La conservación-restauración se ocupa, en su sentido más restrictivo, de intervenir directamente sobre los objetos. Se trata de aplicar los tratamientos necesarios que permiten la pervivencia de los bienes culturales, y subsanar los daños que estos presenten. Todavía sigue vigente en algunas mentalidades el concepto de restauración como reparación, como habilidad artesanal para devolver a un objeto o a una obra de arte la pretendida imagen “original”. Pero, es evidente, que desde un punto de vista profesional actual, es este un concepto no solo anticuado sino erróneo, ya que el restaurador lo que debe pretender es que dichos objetos se conserven del mejor modo posible para su estudio, disfrute y transmisión al futuro, con la mínima intervención posible, y con los máximos medios de prevención de los deterioros.

     Para la comprensión general es necesario distinguir entre dos cuestiones completamente diferentes: la reparación-restauración y la conservación-restauración. Para la reparación-restauración se precisa un artesano, un especialista en la fabricación del objeto, por ejemplo, un carpintero en la puesta a punto de una cajonería. Pero para la conservación-restauración se requiere un conservador-restaurador, un técnico que aúna los conocimientos no sólo de la parte manual sino también del valor histórico y cultural de la obra y del paso del tiempo por la misma. No hay que olvidar que hoy en día el restaurador debe ser un profesional del patrimonio, y por ello, requiere una formación intelectual y cultural muy amplia, en la que se tengan en cuenta tanto aspectos prácticos como materiales.

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Proceso de restauración de pinturas murales.

     Hoy día sería impensable mantener la concepción tradicional del restaurador que ejecuta su trabajo de forma aislada e intuitiva y con respuestas a todas las demandas que plantea el proceso de conocimiento del bien y su posterior tratamiento. Es en este punto donde se pone de manifiesto la necesidad de que los trabajos de restauración sobre las obras de arte deterioradas requieren no solo habilidad manual, sino también conocimientos científico-técnicos. Y aún hay que ir más allá: Al restaurador no solo hay que exigirle la habilidad manual y la capacidad técnica, sino que la restauración actual debe practicarse como una profesión en la que se dominen unos conocimientos básicos histórico-artísticos, científicos y de materiales. Y estos conocimientos que se le presumen al profesional de la restauración, se hacen también necesarios para el artista. Desde antiguo la preocupación por los materiales se ve reflejada en los tratados de pintura, y pese a que hoy las técnicas de análisis permiten el conocimiento de la técnica empleada en una obra, las fuentes documentales pueden aportar una información importantísima para la comprensión de los materiales empleados en los objetos artísticos. Recordemos que en los talleres no solo se realizaban las obras, sino que se preparaban todos los materiales. Los propios artistas, al preparar sus pinturas, tenían un conocimiento de las materias que les permitía aplicar las técnicas con gran seguridad, aunque en todas las épocas ha habido malas ejecuciones debidas al uso de materiales poco adecuados con determinadas técnicas.

Biblioteca del ipceImagen de la Biblioteca del IPCE.

     En este sentido, no hay más que ver las pinturas al fresco de la Basílica de San Francisco de Asís, de Cimabue para darnos cuenta de lo importante que es el conocimiento de los materiales. Aquí, el maestro del trecento utilizó una base de blanco de plomo, muy adecuada para el trabajo sobre tabla, pero que no debería haber usado en un fresco de cal. Esto es porque los pigmentos que contienen plomo, como en este caso, se transforman fácilmente en sulfuro de plomo negro, a causa de la reacción con el ácido sulfhídrico producido por distintos microorganismos, concretamente un tipo de bacterias. Como resultado, la contemplación de esta obra aparece distorsionada por una mala elección del material: todos los negros de las carnaciones, los vestidos, las alas de los ángeles, sabemos que en origen, eran de otro color, y que un fallo de ejecución ha hecho que hoy se vean de esta manera.

La Crucifixión de CimabueLa Crucifixión de Cimabue (1272 y 1280). Basílica Superior de San Francisco de Asís.

 

Pero, ¿CUÁL ES EL ESTADO DE LA CUESTIÓN EN ESPAÑA? ¿Cuándo y por qué se incorpora la ciencia a esta disciplina aparentemente tan artística?

     En España, el desarrollo de la ciencia en este último siglo ha supuesto la aparición de laboratorios en museos, en institutos de conservación dependientes de autonomías y plazas de titulares en química en facultades de Bellas Artes. Ya en 1944 Sánchez Cantón publicaba un artículo titulado Auxilios que presta la ciencia al estudio de obras de arte. En 1961 se fundaba en Madrid el Instituto de Conservación y Restauración de Obras de Arte, y que hoy es el IPCE, Instituto de Patrimonio Cultural de España. Desde sus comienzos, este organismo creó el primer laboratorio dedicado al estudio de los Bienes del Patrimonio e instituyó una colaboración con el Consejo Superior de Investigaciones Científicas y la Universidad Complutense. Es esta institución, el centro de referencia especializado en materia de conservación y restauración. Sus trabajos efectuados en destacados monumentos y bienes muebles, junto con sus publicaciones, siguen marcando pautas metodológicas y de criterios en nuestra profesión.

taller restauracion grandes formatos IPCETaller de obras de gran formato del IPCE.

     Además del IPCE, se han creado otros institutos autonómicos, el primero de los cuales ha sido el de la Junta de Castilla y León de Simancas, que cuenta con una plaza de física y otra de química. Posteriormente, se ha creado también un Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico. Hay así mismo químicos trabajando en laboratorios de archivos y museos nacionales. Es el Museo Nacional de Arte Reina Sofía el que en el año 1990 de forma explícita contempla la incorporación de un Laboratorio de Química dentro del Departamento de Restauración. Por otro lado, también nos encontramos con que los centros docentes incorporan en su plantilla a químicos titulados, como ocurre en las Facultades de Bellas Artes de Madrid, Valencia, Barcelona, Sevilla, Granada, Bilbao y La Laguna. Se incorporan igualmente a las escuelas oficiales dedicadas a la formación de restauradores, que cuentan en su proyecto curricular con la obligatoriedad de las asignaturas de química, física y biología. No hay que olvidar tampoco que existen químicos del CSIC colaborando con universidades en programas específicos de conservación en todo el país, y que aunque en número muy pequeño, hay algunos laboratorios de carácter privado aplicados al diagnóstico de las alteraciones sufridas por las obras de arte y a la autentificación. Igualmente, cada vez hay mayor número de científicos que se especializan en la intervención directa sobre las obras, y desarrollan su trabajo en museos, instituciones o empresas privadas. Algunos de estos laboratorios se dedicarán de forma exclusiva al análisis de conservación, causas de alteración y diagnóstico, y en consecuencia, realizar el tratamiento de restauración más idóneo. Existen cada vez más proyectos de investigación abordados directamente por el laboratorio, tanto para estudiar una época determinada como la metodología y los productos empleados en un tratamiento, o las condiciones más idóneas para conservar una colección.

     Para un restaurador, hay dos funciones que van íntimamente ligadas a su trabajo: la documentación y la investigación. Ambas permiten conocer los objetos desde los orígenes, su evolución dentro del centro que los alberga y acreditar las diferentes restauraciones que se les han realizado. Este planteamiento encierra en sí mismo la necesidad de abordar todos los procesos con una visión en la que se tengan en cuenta los estudios de otros especialistas. El restaurador debe concebir su trabajo dentro de un amplio marco de investigación y colaboración con otras disciplinas, todo ello con destino a la conservación de las obras de arte. Cuanta más experiencia y conocimientos tenga, más cauto se volverá a la hora de intervenir. Por el contrario, como en cualquier otro ámbito, la ignorancia suele ser temeraria.

Imágenes sacadas de la página del IPCE y del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofia:

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