El siglo XIX español es quizás uno de los periodos más convulsos y fascinantes de nuestra historia. Ideas antagónicas como tradición y modernidad, van a ser protagonistas de pugnas que acabarán por conformar un periodo realmente complejo y lleno de recovecos, de múltiples lecturas. El siglo comenzaba con un proceso complicado: la Guerra de la Independencia, que a su vez se trasformó en una Revolución de tipo liberal cuando los representantes de las Cortes se reúnieron en Cádiz y dotaron al estado de una Constitución: “la Pepa” de 1812. A partir de aquí se irán polarizando las opiniones: tradicionalistas y absolutistas, que se transformarán en Carlistas tras la muerte de Fernando VII y liberales que a su vez se dividirán en moderados y progresistas. La llegada al trono de Isabel II se ha de ver entonces como una más de las oleadas revolucionarias que agitaron Europa en 1830.

Eugène Delacroix: Libertad guiando al pueblo. 1830. Museo del Louvre.

     En España este movimiento revolucionario tomó cuerpo de Guerra Civil (Primera Guerra Carlista 1833-1839) y llegó a su punto culminante entre los años 1836 y 1837, cuando los Progresistas accedieron al poder en apoyo a la pequeña reina Isabel y su madre, la regente María Cristina de Borbón, ya que ésta encargó el gobierno a Juan Álvarez Mendizábal. Uno de los mayores logros de este periodo será la promulgación de una nueva constitución, la de 1837, que es la que marcará el modelo para todas las promulgadas en España hasta 1931. Las nuevas Cortes tratarán de liquidar las estructuras socio-económicas del Antiguo Régimen, principalmente acabar con el sistema jurídico de la propiedad de la tierra. Así surgirán leyes para desmantelar señoríos y mayorazgos, quedando así la propiedad de la tierra adscrita a una persona física, y no a un cargo o figura jurídica. De esta forma la tierra pasaba a ser un bien individual que podía ser libremente enajenado, vendido o comprado. Será la base legal para el proceso denominado desamortización que supondrá el triunfo de la ideología liberal burguesa decimonónica.

Atendiendo a la necesidad y conveniencia de disminuir la deuda pública consolidada, y de entregar al interés individual la masa de bienes raíces que han venido a ser propiedad de la nación, a fin de que la agricultura y el comercio saquen de ellas las ventajas que no podrían conseguirse por entero de su actual estado, o que se demorarían con notable detrimento de la riqueza nacional otro tanto tiempo como se tardará en proceder a su venta (…) en nombre de mi excelsa hija la Reina doña Isabel he venido en decretar lo siguiente:

Art. 1. Quedan declarados en venta desde ahora todos los bienes raíces de cualquier clase que hubiesen pertenecido a las comunidades y corporaciones religiosas extinguidas y los demás que hayan sido adjudicados a la nación por cualquier título o motivo (…).

Art. 10. El pago del precio del remate se hará de uno de estos dos modos: o en títulos de deuda consolidada o en dinero efectivo.

Art. 11. Los títulos de deuda convidada que se dieren en pago del importe del remate se admitirán por todo su valor nominal (…).

Art. 13. Todos los compradores (…) satisfarán la quinta parte del precio del remate antes de que se otorgue la escritura que les transmita la propiedad.

Art. 14. Las otras cuatro quintas partes se pagarán, a saber:

Los compradores a títulos de deuda consolidada, otorgando obligaciones de satisfacer en cada uno de los ocho años siguientes, la octava parte de dichas cuatro quintas, o sea, un 10% del importe total del remate.

Y los compradores a dinero las otorgarán de satisfacer en cada uno de los dieciséis años siguientes una decimosexta parte de las mismas cuatro quintas partes, o sea, un 5% del importe total del remate (…).

Art. 27. Los Gefes políticos custodiarán todos los archivos, cuadros, libros y efectos de biblioteca de los conventos suprimidos, y remitirán inventarios al Gobierno, quien pasará los originales a las Cortes, para que éstas destinen a su biblioteca lo que tengan por conducente, según el reglamento aprobado por las ordinarias.

Art. 28. Será cargo del Gobierno aplicar el residuo de los efectos mencionados en el artículo anterior a las bibliotecas provinciales, museos, academias y demás establecimientos de instrucción pública.

Tendréislo entendido y dispondréis lo necesario para su cumplimiento. Está rubricado de la Real mano. En el Pardo, a 19 de febrero de 1836. A don Juan Álvarez de Mendizabal.

     Para entender la importancia de esta medida hay que tener en cuenta cómo eran las estructuras económicas del Antiguo Régimen. La propiedad de la tierra, el medio de producción básico, estaba vinculado a manos muertas, es decir a la aristocracia, a la iglesia y a los municipios. La idea principal del gobierno progresista era poner en activo las tierras que se dejaban como baldíos, porque eran poco productivas, por los grandes terratenientes: aristocracia e iglesia. Así se sucederán a lo largo del siglo XIX una serie de desamortizaciones siendo la más conocida la primera que emprende el gobierno de Mendizábal en 1836: la que afectaba a los bienes eclesiásticos. Con ella se pretendía crear una clase media de pequeños propietarios, que serían afectos al liberalismo a la vez que serviría para reducir la deuda pública con el dinero obtenido con las ventas. Pero los resultados finales, por culpa de la especulación, no fueron los previstos.

Franz Xavier Winterhalter: Luis Felipe de Orleans. 1841.

     Desde el punto de vista artístico, que es el que aquí nos interesa, la supresión de órdenes religiosas y la expropiación y nacionalización de sus bienes, dónde en principio sólo interesaban las tierras, provocó el abandono de los monasterios y conventos con toda su riqueza artísca. Ésto conllevó no pocas pérdidas patrimoniales fruto del expolio, del desinterés o de la desidia, causando uno de los capítulos más negros en cuanto a la historia de la conservación y preservación del patrimonio artístico y cultural se refiere. Parece que poco habían aprendido de lo ocurrido en el siglo XVIII con la disolución y expulsión de la Compañía de Jesús, que conllevó la necesidad de inventariar los bienes artísticos dejados por los jesuitas y que a la postre darán fruto en el Viage de España de Antonio Ponz (ver post aquí).

Antonio Ponz: Autorretrato. Madrid, Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.

Antonio Ponz: Autorretrato. Madrid, Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.

     El decreto de desamortización iba acompañado de toda una serie de instrucciones, para que el patrimonio artístico no peligrase, entre las que destaca la creación de unas Comisiones Recolectoras que tratarían de elegir entre ese patrimonio aquellas piezas dignas de formar parte de los museos provinciales o del museo nacional. Pero en la práctica lo que ocurrió es que se produjo todo un éxodo de obras con destino a colecciones foráneas, como la galería española de Luis Felipe de Orleans, a la vez que se creaban importantes colecciones privadas aquí, como las de José de Madrazo, el marqués de Salamanca o el de la Remisa. El problema estaba causado por el texto legal, el cual permitía vender en subasta aquellas piezas que se consideraran menos importantes, por lo que el soborno a los comisionados, el fraude y la falta de ética para obtener buenas piezas se pusieron a la orden del día.

El convento de la Trinidad Calzada de Madrid. Según la maqueta de León Gil de Palacio. 1830. Museo de Historia.

     En Madrid se estableció que en uno de los conventos expropiados se abriría al público un museo, con el nombre de Museo Nacional, que recogiese las mejores obras de los conventos suprimidos de la capital y su entorno. Este proceso será controlado por la Academia de Bellas Artes, que además denunciará la venta “escandalosa” de cuadros importantes por parte de las órdenes religiosas o de los comisionados. El edificio escogido para este fin será finalmente el convento de trinitarios calzados, que se ubicaba en la calle de Atocha y era de los más amplios de la Corte. Según Mesonero Romanos:

El convento de la Trinidad en el plano de Texeira, marcado con el nº VII. 1656

Entre los primeros descuella el estenso convento é iglesia que fué de los padres trinitarios calzados, cuya traza dio de su propia mano Felipe II, señalando él mismo el sitio que ocupa, que con sus accesorios comprende nada menos que 108.646 pies. Su construcción, que principió hacia los años de 1547, corrió a cargo del arquitecto Gaspar Ordoñez. De la iglesia (que era muy espaciosa y decorada) no puede juzgarse ya, por las notables alteraciones y córtes que se la han dado en estos últimos años, y conforme á los nuevos destinos que recibió este edifico despues de la esclaustración en 1836. Convertida primero en teatro y salones de la sociedad llamada del Instituto español, luego para las Esposiciones de pinturas y para el Conservatorio de artes, hoy está en gran parte ocupada por éste, y otra parte sirve de ingreso al claustro y escalera principal. Estos permanecen todavía en estado primitivo, y por su buena forma y gusto recuerdan, especialmente la escalera, al monasterio del Escorial. El espacioso convento […] fue destinado después á reunir en él la gran colección de cuadros recogidos de las iglesias y conventos de la provincia y otros, bajo el título de Museo Nacional, y hoy, sin suprimirse aquél, le ocupan, simultáneamente, y por cierto con estraña amalgama, las oficinas del Ministerio de Fomento; habíendose hecho necesarias para ello costosas obras de distribución.

Ramón de Mesonero Romanos: El Antigio Madrid, paseos histórico-anecdóticos por las calles y casas de esta villa. Madrid. 1861.

     El 24 de julio de 1838 se inauguraba así el Museo Nacional, también conocido como Museo de la Trinidad. Las vicisitudes e incoherencias del proyecto, así como la vida compleja del propio museo fueron contadas magistralmente por nuestro querido profesor D. José Álvarez Lopera (ver aquí y aquí) y hacerlo ahora excedería nuestras pretensiones. Pero sí que queremos señalar alguna de las piezas que formaron parte de este museo cuyas colecciones, por Real Decreto de 22 de marzo de 1872, quedaron incorporadas al Museo de Real de Pintura y Escultura, conocido como Museo del Prado. El Museo Nacional era el fruto de una mentalidad decimonónica que veía en el Arte y en la Cultura un signo de grandeza nacional, un elemento del que enorgullecerse. No obstante, tanto éste como sus colecciones, deambularon y oscilaron como la misma política del siglo XIX. Si bien es cierto, que de no haber existido el museo muchos de los cuadros que hoy vemos en las salas del Prado no colgarían ahí sino en sofisticados salones de mansiones privadas en Inglaterra, Estados Unidos o Francia.


 
 

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