Hace tiempo dedicamos un post a explicar qué es la Quadratura y qué trayectoria tuvo en la Corte madrileña del siglo XVII (ver aquí). Uno de los pocos ejemplos que todavía subsisten y que además es relativamente poco conocido es el que hoy traemos al blog: la bóveda de la Capilla del Instituto San Isidro en Madrid (ver detalles aquí). El citado Instituto ocupa el local que en tiempos fue el Colegio Imperial de Madrid, regido por la Compañía de Jesús. Hoy en día todo ese conjunto se haya dividido en dos partes, la Colegiata de San Isidro y el citado Instituto. En las dependencias del Instituto se localiza todavía una antigua capilla: la Real Capilla de la Congregación de Nuestra Señora de la Concepción en el Colegio Imperial.

Juan Delgado: Bóveda de la Capilla de la Inmaculada, Instituto San Isidro, Madrid.

Juan Delgado: Bóveda de la Capilla de la Inmaculada, Instituto San Isidro, Madrid.

     La Compañía de Jesús fue una de las órdenes religiosas que asumió como propia la propagación del culto mariano y fue especialmente defensora del misterio de la Inmaculada Concepción de la Virgen. Por ello es habitual que en todas las fundaciones jesuíticas surgiesen congregaciones de seglares, en muchos casos estudiantes o antiguos estudiantes de los colegios jesuíticos, que defendieran el voto inmaculista y que desarrollaran una devoción más acorde con los postulados contrarreformísticos. Es decir, los Jesuítas basaban su fé en una mayor frecuencia de los sacramentos, en especial la penitencia, que era uno de los más cuestionados por la Reforma Protestante, y hacían un gran énfasis en las obras de caridad. Es por ello que pronto recibieron el beneplácito de los papas, que dieron indulgencias especiales a estas congregaciones, por lo que su difusión fue rápida y exitosa, pasando a formar parte de ellas personajes de renombre, como Felipe IV y su hijo el príncipe Baltasar Carlos que lo fueron de la Congregación que nos ocupa.

     Para los Jesuítas la devoción mariana era la forma más rápida y segura de llegar a Cristo, tal y como proclamaba en sus Ejercicios Espirituales Ignacio de Loyola, y mediante las congregaciones se difundía el mensaje contrarreformístico y trentino de culto a las imágenes, siendo fiel reflejo de la sociedad y de la mentalidad de la edad moderna.

     Volviendo a la Congregación madrileña, ésta fue creada mediante una bula del General Acquaviva en octubre de 1604. Estaba conformada por seglares y se vinculó al Colegio Imperial de Madrid y, como sucede con este tipo de asociaciones religiosas, su principio fundacional era la asistencia a actos religiosos y el entierro de los congregantes.

Grabado de Claudio Acquaviva, general de los Jesuitas.

Grabado de Claudio Acquaviva, general de los Jesuitas.

     En cuanto a la capilla poco sabemos sobre los artífices que intervinieron en su construcción, aunque es probable que pudiera estar vinculada con los arquitectos que se encargaron de la primitiva construcción de la Colegiata: los jesuitas Pedro Sánchez y Francisco Bautista; o con quien reformó el edificio de los estudios: el arquitecto Melchor de Bueras, autor del claustro (actual patio del Instituto). La capilla es una sala de planta cuadrangular con una bóveda esquifada, presumiblemente una bóveda encamonada o una falsa bóveda. La decoración arquitectónica está realizada en yeso y queda reducida a unas pilastras cajeadas pareadas con un orden compuesto y el entablamento que sirve de remate y separación entre el muro y la bóveda. Éste está compuesto por unos modillones pareados de clara ascendencia barroca, que nos hace inclinarnos más por la figura de Bueras, que ejerció en la segunda mitad del siglo XVII, a la hora de su autoría.

Melchor de Bueras?: Claustro del Instituto San Isidro, Madrid.

Melchor de Bueras: Claustro del Instituto San Isidro, Madrid.

     En el testero principal hay un retablo, algo más tardío que el resto del conjunto, que guarda una excelente pintura de la Inmaculada Concepción de la mano de Juan Carreño de Miranda. Ésta sigue la tipología típica de este pintor como también es visible en el cuadro de idéntico asunto del Museo de Bellas Artes de Guadalajara.

     Ya en 1724 la Congregación abrió un concurso para la realización de los frescos de la cúpula, siendo el diseño vencedor el del pintor y teórico del arte cordobés Antonio Palomino, autor que ya había pintado quadraturas y último representante de la escuela barroca madrileña. De su mano podemos ver hoy la bóveda de la Iglesia de Nuestra Señora de los Desamparados en Valencia. No sabemos el motivo por el cual el pintor elegido abandonó o traspasó el encargo, siendo finalmente el ejecutor de éstas su discípulo Juan Delgado, pintor poco conocido. Desconocemos si debió atenerse al diseño del cordobés o si bien el fresco es fruto de su propia inventiva, pero desarrolla todo un despliegue arquitectónico ilusionista, es decir una quadratura, dentro de la tradición madrileña. Asimismo, en el rompimiento de gloria, sitúa una visión de la Mujer del Apocalipsis, imagen de la que deriva la iconografía de la Inmaculada.

Antonio Palomino: Cúpula de la basílica de la Virgen de los Desamparados, Valencia.

Antonio Palomino: Cúpula de la basílica de la Virgen de los Desamparados, Valencia.

     El desarrollo iconográfico es amplísimo. En la base de la bóveda el artista pintará una arquitectura fingida basada en unas columnas que tienen el tercio inferior estriado y el resto de su fuste salomónico, con capiteles de orden compuesto. Todo ello pintado en una combinación vistosa de azul y dorado. Estas columnas sostienen un entablamento fingido que se quiebra y que está rematado por frontones curvos partidos terminados en roleos, que se repiten como remates de los lunetos de la bóveda. En su composición recuerda mucho al tambor de la cúpula de la Iglesia de San Antonio de los Alemanes, pintado por Rizi y por Carreño pero que Luca Giordano retocó en 1697, repintando las columnas que originalmente eran lisas, para volverlas salomónicas (a esta decoración al fresco le dedicamos parte de un post que podéis ver aquí).

     Dentro de este esquema arquitectónico el artista colocará en la parte inferior Santos pertenecientes a órdenes religiosas. Así en el testero principal situará a Santa Teresa de Jesús y Santa Clara, reformadora del Carmelo y fundadora de las Franciscanas o clarisas; y en el testero de los pies a San Francisco de Paula y San Cayetano, fundadores de la orden de los mínimos y de los Clérigos Menores o Teatinos respectivamente. A lo largo del muro del evangelio pueden verse entre otros a San Elías, fundador del Carmelo, y San Antonio de Padua y en el centro de la composición, sobre la puerta de acceso a la capilla, un grupo presidido por la Virgen de la Lactación bajo cuya advocación estarían San Bernardo y San Benito, ambos padres del monacato occidental, y San Basilio y San Juan Crisóstomo, padres del monacato oriental. En el muro de la epístola podemos ver a San Juan de Mata y San Félix de Valois, fundadores de los Trinitarios, y San Ramón Nonato, de los Mercedarios. En el centro del muro y frente a la puerta de acceso a la capilla se sitúa la Virgen del Rosario y bajo ella los cuatro fundadores de las principales órdenes mendicantes: San Agustín, San Francisco y Santo Domingo de Guzmán y junto a ellos en lugar destacado y mirando hacia el espectador San Ignacio de Loyola.

     La transición entre la arquitectura fingida y el rompimiento barroco se hace por medio de ángeles, que en movidos escorzos flanquean medallones broncíneos y descorren telas o velos. En las cuatro esquinas están representados los cuatro evangelistas con sus símbolos. San Juan, colocado en el ángulo derecho del testero principal en el lado de la epístola, participa también de la escena principal dirigiendo su mirada hacia la visión apocalíptica que se desarrolla en el centro del fresco. Esta visión se compone del Trono vacío, el niño y el cordero sobre el libro de los siete sellos. Bajo éste la mujer del apocalipsis siguiendo la iconografía de mujer alada. Aparece a su derecha Dios Padre y el Espíritu Santo, mientras que en la parte baja figura una visión de la Jerasalén Celeste y el Arcángel San Miguel y otros ángeles soldados luchando contra el Dragón de Siete Cabezas.

     Nada más acorde para una capilla dedicada a la Inmaculada que la visión apocalíptica en la que se fundamentaba parte de su justificación teológica, en un momento en que este debate no estaba ni mucho menos cerrado. Hay que recordar que no se establecerá el dogma hasta el siglo XIX.

     Finalmente queremos destacar el que para nosotros es el detalle más curioso e interesante de esta pintura, el detalle de la Jerusalén Celeste, donde podemos reconocer el Templete de San Pietro in Montorio de Bramante y torres con chapitel de sabor muy madrileño, lo que sin duda nos habla de la utilización de estampas para la elaboración de estos detalles.

Juan Delegado: Visión de la Jerusalén Celeste. Capilla de la Inmaculada, Instituto San Isidro, Madrid.

Juan Delegado: Visión de la Jerusalén Celeste. Capilla de la Inmaculada, Instituto San Isidro, Madrid.

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