de 1690, y al día siguiente entraba en Madrid y tomaba alojamiento en el palacio del Buen Retiro. Para esa ocasión la soberana lució “vestida de color de fuego, con preciosa bordadura de talco, y montera de lo mismo, guarnecida de diamantes y amatistas, gargantilla de perlas…”. Esa misma indumentaria es la representada en los bocetos realizados por Luca Giordano de Mariana de Neoburgo a caballo y que forman pareja con sendos retratos del rey también a caballo. Estos bocetos se realizarían con la idea de llevar a cabo composiciones de grandes dimensiones que celebraran la llegada de la nueva soberana, algo que ya había sucedido con motivo de la entrada de María Luisa de Orleans y que quedó plasmado en los lienzos de los monarcas a caballo realizados por Francisco Rizi que se encuentran en el Ayuntamiento de Toledo. De hecho, la iconografía que se muestra en los bocetos alude a uno de los temas principales en la entrada de la soberana: la fertilidad, con la presencia de ángeles niños que sostienen una cornucopia llena de flores, frutas y náyades que le ofrecen frutos del mar.


Francisco Rizi: Carlos II y Maria Luisa de Órleans a caballo. Ayuntamiento de Toledo.

     El 22 de mayo se decidió que finalmente sería el día para la entrada solemne de la reina en el Alcázar de Madrid tras recorrer un camino solemne, comprendido entre el palacio del Buen Retiro y el Alcázar. Un eje definido ya desde el siglo XV gracias a la importancia del acceso a la ciudad desde el Este, desde el camino de Alcalá, y que quedará afianzado después de la construcción del palacio del Buen Retiro, lugar donde las reinas esperaban alojadas para realizar su entrada ceremonial en la Villa. Ese mismo recorrido, por ejemplo, es el que se realizó con motivo de la entrada de Mariana de Austria, el cual podéis ver en el post que Teresa Zapata hizo para este blog aquí.

     A las cuatro y media de la tarde montó Mariana de Neoburgo sobre un precioso caballo blanco y a ella le siguió un extenso cortejo de grandes, nobles, damas, representantes de las Órdenes Militares, músicos y guardias. Tras atravesar la puerta del palacio del Buen Retiro, creada en 1680 por Melchor de Bueras con motivo de la entrada de María Luisa de Orleans y modificada para la ocasión con una inscripción conmemorando la entrada de Mariana de Neoburgo, la soberana comenzó el recorrido ceremonial que la llevaría hasta el Alcázar de Madrid.

     El recorrido llegaba a su término en la plaza del Alcázar de Madrid en donde se situaban: “dos sobervios Carros Triunfales de admirable invencion, con diferentes Figuras doradas, y otras de color natural. Ocupavanlos, vestidos de ricas galas los Representantes, además de otros distribuydos en varios parages de la calle, y en otras partes muchos Danzantes”.

Detalle del lienzo de “La entrada de Mariana de Neoburgo en el Alcázar de Madrid. Colección Abelló.

     Así pues aunque el recibimiento que se le dispensó a Mariana de Neoburgo no fue de un fasto excesivo, debido a los problemas económicos que atravesaba el reino, sí fue una muestra más del gusto de la sociedad barroca por el divertimento, lo artificioso y maravilloso. Asimismo constituyó una ocasión más para hacer propaganda del poder de una monarquía que, pese a sus dificultades, quería seguir ofreciendo a sus ciudadanos la ilusión de una realidad mejorada. En otras palabras: “la fiesta, como una pantalla distractiva entre el ciudadano y su problemática histórica… como el mejor recurso para iluminar la vida, para alegrar sus días, alejándolo de la mediocridad de su entorno”.

     Si quieres leer el texto completo de este artículo y descargártelo pincha aquí.

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