El mecenazgo y afán coleccionista de los reyes de España desde Isabel I de Castilla ha generado que en la actualidad conservemos un rico y variado Patrimonio histórico-artístico con el que enriquecer nuestra cultura. El Museo Nacional del Prado, Patrimonio Nacional o el Museo Arqueológico Nacional nos acercan y muestran parte de esas colecciones que eran fruto del gusto e inquietudes de un momento.

     A lo largo de la historia, los monarcas fueron acumulando una serie de bienes muebles e inmuebles para su uso personal e institucional. Los Palacios y Residencias Reales contaron desde siempre con los elementos de mobiliario necesarios para hacerlos habitables, y conferirles un aspecto de prestigio digno de la sede del poder.

     En los tiempos medievales, cuando la Corte era itinerante, largas recuas de animales precedían a la comitiva regia cargadas con arcas, cofres y baúles, conteniendo tapices, alfombras, pinturas, joyas y otro tipo de mobiliario que habían de servir a la adecuación del palacio de turno, fuera este Valladolid, Burgos, Toledo, etc. Ya desde entonces tenemos noticias del afán de las personas reales, fueran de la Casa de Aragón, Navarra o Castilla, por rodearse de comodidades, de objetos bellos y valiosos, de atesorar riquezas y curiosidades, en fin, de practicar el coleccionismo. Nos podemos hacer una idea de todo ello repasando las cuentas de Sancho el Bravo, de Juan I o Jaime II, las del castillo de Olite… Se advierte cómo hay castillos que suelen estar dispuestos casi siempre y en los que además se guardaba el tesoro y otros que eran residencias eventuales a las que había que añadir revestimientos especiales si eran utilizadas. Igualmente se observa, que ya desde estas tempranas fechas, entre el personal al servicio del Rey, se encuentran constructores, pintores, tejedores y orfebres.

Dibujo medieval en el que se observa el tranporte de la corte y de parte de sus pertenencias.

Dibujo medieval en el que se observa el transporte de la corte y de parte de sus pertenencias.

     En este momento, la estructura política no presentaba una clara distinción entre lo que era patrimonio personal del rey y lo que era patrimonio de la corona. El monarca parecía disponer con relativa libertad de todos los bienes, de forma que eran corrientes las transferencias entre bienes del Estado, bienes de la Corona o bienes privados y viceversa. Así las pinturas, tapices, alhajas, y otros objetos, podían sustraerse a las colecciones como pago de deudas o podían dividerse en testamentarías.

     Con Carlos V se va a dar un nuevo sentido al patrimonio real, ya que con él se comienza a ver un interés por el coleccionismo ecléctico. Los bienes que conservó en Yuste, por ejemplo, nos hablan de un mundo definitivamente alejado de cualquier contenido medieval y ligado a la mentalidad manierista: objetos científicos, relojes, galería de retratos, esculturas, etc. Con Carlos V comenzará a formarse el embrión de lo que será posteriormente la galería de pinturas de la corte española y que culminará con Felipe IV. Es un gusto complejo a medio camino entre Flandes y Venecia y que en 1556 recibirá la aportación esencial de las pinturas de María de Hungría, hermana del emperador.

     Felipe II será quien ponga fin a la antigua costumbre de enajenar las pertenencias de los reyes cuando morían, lo que daba lugar a que pasaran en ocasiones a manos extrañas, pinturas, tapices y joyas de extraordinario valor artístico e histórico. Felipe II dejará dicho en su testamento que “el Estado es indivisible y también lo es el Patrimonio de la Corona”. Esta fórmula será seguida por sus sucesores, hasta que Carlos II la haga extensiva a todo lo que adornaba las residencias regias.

Giovanni Antonio Burrini: “Audiencia del rey Felipe II”. Colección particular.

Giovanni Antonio Burrini:
“Audiencia del rey Felipe II”. Colección particular.

     Felipe II se mostrará en sus gustos como un hombre completamente manierista. Su formación artística durante sus viajes por Italia, Flandes y Alemania, le permitirá entrar en contacto con la avanzada cultura artística de la Europa mediterránea y central. Junto a su interés por coleccionar objetos científicos, también sentirá predilección tanto por los libros como por las pinturas. La mayor parte de su biblioteca y pinacoteca pasará a albergarse en El Escorial, mientras que en los palacios de Madrid y alrededores se custiodiará el resto de la colección regia. Felipe II configuró un cosmos orgánico en el que se articulaban las ramas del saber que más interesaban a fines del siglo XVI y las principales tendencias estéticas que definían el gusto del momento.

     Con Felipe III, pero sobre todo con Felipe IV, que aumentará de forma magnífica la galería pictórica, y Carlos II,  que hará venir a Luca Giordano a España, se seguirá aumentando las ricas colecciones regias, sobre todo en lo que a la pintura se refiere. La ampliación de residencias, como el palacio de Aranjuez, o la construcción de nuevos, como el Buen Retiro (de ese tema ya hemos hablado aquí), hará que se adquiera una importantísima cantidad de óleos. Sin embargo, desgraciadamente, no todas las obras de arte que fueron acumulándose han llegado hasta nosotros. El uso fue desgastando a muchas, pero éste es el factor que menos las ha destruido. Las guerras, pillajes e incendios, han sido con diferencia los factores que han causado un número de perdidas casi incalculable. En incendios, como el del Pardo en 1604, el de El Escorial en 1633 y 1671 o el devastador del Alcázar de Madrid en 1734, se perdieron importantísimas decoraciones palaciegas de los Austrias españoles en donde pinturas, mobiliario y diversos objetos tenían lugar.

     Con la llegada de los Borbones, se comienza la construcción del Palacio de La Granja y el levantamiento del Nuevo Palacio de Madrid tras el incendio del Alcázar. Había que vestir los recién creados espacios y lógicamente éstos irán llenándose de muebles que responden a estilos muy distintos al anterior. Es aquí donde la Francia, regida por Luis XV impondrá con una mayor fuerza su gusto suntuoso. Para realizar estas decoraciones Felipe V e Isabel de Farnesio recurrirán a los artistas más prestigiosos del momento, sean pintores o escultores, orfebres, adornistas o ebanistas y adquirirán gran número de cuadros tanto en colecciones españolas como italianas (al “Efecto Farnesio” le dedicamos un post aquí).

     Con Fernando VI y Carlos III se continurá con el afán por decorar los palacios (sobre todo Madrid) y llenarlos de las más lujosas obras de arte. Para atender a esta enorme demanda de artes decorativas, se crearán ya desde tiempos de Felipe V una serie de manufacturas regias que abastezcan las necesidades de la corte. Surgen así la Fábrica de Tapices de Santa Bárbara o la Fábrica de Cristal de La Granja, las cuales serán ampliadas en época de Carlos III con la creación de la Fábrica de Porcelana del Buen Retiro o la Escuela y Fábrica de Relojes.

     Con Carlos IV se ampliarán sustancialmente las colecciones de pintura, relojes o mobiliario. El gusto exquisito y enorme afán coleccionista del monarca hará que se hagan grandes encargos de obras tanto dentro como fuera de España. Será también en este periodo de la Ilustración y las Luces cuando se asista a un intento de que cierta parte de las Colecciones Reales sirvan a fines didácticos y públicos. Surge así la idea de un Museo de Pintura y Escultura, el cual no se plasmará hasta la época de Fernando VII cuando se inaugure oficialmente en 1819 el hoy Museo Nacional del Prado.

Bernardo López Piquer: María Isabel de Braganza, reina de España, como fundadora del Museo del Prado. Museo Nacional del Prado, Madrid.

Bernardo López Piquer: María Isabel de Braganza, reina de España, como fundadora del Museo del Prado. Museo Nacional del Prado, Madrid.

     La nueva finalidad pública de algunas de las colecciones reales será incompatible con la dedicación al uso regio y por ello se buscará sustraer tales colecciones de la administración de la corona y colocarlas bajo la dependencia de otro organismo del Estado. El desmembramiento y desafectación definitiva de muchos de los bienes de la corona se produce con la Ley de 1869 por la cual el Museo del Prado, el Parque del Buen Retiro o los Palacios de Granada pasaban a desaparecer del patrimonio de la corona.

     A pesar de los diversos desgajamientos, los fondos que siguieron formando parte de las colecciones reales y que hoy administra el Patrimonio Nacional, siguen siendo espléndidos, puesto que, al fin y al cabo, lo destinado a museos en su día no dejaba de ser lo considerado entonces como superfluo o fuera de uso, aunque fuese lo más bello, ya se tratase de los ticianos y los velázquez, las piedras duras o las esculturas clásicas. Todos estos objetos resultaban de una mayor utilidad para el estudio o la contemplación que para ambientar el vivir privado o el ceremonial de la Casa Real.

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