Hoy vamos a hablaros de un tema poco estudiado y conocido y es que ¿cuántos de vosotros sabíais que en más de una ocasión se planteó en España la necesidad de crear talleres-escuela o fábricas de relojes? La tarea era más ardua y ambiciosa de lo que las posibilidades de la sociedad y del estado de la tecnología permitían entonces, por múltiples razones. La principal quizás fue la falta total de tradición en ese ramo.

     Felipe V, que reinó de 1700 a 1746 trabajó metódicamente por el establecimiento de manufacturas y comercio en España. Por ello, se cree que quiso crear en Madrid una Real Manufactura de Relojería. Para dirigir la Escuela-fábrica, Felipe V llamó en 1740 al maestro relojero de París, Jean-Bernard Bourgeois. La escuela se estableció entre 1740 y 1747 en la calle de San Bernardino. Las noticias que tenemos sobre ella son muy vagas. Es lógico pensar que existiera, aunque no podemos ofrecer ningún testigo de su producción. Paulina Junquera ya aportaba el dato de que diferentes relojeros españoles que solicitaban el nombramiento de relojero de Cámara alegaban como principal mérito el ser diplomados de esa escuela. Sin embargo en 1747 Bourgeois regresó a París y a su vuelta fue encarcelado en la Bastilla al ser considerado un obrero desertor.

Hyacinthe Rigaud: Felipe V, rey de España.

Hyacinthe Rigaud: Felipe V, rey de España.

     En época de Carlos III se dieron de nuevo condiciones para reavivar el proyecto de una escuela-taller de relojería gracias a la llegada a Madrid de los notables artífices relojeros Felipe-Pedro y Santiago Charost, los cuales habían ejercido en París su profesión con notorio éxito. En 1765 presentarán al rey un reloj astronómico de su invención, propio para la Artillería y la Marina, y al año siguiente solicitarán sin éxito la plaza de Relojero de Cámara, vacante por la muerte de Miguel Smith. En 1770 elaborarán un proyecto para establecer en Madrid una Escuela de Relojería, bajo la real protección, y donde los españoles pudieran aprender, sin necesidad de salir al extranjero, la profesión de relojero. En 1771 Carlos III aprobó el proyecto tras consultar con el relojero Leonardo Fernández Dávila.

Anton Raphael Mengs: Retrato de Carlos III. Madrid, Museo Nacional del Prado.

Anton Raphael Mengs: Retrato de Carlos III. Madrid, Museo Nacional del Prado.

     La Real Escuela de Relojería de Madrid fue una de las más meritorias realizaciones de Carlos III, pero a la postre resultó ingrata y poco lucida. Supuso un serio intento de dotar a los vecinos de la Corte de una profesión de alto valor técnico, y representa la única oportunidad de haber dejado arraigada esta noble industria en la capital. El monarca de las fábricas de tapices, porcelanas, cristal, platería y bronces, piedras duras y sedas, quiso ver también como las manos de los artesanos madrileños tallaban y fresaban ruedas y ejes, volantes y caracoles.

     De la Real Escuela de Relojería hay abundante documentación, manuscrita e impresa. Formó varias generaciones de maestros relojeros. Tuvo vicisitudes, críticas y estuvo afectada por una crónica escasez presupuestaria; pero fue un taller-escuela que realizó una importantísima labor en este terreno. El programa de prácticas y estudios era amplio, ya que se pretendía que los pupilos salieran capacitados para trabajar en cualquier tipo de reloj. Los aprendices vivían en común, para lo cual el Estado libraba cien ducados por muchacho los cuatros primeros años, y después los alumnos pagaban con su mismo trabajo las costas de la enseñanza, ya que los productos obtenidos en el taller pasaban a formar parte del patrimonio privado de los Charost. Se les prohibía trabajar para otros relojeros y al cabo de siete años debían pasar un examen por un tribunal de la Real Junta de Comercio y Moneda, para darles el título oficial que les acreditase en el desempeño de su labor. La enseñanza debió lograr ciertos estándares de calidad ya que en 1776-1777 la Sociedad Económica de Madrid convocó un concurso donde los 4 primeros premios fueron para alumnos de la Escuela de los Charost. Pero la Escuela no llegó a constituir un vivero que sirviera para producir los jefes necesarios para la instalación de unas cuantas fábricas de relojes e nuestro país. Los Charost tenían talento y seguramente enseñarían a sus discípulos todas las técnicas para la realización de las piezas y componer un reloj, pero no con esto se hacia todo lo necesario para establecer el arte de la relojería en Madrid. Eran indispensables otros muchos requisitos, que era imposible que se pudieran reunir en tan sólo dos hombres. Por ello había que seguir valiéndose del extranjero para muchas cosas, por lo que era imposible ver en España una verdadera fábrica de relojes.

Felipe Santiago y Pedro Charost: Reloj de Sobremesa Alegoría de las Artes, ca. 1774. Madrid, Patrimonio Nacional.

Felipe Santiago y Pedro Charost: Reloj de Sobremesa Alegoría de las Artes, ca. 1774. Madrid, Patrimonio Nacional.

     En 1782 ante el estancamiento del progreso del arte de la relojería en nuestro país los hermanos Charost escribieron una memoria en la que daban una serie de indicaciones o Medios conducentes a fomentar el arte de la relojería. En ella indicaban el deshonor en el que están los artistas, ya que sus oficios no son considerados, por lo que los padres no quieren que sus hijos se dediquen a las artes. Por ello proponían que el Rey inclinase su animo hacia las artes y sus profesores, “haciendo con ellas y los más sobresalientes y honrados artífices alguna demostración de distinción y ennoblecimiento para atraer a las gentes de obligaciones.” El arte de la relojería merecía para los Charost todas las atenciones, ya que hacia el extranjero salía gran cantidad de dinero en compra de relojes debido a que en España había poquísimos artistas que los realizaran. Proponían que para que surgieran buenos artistas relojeros en España se crease en Madrid una Academia parecida a la de las Ciencias de París y Londres. Asimismo recomendaban que si no era posible la creación de dicha Academia, podía el rey ampliar la Real de San Fernando con un título de Academia de Ciencias. Con esto consideraban que se promovería el establecimiento de las artes, especialmente el de la relojería.

Francisco de Goya: Retrato del Infante Don Luis Antonio de Borbón.

Anton Raphael Mengs: Retrato del Infante Don Luis Antonio de Borbón.

     En 1783 la escuela-taller de los Charost fue inspeccionada y algunos relojeros fueron examinados por Manuel Zerella. Su informe fue totalmente desfavorable, tanto para los Charost, como para los alumnos, con la única excepción de Francisco de Rivera, el cual tenía profesores particulares. La Real Escuela no daba los frutos a los que se había aspirado cuando se creó, por lo que el rey se decidió a mandar a Inglaterra y Francia a pensionados con el fin de alcanzaran un más alto grado de capacitación. El Conde de Aranda informó que el creía más conveniente que se creara un obrador-fábrica, al igual que en Francia se había creado uno para la porcelana de Sèvres.

Ramón Bayue: Retrato de Pedro Pablo Abarca de Bolea, Conde Aranda. Museo de Huesca.

Ramón Bayue: Retrato de Pedro Pablo Abarca de Bolea, Conde Aranda. Museo de Huesca.

     Se pidió ayuda e ideas a artífices suizos para que dieran su opinión sobre como aumentar la relojería en España. En respuesta a esto se emitieron planes para la creación de una fábrica de relojes en España. La Real Fábrica de Relojería de Madrid surgió en 1788 como consecuencia de un plan presentado por el presbítero don Vicente Sión y Casamayor. Plan ambicioso, pues comprendía la creación de 18 talleres u obradores, con suficiente personal español y extranjero, para todos los oficios que entran en juego en la fabricación de los relojes, incluidos esferistas, cajistas, joyeros y esmaltadores. El padre Sión quedó como director, asumiendo Abraham Matthey, suizo, el cargo de maestro principal. Estuvo emplazada en la calle de Fuencarral.

León Gil de Palacios: Maqueta de Madrid en donde se aprecia el antiguo Hospicio de la calle Fuencarral, a su lado las casas donde se estableció la Real Fábrica de Relojes.

León Gil de Palacios: Maqueta de Madrid en donde se aprecia el antiguo Hospicio de la calle Fuencarral, a su lado las casas donde se estableció la Real Fábrica de Relojes.

     Los relojes de la Fábrica iban firmados y con nº de producción. Principalmente se dedicó a la construcción de relojes de bolsillo, y en tres años construyó unos 325. Sin embargo, una serie de circunstancias hicieron que su supervivencia fuera muy complicada: el fallecimiento de Carlos III, su mecenas, acaecido nueve meses después de la inauguración de la fábrica; la irregularidad de las subvenciones del erario público, que hacia que maestros y discípulos tuviesen que dedicarse a hacer composturas para lograr dinero; y el escaso sentido industrial de Abraham Matthey, que distrajo dos años de trabajo en construir una máquina que permitiera una mecanización de las piezas, mientras que Agustín de Bethancourt, en su calidad de inspector de fábricas, ya había cursado dos informes contrarios a su mantenimiento.

     Ante los informes negativos emitidos sobre la fábrica, las salidas podían ser tres: cerrar la fábrica e indemnizar a los maestros extranjeros, unirla a la Real Escuela de los hermanos Charost bajo un distinto planteamiento o trasladarla a provincias, recomendando Sanlúcar de Barrameda como el mejor lugar. En 1793 se optó por cerrar la fábrica, acabando de esta forma con el sueño de implementar la ciencia del tiempo en nuestro país.

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